Monday, June 15, 2015

El “Laudato Sí” del Beato Romero


 
BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
 

 



En su reciente carta felicitando a El Salvador por la beatificación de su arzobispo mártir Mons. Óscar A. Romero, el Papa Francisco se refirió a la belleza natural salvadoreña, describiéndolo como “ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico”.  La apariencia de un halo solar durante la ceremonia parecía colmar la belleza natural de la beatificación que tuvo un volcán como trasfondo.  En la teología de la creación, el arco iris representa la alianza entre Dios y Noé después del diluvio.  Esa alianza del arco-iris”, predicaba el Beato Romero el 11 de marzo de 1979, “esa alianza de Dios entregándole al hombre una naturaleza purificada del pecado por el castigo del diluvio, es una alianza que le exige al hombre un respeto a la naturaleza”.

A sus denuncias sociales, el Beato Romero agregó también una denuncia ambiental: “está contaminado el aire, las aguas; todo cuanto tocamos y vivimos; y a pesar de esa naturaleza que la vamos corrompiendo cada vez más, y la necesitamos, no nos damos cuenta que hay un compromiso con Dios: de que esa naturaleza sea cuidada por el hombre”.  Mons. Romero explicitó advertencias ecológicas: “Talar un árbol, botar el agua cuando hay tanta escasez de agua; no tener cuidado con las chimeneas de los buses, envenenando nuestro ambiente con esos humos mefíticos; no tener cuidado donde se queman las basuras; todo eso es parte de la alianza con Dios”.

El Beato Romero, igual que San Francisco de Asís y el papa que ha tomado su nombre, también elevó un cántico de alabanza a Dios por las maravillas de la creación, en el pequeño paraíso tropical de su patria: “¡Qué hermosos cafetales, qué bellos cañales, qué lindas algodoneras, qué fincas, qué tierras, las que Dios nos ha dado!,” clamaba Romero en su homilía del 11 de diciembre de 1977.

Y decía ese 25 de diciembre que “en la belleza de las cosas, en el orden, en la grandeza, en la hermosura de todo lo creado, sentimos una huella de Dios, una palabra, un eco de Dios”.  La magnitud de la naturaleza es humildad del hombre que le señala su lugar y la grandeza de Dios:

Quien mira la creación, quien ve la conservación tan equilibrada y tan maravillosa de la naturaleza; y aun aquél que siente el estremecimiento de los terremotos; y siente las llamaradas de los incendios; las fuerzas de los huracanes; la belleza de la creación y la sublimidad de los fenómenos que el hombre sólo puede admirar, pero no puede frenar. La tempestad misma que Pedro sintió en el Lago de Genezareth. Qué chiquito se siente el hombre ante éstas manifestaciones de la omnipotencia del Creador en su creación. Son testimonio de sí mismo. Testimonio perenne, donde quiera que abramos los ojos o los oídos o captemos el susurro de la creación, Dios nos está hablando.

(Homilía del 13 de agosto de 1978.)  Sin embargo, Romero no se queda en una admiración superficial, sin consecuencias.  Inmediatamente reconoce que la hermosura de esa naturaleza está como hipotecada por la situación de pecado social.  Por ejemplo, en su homilía antes citada del 11 de diciembre de 1977 pasa a decir, después de su elogio de la creación que “cuando la vemos gemir bajo la opresión, bajo la iniquidad, bajo la injusticia, bajo el atropello, entonces, duele a la Iglesia y espera una liberación que no sea sólo el bienestar material, sino que sea el poder de un Dios que librará de las manos pecadoras de los hombres una naturaleza que junto con los hombres redimidos va a cantar la felicidad en el Dios liberador”.

