Cuatro días después de la reunión con el papa, Mons. Romero conoció a
una reportera llamada María López Vigil. Ella se ha hecho pasar como una gran
amiga y colaboradora del arzobispo, pero en su diario el describe como la llegó
a conocer por primera vez en mayo del ’79: “Me
comuniqué con el Padre Pedro, de los pasionistas, quien vino junto con María
[López Vigil], la escritora que escribe
en Vida Nueva [esta descripción confirma que es López Vigil], y que hizo un
bonito reportaje. Tuve mucho gusto de
conocerla y de saludar al Padre Pedro Ferradas y compartir con ellos muchos
recuerdos e impresiones de nuestra vida en El Salvador”. Según López Vigil, durante este encuentro,
Mons. Romero le compartió un relato emocional de su encuentro con el papa
cuatro días antes (aunque monseñor en su diario se limita a decir que le habló
acerca de sus impresiones de su vida en El Salvador). En la versión de López Vigil, Mons. Romero se
quejó, “casi llorando”, de su tratamiento
por el papa. (Diálogo entre monseñor Óscar Arnulfo Romero y el Papa Juan Pablo II, “Testimonio” de María López Vigil, autora del libro PIEZAS PARA UN RETRATO,UCA Editores, San Salvador 1993; Diario de Mons. Óscar Arnulfo Romero, mayo de1979.) López Vigil cuenta de que, “Lo vi en un estado de ‘shock’. La primera
cosa que él dijo fue, ‘Ayúdeme a entender porqué he sido tratado por el Santo
Padre de la manera que me trató’.” (Transcripción del programa televisivo, John Paul II: The Millennial Pope [Juan Pablo II: El Papa Milenio], PBS, 28 de septiembre de 1999.) ¡La primera cosa
que le dijo el día que la conoció!
La versión que María López Vigil publicó en 1993 acerca del encuentro
entre Mons. Romero y Juan Pablo II ha llegado a tener aceptación universal. Sin
embargo, una comparación de ese relato con la narración que hace Mons. Romero
en su propio diario el mismo día de la audiencia, y pronunciamientos que hace
en una homilía al regresar a El Salvador, difiere en importantes aspectos. Las diferencias entre los relatos de Mons.
Romero y María López Vigil comienzan desde las circunstancias que precedieron a
la audiencia. Según López Vigil, Mons. Romero tuvo que “mendigar” la audiencia cuando el Papa salió a la Plaza de San Pedro
durante una Audiencia General: “Monseñor
Romero ha madrugado para lograr ponerse en primera fila. Y cuando el Papa pasa
saludando, le agarra la mano y no se la suelta”. En el relato de López
Vigil, Mons. Romero “reclama con la
autoridad de los mendigos” al Papa: “Santo
Padre: soy el Arzobispo de San Salvador y le suplico que me conceda una
audiencia”. Pero en el Diario de Mons. Romero, el asunto es diferente: es el
Papa el que propone la reunión privada. Mons. Romero cuenta que el Papa
lo invitó a Mons. Romero y a 40 otros obispos allí presentes a dar una
bendición compartida desde la tarima, y después los saludó uno por uno: “Al estrecharle la mano y pedirle una
bendición para la Arquidiócesis de San Salvador, él me dijo que tendríamos que
platicar en privado”.
Las diferencias continúan—y se magnifican—el día de la audiencia. En la
narración de López Vigil, cuando Mons. Romero se presenta ante el Papa con
varios informes gruesos, el pontífice reacciona con evidente desagrado. Escribe
López Vigil: “No toca un papel el Papa.
Ni roza el cartapacio. Tampoco pregunta nada. Sólo se queja”. Entonces,
López Vigil atribuye estas palabras al Papa: “¡Ya les he dicho que no vengan cargados con tantos papeles! Aquí no
tenemos tiempo para estar leyendo tanta cosa”. Es una escena fuerte la que
describe López Vigil, pero de fuerte también podríamos caracterizar la
diferencia en el relato de Mons. Romero. Nos ha dicho López Vigil que el Papa
no preguntaba nada. Mons. Romero describe una escena distinta: “Comenzó a preguntarme por la situación del
país”. El Papa de López Vigil resulta desinteresado y resiste la revisión
de los documentos. El Papa de Mons. Romero es acomodaticio y revisa todo lo
presentado: “Un gesto que me quedó
grabado para siempre es la atención con que Juan Pablo II escucha”,
recordaba Mons. Romero. (Homilía del 13 de mayo de 1979.) “Cuando terminaban sus frases y yo comenzaba
a hablar, él se ponía todo [en] atención, hasta físicamente se inclinaba para
escuchar, como para comprender”. (Ibid.) “Le invité atentamente a que siguiéramos el memorandum que llevaba
escrito, a lo cual él accedió gustoso. Comenzamos a leer y yo le iba sacando
los documentos” (Su Diario). Y cuando el Papa de López Vigil contesta con
una exclamación de enojo, el Papa de Mons. Romero responde con una sonrisa: “Cuando saqué el folder de las informaciones
extranjeras sobre la situación del país se sonrió viendo que era un volumen muy
grueso y que no habría tiempo de ver”.
López Vigil escribe un relato en cual Mons. Romero le habla al Papa
conmovido sobre el asesinato del P. Octavio Ortiz y el Papa le resta
importancia al tema (“- Tan cruelmente
que nos lo mataron y diciendo que era un guerrillero... -hace memoria el
arzobispo. - ¿Y acaso no lo era? -contesta frío el Pontífice”.) Ese relato
no consta en absoluto en el Diario de Mons. Romero, quien se limita a contar
que entrego el informe: “Le dí también un
folder con el retrato del Padre Octavio, muerto, y con mucha información sobre
ese asesinato ... Yo le aclaré y él me
dió la razón de que hay circunstancias, le cité, por ejemplo, el caso del
Padre Octavio, en que se tiene que ser muy concreto porque la injusticia, el
atropello ha sido muy concreto”. Y después de toda la descripción que
parece coincidir muy poco con la de Mons. Romero, López Vigil nos deja con una
frase que puede tipificar la aptitud del Papa de la versión de López Vigil: “¡No exagere, señor arzobispo!” Mons.
Romero, sin embargo, se queda con otra frase de aquella audiencia: “[E]n el fondo recordé que había recomendado ‘audacia y valor, pero al mismo tiempo,
mesurada por una prudencia y un equilibrio necesario’.” En homilías posteriores, Romero se referiría
reiteradamente a aquella frase de Juan Pablo: “audacia y valor”.Cuando leemos una versión no oficial, o fragmentos recogidos de tal versión, escogidos selectivamente para “hacer noticia”, deberíamos recordar el caso de Mons. Romero y Juan Pablo II.
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