“Los pobres y los jóvenes constituyen la riqueza y la esperanza de la Iglesia en América Latina”, declaró Mons. Óscar A. Romero, el arzobispo asesinado de San Salvador, en 1980. Esas dos fuerzas—los pobres y los jóvenes—se encontrarán cuando el Papa Francisco, que ha puesto a los pobres en un punto central en su Iglesia, llegue a Río de Janeiro a celebrar el 28 ° Día Mundial de la Juventud. El primer Día Mundial de la Juventud con un Papa latinoamericano, celebrado en la América Latina, va a poner en relieve lo que el Papa Benedicto XVI llamó “el continente de la esperanza”, y por ello se ofrece este ligero recorrido por el alma católica de Latinoamérica.
A la llegada del Papa, las turbulencias del clima político cobran un espacio principal. Siempre es así en América Latina. La región tiene una historia de agitación, con la Iglesia en medio del drama, siempre siendo la barca sacudida por la tempestad navegando aguas convulsas. La crisis más reciente surge de amplias protestas populares contra gastos excesivos del Brasil para financiar grandes eventos internacionales como la Copa del Mundo del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016, mientras que el gasto en programas sociales y de infraestructura languidece (el apoyo oficial para la JMJ podría caer en la misma categoría, pero es mucho más pequeña en escala). La popularidad del presidente de Brasil ha decaído precipitosamente y seis personas han muerto durante las protestas, pero este tumulto es leve comparado con los conflictos que han caracterizado al continente. Durante el siglo XX, algunos países de América Latina han sufrido terribles guerras civiles (por ejemplo: Colombia, Cuba, El Salvador, y Nicaragua), y muchos otros han experimentado insurrecciones a fuego lento, golpes militares y episodios similares (por ejemplo: Argentina, Chile, Guatemala, y el Perú ), y prácticamente toda la región ha sufrido juntas militares y dictaduras, todas generalmente orientadas a contener el malestar social causado por las profundas desigualdades sociales y económicas en la forma en que las sociedades latinoamericanas se han estructurado.
La Iglesia reconoció las disparidades económicas en un histórico sínodo regional celebrado en Medellín, Colombia, en 1968, con la presencia del Papa Pablo VI. “Existen muchos estudios sobre la situación del hombre latinoamericano”, dijeron los obispos en un comunicado de aquel momento. “En todos ellos se describe la miseria que margina a grandes grupos humanos. Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo”, se proclamó entonces. Los obispos en Medellín han definido los dos pilares que caracterizan el espíritu de la Iglesia en América Latina: la evangelización y la promoción humana. Los obispos de América Latina han vuelto a confirmar ese compromiso en su última reunión, celebrada en el 2007 en Aparecida, Brasil, una de las ciudades en el itinerario del Papa Francisco para esta JMJ del 2013. El entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio desempeñó un papel importante en aquella reunión, y es el responsable de su documento final. El influyente comentarista católico George Weigel elogió el texto. “El Documento de Aparecida sugiere que América Latina es mucho más que el centro demográfico de la Iglesia Católica”, ha dicho. “Iluminados por Cristo”—reza el documento— “el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como Iglesia samaritana recordando que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana”. Ese compromiso por una evangelización acompañada por la promoción humana parece ser el núcleo de la propia misión del Papa Francisco y probablemente deriva de sus raíces en la Iglesia latinoamericana.
Algunos han cuestionado si la búsqueda de la justicia social siempre ha acompañado a la evangelización, como señala el documento de Aparecida. Una de las voces más fuertes que ha hablado en favor de la justicia social en América Latina ha sido el ya mencionado Mons. Romero, asesinado en El Salvador en 1980 específicamente como consecuencia de su denuncia de las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura militar en su país. En una carta pastoral de 1979, Romero sostiene que “la Iglesia ha estado siempre presente cuando la situación de una sociedad aparece claramente como situación de pecado”, y se refiere a los primeros campeones de los derechos de los indígenas, como Fray Bartolomé de las Casas, en México. En mayo de 2007, el Papa Benedicto XVI reconoció que la trayectoria de la Iglesia no ha sido impecable. El Papa reconoció “los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales”. Sin embargo, señaló que los excesos habían sido “condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas”, y que no superan “la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos”. El Papa Benedicto reconoce las contribuciones de los líderes de la iglesia, históricos y actuales. “El Evangelio”—dijo el Papa en el 2008—“llevado allí por los primeros misioneros y predicado también con fervor por pastores llenos de amor de Dios, como Mons. Óscar Arnulfo Romero, ha arraigado ampliamente en esa hermosa tierra, dando frutos abundantes de vida cristiana y de santidad”.
