BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Collage de la ordenación episcopal de Romero y el Liceo Salvadoreño hoy. |
Este fin de
semana marca el 45 º aniversario de la ordenación episcopal del Beato Òscar
Romero. El domingo 21 de junio de 1970
inició lo que hoy tendríamos que reconocer como un episcopado
transformacional—uno que redefinió lo que es ser obispo. Esa fue la opinión de un congreso de la
Universidad de Notre Dame, incluyendo el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez
Maradiaga, que se refirió a Romero como “un
obispo para el tercer milenio”. Y el
obispo brasileño Pedro Casaldáliga declaró que “La historia de la Iglesia en América Latina se divide en dos partes:
antes y después de Mons. Romero”. Esto
se dijo antes aún de su beatificación.
Si todo esto
parece exagerado, tomemos en cuenta:
·
El hecho de que Romero, en sus tres años de arzobispo,
abordó el tema candente en la innovadora encíclica «Laudato Si'»—como ya constatado en una
nota anterior—el vínculo entre el daño ambiental y su impacto en la vida de
los pobres.
·
El Cardenal Peter Turkson, que llevó la redacción de «Laudato Si'», después de presentar en el
foro Romero de Notre Dame, declaró que “acercándome
a Mons. Romero, me siento animado como Presidente del Pontificio Consejo
Justicia y Paz y como cercano colaborador del Santo Padre. Él me ha dado mucho que llevar de regreso
conmigo a Roma”.
·
Romero es el obispo conjurado, sin tener que ser nombrado,
en la mente del episcopado latinoamericano en el documento de Aparecida cuando
resume las características del obispo modelo—así dice el Cardenal José Luis
Lacunza.
Ese épico
episcopado comenzó con una ceremonia de investidura en el gimnasio del Liceo
Salvadoreño, un colegio católico. La ordenación
estuvo organizada, como ya es conocido, por el p. Rutilio Grande, SJ. Romero y Grande, dos amigos, vivían en el
Seminario San José de la Montaña, donde el P. Rutilio era un maestro con
posibilidades de futuro rector. Romero escogió esa fecha por su devoción a la Virgen de la Paz, cuya fiesta se celebra el 21 de noviembre (Romero la conmemoraba mensualmente). La ordenación
estuvo llena de gente; de San Miguel venían en buses. Dignitarios de la Iglesia y del gobierno
estuvieron presentes, incluyendo el Presidente de la República. Era algo grande, pero nadie pudo haber
sospechado que era el principio de un episcopado para todas las edades.
Collage de la ordenación episcopal de Romero y el Liceo Salvadoreño hoy. |
Revisando el
episcopado Romero, debemos reconocer que se trató de una historia de
superación, no de un triunfo repentino.
No solo no llegó el éxito de la noche a la mañana, sino también llegó
primero el fracaso y la decepción. No
obstante la gran esperanza y mucha buena fe de Romero al emprender su
episcopado, el nuevo obispo estaba lleno de dudas. Dudaba su propia habilidad, y los mismos que
lo escogieron lo habían elegido por razones de eficiencia y burocracia más que
todo. Sus responsabilidades
administrativas agudizaban la exclusión de Romero del resto del clero, y su
inclinación natural a ser solitario e independiente, como sus tendencias
tradicionalistas, lo mantuvieron al margen de la vida diocesana. Esos años estuvieron marcados por
desilusiones y traspiés, incluyendo su papel en el fracasado intento de tomar
la gestión del seminario mayor en nombre de la conferencia episcopal. Falta de presupuesto y problemas operativos
complicaron el proyecto y tuvo que ser abandonado.
El verdadero
cambio en la vida episcopal de Romero ocurre casi exactamente en la mitad del
camino, cuando el 21 de junio de 1975—exactamente cinco años desde el día de su
investimento como obispo—el ejército salvadoreño cometió una masacre campesina
en un poblado llamado “Las
Tres Calles”, bajo la jurisdicción episcopal que Romero ocupaba
en ese entonces. Ese es el otro
aniversario que observamos este fin de semana.
Cuando Romero fue nombrado al cargo en Santiago de María un año atrás,
Mons. Luis Chávez y González, entonces Arzobispo de San Salvador, trató de
tranquilizar a un clérigo de la zona, diciéndole:
“Esté seguro, el obispo que van a tener es un pastor.” Mientras que su sacerdocio había prosperado a base de sus habilidades administrativas, el obispo Romero sobresalió siendo un pastor.
Ante la
atrocidad de Las Tres Calles, Romero escribió una carta al Presidente de la
República, denunciando la matanza y pidiendo justicia. Hablando “en nombre también de los pobres
sin voz”, el obispo deja constancia de sus sentimientos de empatía
total con las víctimas ante tales hechos: “se
me partió el alma al oír el amargo llanto de madres viudas y niños huérfanos
que, entre inconsolables sollozos, me narraban, sin explicaciones estudiadas,
el cruel atropello y lamentaban la orfandad en que se les había dejado”.
En octubre del
mismo año, Romero firmó una declaración conjunta con otros dos obispos
denunciando “la desaparición de
estudiantes, de campesinos, de obreros y líderes de zonas marginadas”, como
también actos de violencia insurreccional.
Pidiendo resolver el problema de raíz, Romero y dos de sus hermanos
obispos exhortaban: “Ante la ambición del
poder y del dinero, cultivemos el sentido de servicio y de solidaridad, para sentir con el necesitado y ayudarle
eficazmente a su plena realización en una sociedad de paz, ordenada en la
justicia”.
El lema
episcopal de Romero hecho obispo en 1970 «Sentir
con la Iglesia» se convertía en «Sentir
con el necesitado» en 1975, cuando Romero cruzaba la mitad de la década de
su episcopado, dos años antes de ser nombrado arzobispo. El mismo Romero había explicado su maduración
pastoral diciendo: “En Santiago de María
me topé con la miseria”.
Lo demás ya es historia. En 1977, Romero es nombrado Arzobispo de San
Salvador. Según la biografía leída
por Mons. Paglia durante la ceremonia de beatificación:
Los
últimos tres años de la vida de Romero que pasó como Arzobispo de San Salvador
son el tesoro más precioso que nos dejó.
Fueron el culmen de su vida que lo asemejaron todavía más a Jesús en sus
tres años de vida pública.
En su homilía para
la beatificación, el Cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para
las Causas de los Santos, lo llamó “un
obispo sabio” y el Papa Francisco dijo en su carta a la
Iglesia Salvadoreña que Romero fue “un
Obispo celoso que ... se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor”. Este endoso oficializado, y el mismo hecho de
su beatificación, vuelven el éxito de Romero en el obispado realmente
abrumador. “Quisiera distinguirme”—escribía el p. Romero en vísperas de su
ordenación episcopal—“por ser el obispo
del Corazón de Jesús”. Cuarenta y cinco
años más tarde, tenemos la Carta
Apostólica para su beatificación que lo califica de “pastor según el corazón de Cristo”. Bien podríamos decir: ¡misión cumplida!
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