Así como la histórica renuncia papal hace de la Cuaresma de 2013 una experiencia de comunión para toda la Iglesia, la Cuaresma de 1980 era para la Iglesia Salvadoreña una encrucijada de convivencia en la fe. En este Año de la Fe es nuestra gran alegría profundizar sobre los últimos siete sermones dominicales de Mons. Romero desde la fe. Al igual que el papa que reconoce la superioridad del espíritu ante la debilidad de su cuerpo, en su homilía del 17 de febrero de 1980 Mons. Romero invita a un Miércoles de Ceniza “que marca nuestra mortalidad, pero al tiempo nuestra supernaturalidad” y declara en palabras que se podrían aplicar a la renuncia papal: “El hombre no se mortifica por una enfermiza pasión de sufrir. Dios no nos ha hecho para el sufrimiento”, dice Mons. Romero. “Sí, hay ayunos; sí, hay penitencias; sí, hay oración”, reconoce, pero “nuestra fuerza viene de la oración y de nuestra conversión hacia Dios” y la Cuaresma es oportuna “para que nuestros corazones sean como vasos limpios, disponibles que venga el espíritu de Dios, con toda su fuerza de santidad, a transformar la faz de la tierra”. [Texto en español, inglés; audio.]
Anteriormente:
Mons. Romero interpreta a San Pablo: «si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe». (1 Corintios 15, 14.) Romero afirma: “¡Pero Cristo ha resucitado, Cristo vive y esta es la gran fe y confianza, la gran espiritualidad de los pobres, este es nuestro Dios, el Dios de los pobres, como le canta nuestra canción popular!” Esa gran «fe de los pobres» proclamada por Mons. Romero en la Cuaresma del 1980 arranca desde el Sermón del Monte, que Mons. Romero le tocaba interpretar antes de iniciar el ciclo litúrgico de la Cuaresma. Cristo predica «Bienaventurados los pobres» (Lucas 6, 20) y desde esa enseñanza, Mons. Romero indica que “Tendremos hoy, si Dios quiere, una idea clara de lo que tanto repetimos: que la Iglesia ha asumido una opción preferencial por los pobres y que sólo puede ser verdadera Iglesia la Iglesia que se convierte y se compromete con el pueblo sufrido y pobre”.
Mons. Romero recuenta el evangelio con notable entusiasmo: “¡Qué encantador resulta estar reflexionando con aquel Jesús que baja!”, dice, dejando saber su admiración. “En sus expresiones los evangelios tienen profundos modos de ver a Jesús. Mirémoslo bajando de la montaña, bajando de las alturas a confundirse en la llanura con el común de los hombres”, comenta y luego retoma la narración: “Bajando se puso a dirigirles la palabra y es así como se inicia el evangelio: ' Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios '.” Pero no es suficiente exponer el escenario, del descenso de la montaña, sino que es importante también dar todo el contexto histórico. “Fíjense en qué momento Cristo dice esa bienaventuranza para que veamos el alcance. No la arranquemos del contexto de toda la historia de Israel”. Y hace un resumen de la historia de Israel: “¿Cómo nació Israel? De una promesa de Dios a un anciano que se llamaba Abraham, estéril para colmo, con su mujer también estéril, sin tener hijos, le dice: de tu descendencia voy a hacer un gran pueblo”. Nace de la fe: “Acepta por la fe Abraham y aquel pueblo de veras que se hace realidad. Y aquel pueblo encuentra en Dios una promesa: te voy a dar una tierra,” y luego “por medio de un conductor, Moisés, los lleva a esa tierra prometida”, narra monseñor. Sin embargo, el pueblo rechaza la ley de Dios y su desobediencia los lleva al destierro, regresa de Babilonia y “suceden tantas vicisitudes políticas”, incluyendo que llegaron a caer bajo el dominio de Roma. “En ese pueblo dominado por Roma llega Cristo y a ese pueblo sometido políticamente a un poder extranjero, a un imperialismo, Cristo le predica hoy esta bienaventuranza: '¡Dichosos los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios!'.”