Al reconocer las sombras que opacan un paraíso terrenal, Romero no deja que su cántico se vuelva una marcha fúnebre, llena de pavor, sino un himno de esperanza, prefiriendo cantarle a su tierra iluminada por la palabra de Dios: “me parece que nunca la patria es tan bella como bajo la luz de este sol del transfigurado, en el rostro de Cristo convertido en sol”, predicó el 6 de agosto de 1978, en el marco de la Fiesta Patronal de la Transfiguración.  Cuando el pecado de los hombres sometió la naturaleza a la esclavitud, al egoísmo, a las pasiones, en Cristo encontramos la esperanza de la restauración, la belleza primigenio y la esperanza de su restitución lo que nos hace ver la maravilla de nuestros volcanes, de nuestros lagos, ríos, llanuras y mares embellecidos como nunca”—agregó—“porque si es cierto que gimen bajo el peso del pecado y del egoísmo, en Cristo anhelan y esperan la salvación de todos los hombres a los cuales la misma naturaleza inanimada, está íntimamente unida”.

Treinta años antes de que el Papa Benedicto XVI reclamara por la desigualdad ecológica y los “prófugos ambientales” en sus mensaje por las XL y XLIII Jornadas Mundiales de la Paz, el Beato Romero arremetió contra las condiciones precarias en que se situaban los pobres, que los dejaban particularmente expuestos a las calamidades ambientales, a veces citando estadísticas del acceso al agua y a la energía.  Tras tormentas que dejaron numerosos damnificados en El Salvador, Mons. Romero sentenció en su homilía del 9 de septiembre de 1979: “Todas esas víctimas, hermanos, no sólo son del temporal, sino que lo triste es que es una situación que delata nuestra manera pobre de vivir”.  Citando descripciones de las condiciones miserables de las viviendas, el Beato Romero denunció que “una vivienda como esa no merece el nombre de vivienda. Así viven miles y miles”.  Aseveró que esa situación violentaba la no-exclusión dictaminada por el evangelio.

En otras ocasiones, el Beato Romero amonestó por la falta de justicia en la repartición de la tierra y por la necesidad de tener una reforma agraria.  Declaró que “la tierra está muy ligada a las bendiciones y promesas de Dios” y advirtió en su homilía del 16 de marzo de 1980 que “No habrá verdadera reconciliación de nuestro pueblo con Dios mientras no haya un justo reparto, mientras los bienes de la tierra de El Salvador no lleguen a beneficiar y hacer felices a todos los salvadoreños”.  En otras ocasiones, como el 4 de junio de 1978, reclamó por la necesidad de acceso al agua de la gente: “al dolor no solamente en las colonias de San Salvador, sino también en las zonas campesinas, ver cuánto tiempo y energías pierden nuestros campesinos, y aun en poblados pequeñitos, yendo a buscar en barriles o en cántaros el precioso líquido”.

Como todos sus reclamos, el Beato Romero supo señalar las fuentes teológicas de sus peticiones.  Al hablar del agua, recordaba que “el agua tiene un lenguaje único, el agua que nuestras bocas sedientas toman con avidez”, decía el 26 de febrero de 1978, pero señalando el “ansia de encontrar el agua que salta hasta la vida eterna”.  Y así como los compromisos ambientales nos llevan a profundizar el compromiso con Dios, nuestra relación con Dios conlleva exigencias de cuidado a la creación.  El 11 de marzo de 1979, el Beato Romero interpeló: “Cuidemos, queridos hermanos salvadoreños, por un sentido de religiosidad también, que no se siga empobreciendo y muriendo nuestra naturaleza. Es compromiso de Dios que pide al hombre la colaboración”.

Contemplando la belleza de la naturaleza y del esplendor del pasaje salvadoreño”, dijo el cardenal Amato en la homilía de la beatificación, “Romero solía decir que el cielo debe iniciar aquí en la tierra”.  El “Laudato Sí” del Beato Romero incluyó una alabanza a las maravillas de la creación como evidencia de la grandeza de Dios el Creador, como una exigencia a nuestra responsabilidad siendo custodios de la tierra, y como un resplandecer de esperanza para nuestra salvación.

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