Después de
la fiesta de Pentecostés de este Año de la Fe, recordamos la primera carta
pastoral de Monseñor Romero, sobre el tema de Pentecostés. La primera carta
pastoral de Mons. Oscar Romero fue publicada durante el tiempo que fue obispo
de Santiago de María, una diócesis rural de El Salvador. Titulada “El Espíritu Santo en la Iglesia”, la
primera carta de Romero fue publicada en Pentecostés de 1975.
Aunque no
lleva el lenguaje fuerte de denuncia que Romero usaría media década después, la
carta contiene una afirmación clara de que el Espíritu Santo obra a través de
la Iglesia pos conciliar y que el Magisterio exige la denuncia profética de la
injusticia social. La experiencia de Romero en Santiago le abrió los ojos a las
duras desigualdades de la vida salvadoreña, especialmente para los campesinos,
y lo puso en camino a su destino como un gran exponente de la doctrina social
de la Iglesia.
“Nos preocupa seriamente”—escribe—“la injusta desigualdad social y económica y
política en que viven nuestros hermanos”.
Romero se
lamenta de que esta desigualdad es un “obstáculo”
a su misión espiritual y añade que, “No
estaría completa mi palabra de pastor si no se refiriera a esta alarmante
situación concreta en que tiene que vivir y moverse la Iglesia en esta región
de la Patria, tan privilegiada de dones naturales, pero que gime, como diría S.
pablo, ‘bajo la esclavitud de la corrupción y en espera de la liberación de la
gloria de los hijos de Dios’ [Romanos 8,21]”.
Romero
también hace una expresión de la “opción
preferencial por los pobres”: “por
estar mejor dispuestos a la Virtud de la pobreza de espíritu—que no es siempre carencia de bienes materiales
ni perezoso conformismo—[los pobres] merecieron
la primera bienaventuranza del Divino Maestro”, escribe. Y añade que “su precaria situación siempre ha merecido
las preferencias del amor de Cristo y de su Iglesia”.
Escribe con
ternura. “Aun en el necesario caso de la
denuncia,” Romero escribe: “será el
mío un lenguaje de amor de pastor que no tiene enemigos sino a aquellos que
voluntariamente quieran serlo de la verdad de Cristo”.
Critica a
una liberación puramente temporal. “El
paraíso que una falsa liberación espera construir en esta tierra, es pura ilusión”,
advierte. Por el contrario, “la verdadera
meta de la liberación cristiana y la verdadera competencia del quehacer de la Iglesia”,
escribe en otro lugar, es “dignificar al
hombre hasta hacerlo, por la conversión de corazón y la aceptación de la
gracia, un verdadero hijo de Dios”.
En la
primera carta pastoral de Mons. Romero, vemos un obispo que recoge los mandatos
del Concilio Vaticano II y con cautela comienza a ponerlos en práctica. Un
obispo que camina hacia las periferias existenciales para encontrarse con los
pobres ...
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