Explicando que el contexto en que Jesús predicó las Bienaventuranzas tenía una dimensión histórica y política, Mons. Romero puede rechazar las acusaciones de que él está predicando con populismo o politización. Afianzarse a las Bienaventuranzas no es politización: “Jesucristo no se presenta con armas ni con movimientos revolucionarios políticos, aunque da una doctrina para que todas las revoluciones de la tierra se encajen en la gran liberación del pecado y de la vida eterna. él da horizontes a los que luchan por las liberaciones del pueblo,” predica monseñor. Su mensaje de liberación a los salvadoreños no es distinto del de Cristo a los israelitas cuando les dice, “ustedes tienen que ser libres también, ustedes tienen que sacudir un día el yugo de los que han invadido esta tierra, pero tienen que hacerlo desde esta espiritualidad de los pobres” no con violencia. “Si por una necesidad del momento estoy iluminando la política de mi patria, es como pastor, es desde el Evangelio, es una luz que tiene la obligación de iluminar los caminos del país y aportar como Iglesia la contribución que como Iglesia tiene que dar”.
La predicación de Jesús, dice Mons. Romero, resuena con “el eco de Jeremías”, profeta del Viejo Testamento, quien había predicado, “Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza apartando su corazón del Señor. Será como un cargo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. La visión de la aridez para el hombre que ha puesto su confianza en las cosas de la tierra”, dice monseñor (Jeremías 17, 5-8). “¿No les parece escuchar aquí el eco de Cristo: ¡Dichoso el pobre, el que confía en el Señor y pone en el Señor su confianza? Será un árbol plantado junto al agua que junto a las corrientes echa, raíces ... Estos son los verdaderos pobres, la espiritualidad de los pobres substancialmente es una gran confianza en el Señor, y la maldición de los ricos es cuando se apartan del Señor y ponen toda su confianza en la carne, es decir, en los valores terrenales”.
Esta es la clave para entender la segunda lectura de ese domingo, dice monseñor, en que San Pablo insiste en la verdad absoluta de la Resurrección, diciendo que sin Resurrección «vana es nuestra fe». (1 Corintios 15, 14.) Mons. Romero alude a otro aspecto de la política de la fe, recordando que San Pablo había sido un colaborador de las autoridades en la persecución de los cristianos: “San Pablo es un testigo maravilloso de la resurrección porque si había un hombre que no hubiera querido creer en Jesús ni en la resurrección, era el perseguidor Saulo. Creía que los cristianos estaban engañando a sus compañeros judíos y por eso los perseguía”. Sin embargo, “si existe esa resurrección, allí se afianza nuestra fe y nuestra esperanza porque si Cristo no hubiera resucitado seríamos los más miserables de los hombres creyendo en una mentira”. Saulo/Pablo sufre un cambio radical, parecido al cambio que muchos ven el mismo Mons. Romero, el mismo cambio que Mons. Romero nos exhorta a todos a experimentar, especialmente a “los que viven en los grupos organizados o partidos políticos, no olviden, si son cristianos: vivan profundamente esta intensidad de la espiritualidad de la pobreza, vivan intensamente este compromiso cristiano con los pobres”, invita monseñor. “Una de las necesidades más urgentes de la pastoral de la Arquidiócesis”, declara monseñor, es “madurar en la fe a [los] que pertenecen a grupos políticos; para que vivan ese compromiso desde la fe, sin traicionar la fe, sabiendo que la fe tiene una dimensión política, pero que es siempre la fe en la eterna resurrección del Señor y en el arrancar al hombre del pecado”.
Esa «fe de los pobres» da también sentido al ayuno y la penitencia de la Cuaresma, como un sentido de solidaridad con los pobres y de identificación con la espiritualidad de la pobreza. “Yo les invito a que vivamos una Cuaresma en que no hagamos consistir en comer tanto carne, u otra cosa”, dice Mons. Romero, “sino en mortificarnos y en compartir con los que tienen menos lo poco que nosotros tenemos. Vivir ese sentimiento de participación, de amor, de caridad. Hacer sobre todo en nuestra Cuaresma un gran ejercicio de reconciliación con los enemigos”, exhorta. “Saber perdonar, saber prepararnos para resucitar en el amor con Cristo en la Pascua próxima”.
Concluye declarando, “queremos un pueblo santo … queremos una política que de veras camine en el bienestar de nuestro pueblo y de nuestros pobres. Y así podemos repetir hoy con Jesucristo: ¡Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos!”