Pensemos en lo convincente que sería Mons. Óscar A. Romero para los católicos conservadores si, además de defender la justicia social, también habría defendido las doctrinas católicas tradicionales.
- Imaginémonos que Romero, quien denunció que su gobierno sometiera al clero a asesinatos, hubiera declarado que la legalización del aborto sería “una verdadera persecución de la Iglesia”.
- O bien, que Romero, quien denunció los abusos de los derechos humanos, hubiera declarado que la privación de la vida humana en el aborto es un pecado que clama al cielo igual que un asesinato político a sangre fría.
- ¿Qué si hubiera predicado que la homosexualidad es una “aberración”; que las relaciones sexuales sólo pueden ocurrir entre un hombre y una mujer casados y sin usar métodos artificiales en contra de la natalidad; que el divorcio nunca sería moral, aunque “mil legislaturas lo legalizaran”, y que el celibato sacerdotal no es negociable.
Si el asesinado Arzobispo de San Salvador hubiera dicho todas estas cosas, además de denunciar la injusticia social, seguramente resultaría imposible para católicos conservadores descartarlo como solo un progresista católico equivocado más. La adopción de tales posturas de línea dura ciertamente calificarían a Romero como un “guerrero cultural” en el discurso político actual, y daría lugar a un abrupto re-barajar de quienes están a favor, y quienes en contra de su inminente beatificación. ¿Verdad? En realidad, todo lo antes mencionado son las verdaderas posturas que Romero tuvo como arzobispo, a la vez que defendía a los pobres e insistía sobre la justicia social.
Si dicha información pueda sorprender aquellos que piensan que tienen Romero bien situado, a base de datos escasos, no será sorpresa para quienes están familiarizados con su historia. Cualquier persona que conoce la vida de Romero sabrá que él fue un clérigo romano tradicional, criado y nutrido por la Iglesia desde los 13 años en adelante, y formado en Roma. Se refería a la capital de la Iglesia como “mi madre, maestra y mi hogar” (Primero dios: Vita di Oscar Romero, Morozzo Della Rocca, pág. 316.). Tomó como lema Sentire Cum Ecclesia: “sentir con la Iglesia”, que, explicó, “concretamente significa apego incondicional a la Jerarquía” (semanario Chaparrastique, 1965). Casi nunca salía en público sin su sotana, y no estaba de acuerdo con que sacerdotes se vistieran de ropa particular. Llevaba un escapulario y una cadena penitencial, y vivía con una comunidad de monjas. Su espiritualidad refleja los sabores de su formación, con rasgos claretianos, jesuitas, ascéticos y mendicantes/carmelitas. Era cercano al Opus Dei. En fin, era un sacerdote tradicional y feliz de serlo.
Toda su fidelidad a la tradición ha sido, sin embargo, empañada por sus posturas sobre la doctrina social. La lectura superficial del ministerio de Mons. Romero en San Salvador, ha sido que se trató de un giro, una adopción de posturas progresistas, favorables a la Teología de la Liberación, que sacrificó la doctrina tradicional. Sus sermones en San Salvador comprueban todo lo contrario. Romero predicó las dos líneas del credo católico a la misma vez. Él era “como el dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13,52). De hecho, los antecedentes de Romero como un renombrado clérigo conservador le proporcionaron cierta credibilidad y latitud para su crítica social en los círculos de la Iglesia salvadoreña. Ciertamente, han ayudado a mantener a flota sus perspectivas de canonización, porque tenía amigos en la Iglesia que han conocido sus credenciales ortodoxos.
En un sentido más profundo, la apertura de Mons. Romero a retomar la justicia social puede ser la mayor prueba de su catolicidad. Debido a su fuerte identificación católica, Mons. Romero permitió que el espíritu católico anulara su propia identidad. Él aceptó y adoptó principios de la fe que no habían sido su primera opción. Había sido reacio a aceptar los cambios del Concilio Vaticano II, pero poco a poco los abrazó y los hizo prioridades propias, sacrificando su misma vida para defenderlos. Por lo tanto, Romero deja atrás a otros conservadores. Para Romero, el catolicismo no era solamente un identikit superficial. Era una forma de vida, que valió perder la vida para defenderlo.
Actualización:
Hoy, en una audiencia concedida al consejo
directivo de la universidad de Notre Dame en la EE.UU, el Papa Francisco subrayó que hay que defender, observar y sacar adelante la
identidad católica. Y en la misa de esta mañana, el Papa elevó una plegaria por “Que
el Señor nos ayude a ir por este camino para profundizar en
nuestra pertenencia a la Iglesia y en nuestro Sentir Con la Iglesia”.
In Memoriam: MCH
No comments:
Post a Comment