BREVE
BIOGRAFÍA DEL MÁRTIR MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ
POR EL
ARZOBISPO VINCENZO PAGLIA, POSTULADOR DE LA CAUSA
SAN
SALVADOR, 23 DE MAYO DE 2015
Óscar
Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios en 1917.
Después de frecuentar el Seminario Menor en San Miguel, y el Mayor en
San José, completó su formación en el Pio Latinoamericano de Roma. Aquí profundizó el sentido del servicio del
sacerdocio como servicio a la Iglesia y a los pobres. El 24 de diciembre del 1941, por ejemplo,
después de frecuentar algunos pobres en las cercanías de Plaza San Pedro en
Roma escribió: “Los pobres son la encarnación de Cristo. A través de los trapos, las orejas, el hedor
de las llagas, las sonrisas de los aturdidos, el alma caritativa descubre y
adora a Cristo”.
En Roma,
pudo conocer la dimensión universal de la Iglesia. El papa llegó a ser para él un punto esencial
de referencia. Desde Pio XI que amaba
definir “imperial”, por el trato firme que supo conservar ante las poderosas
dictaduras nazis, fascistas y comunistas.
Y concibió del principio su ministerio sacerdotal como servicio a la
Iglesia diocesana: “Deseo ser una hostia para mi diócesis”, escribió Romero el
día de su ordenación sacerdotal el 4 de abril 1942. El Señor le reservó literalmente este destino
con la muerte sobre el altar mientras estaba empezando el ofertorio. Ese día fue él la hostia ofrecida al Señor
sobre el altar.
Regresando
a El Salvador desde el 1944 hasta el 1967 ejerció su ministerio sacerdotal en
la ciudad de San Miguel. En este año,
fue trasladado a la capital, San Salvador, para ser secretario de la
conferencia episcopal salvadoreña y tres años después, el 21 de noviembre de
1970 fue consagrado obispo, tomando el lema “Sentire Cum Ecclesia”, “Sentir con la Iglesia”, como trazando el
camino a recorrer. Fue así nombrado
obispo de Santiago de Maria, demostrando su sensibilidad pastoral, que lo
llamaba a predicar entre el pueblo.
Escribía “el obispo no es solo el profeta sino también el creador de una
comunidad profética y el profeta tiene que leer la huella del Señor en los
acontecimientos. Por eso se tiene que
contemplar con los pies en tierra y el corazón en el cielo”. El 3 de febrero de 1977, fiesta litúrgica de
San Oscar, llama a Romero para guiar la Arquidiócesis de San Salvador, el mismo
día treinta y ocho años después, Papa Francisco firmará el decreto para le
beatificación como mártir de la Iglesia de Dios. [Aplauso.]
Los últimos
tres años de la vida de Romero que pasó como Arzobispo de San Salvador son el
tesoro más precioso que nos dejó. Fueron
el culmen de su vida que lo asemejaron todavía más a Jesús en sus tres años de
vida pública. Son años de apasionada
predicación que acaban en el altar y con el corazón desgarrado por un proyectil
como Jesús que acabó en la cruz con el corazón desgarrado por una lanza. Con Romero, Jesús caminaba nuevamente entre
su pueblo. [Aplauso.]
Romero
empieza su ministerio de arzobispo exactamente mientras una nueva oleada de
represión se abatió encima de todo el pueblo y la Iglesia vivió una verdadera
persecución. Romero se sentía no
preparado para esta tarea pero el Señor llegó en su ayuda. La noche del 12 de marzo de 1977, velando
toda la noche el cuerpo del amigo, el padre Rutilio Grande, que Romero estimaba
mucho, brutalmente matado [Aplauso]
junto a dos campesinos, Nelson y Manuel, sintió que tenía que tomar su lugar,
también a costa de morir. Y varias veces
iba repitiendo “Esa noche recibí desde el cielo el don de una fortaleza
particular”. Romero de hecho llegó a ser
un pastor fuerte como no había sido antes.
Como el buen pastor del evangelio, Romero tomó a las defensas de su
pueblo. Era lo que pedía el Concilio
Vaticano Segundo y el entero episcopado de América Latina cuando indicaba la
opción preferencial hacia los pobres como el camino de la Iglesia del Concilio. Romero se agotaba a menudo de los textos del
Concilio, de Medellín, de Puebla, como esto de Puebla: “por el mismo hecho que
son pobres, Dios toma su defensa y los ama”.
Romero,
fiel a este magisterio, eligió su pueblo, sintió el olor de su rebaño y el
pueblo sintió el olor de su pastor y lo escuchaba. Este laso permitió de decir a Romero “con
este pueblo no es pesado ser un buen pastor”.
[Aplauso.] Y Romero llegó a ser por su amado país y para
la Iglesia entera un ejemplo de pastor que defiende a los pobres, defensor pauperum, decían los antiguos
padres de la iglesia. Como arzobispo de
la capital, Romero siente una responsabilidad pública nueva, y la vive con
pasión y la firme voluntad de hacer todo de la forma más seria posible. Frente al multiplicarse de las injusticias y
de los asesinatos, el anuncio del evangelio llegó a ser también denuncia por lo
que pasaba en el país. Lo acusaron de
hacer política pero Romero aclaraba “lo que busco hacer no es política y si por
necesidad del momento estoy iluminando la política de mi patria es porque soy
pastor, es a partir del evangelio, que es una luz que tiene que iluminar las
calles del país y dar su contribución como Iglesia”. [Aplauso.]
Del fuerte vínculo
que Romero tenía con la Santa Sede y los papas dan fe muchos textos y discursos
a lo largo de toda su vida.
Especialmente siendo ya Arzobispo de San Salvador, veneraba a Pablo VI y
sus encíclicas que a menudo citaba. A
Juan Pablo II apenas tuvo tiempo de conocerle.
Tras su segundo y último encuentro con este papa, el 30 de enero de
1980, Romero proclamó en la predicación del domingo siguiente en El Salvador y
decía: “Hermanos, la gloria más grande de un pastor es vivir en comunión con el
papa. Para mi es el secreto de toda la
verdad y de la eficacia de mi predicación estar en comunión con el papa”.
Romero fue
asesinado el 24 de marzo de 1980 después de muchos otros sacerdotes, y
centenares de catequistas habían sido asesinados. Romero fue herido al corazón mientras
celebraba la Santa Misa. Al terminar de
la Liturgia de la Palabra, como a querer interrumpir su predicación por
siempre, pero su voz se difundió por
toda la tierra y el sensus fidelium
ha hecho honor a su martirio con una amplia y bella devoción popular [Aplauso] expresada en la oración, en la conmemoración
de gracia, en la veneración de su tumba, en las visitas a su pequeña habitación
en el Hospitalito. En los oscuros años
siguientes de guerra civil, la memoria del sacrificio de Romero dio un sentido
y animó a tantas familias salvadoreñas que perdían a sus seres queridos en el
conflicto fratricida. Hoy, mientras sube
a los altares como Beato y Mártir, de frente a tantas violencias que todavía
ensangrientan el mundo, Romero sigue hablando y pidiendo nuestra conversión con
esa expresión popular por él muy querida, “Primero Dios”. Sí, Dios sobre todo.
Con esta
celebración se lleva a cabo la Misa interrumpida el día del martirio y la
interrumpida el día del funerario [Aplauso.] y desde el cielo Romero
bendice este extraordinario país, bendice toda América Latina, bendice la
Iglesia y acompaña con su oración y su protección al Papa Francisco, que
sentimos cerca de nosotros en este momento.
[Aplauso.]
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