Desde Bartolomé de las Casas a Óscar Romero, la Iglesia de América Latina ha atravesado la rica trayectoria de la historia del continente. La Iglesia ha tenido que navegar el tumultuoso siglo XX, en el cual muchos países latinoamericanos lucharon para finalmente resolver su emancipación de las potencias coloniales europeas (principalmente España). Un análisis secreto de la CIA de 1969 divide la Iglesia en América Latina a mediados del siglo XX en tres facciones: los “Reaccionarios” ultraconservadores; un sector principal “No Comprometido”; y un bloque emergente “Comprometido”. Los reaccionarios eran el grupo más pequeño, y aunque el grupo no comprometido era enorme, los clérigos comprometidos eran los más influyentes—analiza el informe. Estos últimos cobraban fuerzas del resultado del Concilio Vaticano II, donde sus dirigentes presionaron con éxito para obtener un fuerte compromiso con la justicia social. Benedicto XVI fue consultor teológico del Concilio, y recuerda que, “conociendo bien la miseria del pueblo, de un continente católico”, el contingente de América en el Concilio gestionó los temas de “la responsabilidad de la fe por la situación de estos hombres” y de la “responsabilidad por el futuro de este mundo y la esperanza escatológica” como dimensiones de la fe en el mundo moderno. El informe de 1969 de la CIA señaló que el clero comprometido de América Latina ha sido “insistente en que la Iglesia debe deshacerse de sus posesiones materiales y convertirse en una ‘Iglesia pobre’, así como una ‘Iglesia de los pobres’.” (Compárese el Papa Francisco: “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”) En fin, la Iglesia en América Latina es un sector influyente de la Iglesia Universal. Como dice Weigel, “América Latina es mucho más que el centro demográfico de la Iglesia Católica”.
La Iglesia en América Latina es por lo menos eso—el centro demográfico. Un reciente estudio del grupo Pew cuantificó el gran cambio a favor de América Latina en el catolicismo. “En el 1910, Europa era la base de cerca de dos tercios de todos los católicos, y casi nueve de cada diez vivía o en Europa (65%) o América Latina (24%)”, dice el estudio. “En cambio, en el 2010, sólo una cuarta parte de todos los católicos (24%) se encuentran en Europa. La mayor parte (39%) se encuentra en América Latina y el Caribe”, concluye el estudio. La identidad católica de América Latina, ha sufrido leves bajas, pero sigue siendo bastante fuerte. Algunos países latinoamericanos—como Argentina y Costa Rica—todavía reconocen al catolicismo como la religión oficial del estado. Otros—como la República Dominicana, El Salvador, Panamá, Paraguay y Perú—no reconocen a la Iglesia oficial, pero aún así le dan trato preferencial en sus constituciones. Si bien las clasificaciones de la CIA de 1969 parecen anticuadas, todavía existen corrientes dentro del catolicismo latinoamericano que se deben entender. Un artículo publicado en The Christian Century distingue entre cuatro: (1) la piedad popular (lo que “tiene que ver con las fiestas patronales, así como enormes aglomeraciones en honor a varias imágenes de la virgen o de los santos”), (2) la iglesia tradicional , (3) la iglesia del Vaticano II (los herederos del grupo “comprometido”, incluyendo al Papa Francisco y a Mons. Romero.), y (4) la iglesia activista (las corrientes más radicales de la Teología de la Liberación). Esperemos que un conocimiento de los antecedentes historicos ayude a entender mejor cómo interactúan estas corrientes.
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En 1979, Óscar Romero celebró una vigilia de jóvenes. Presentó sus participantes a los feligreses. Habían participado—dijo—en “una vigilia que sin duda ha robustecido sus espíritus y, sobre todo, ha agradado a Dios porque han fortificado el sentido de Iglesia”. Luego se dirigió a los propios jóvenes. “Al verlos a Uds., queridos jóvenes”—dijo Mons. Romero—“pienso precisamente en el personaje central de esta mañana: Cristo joven”. Al igual que Jesús, dijo Romero, los jóvenes deben preguntarse a sí mismos: “¿Para qué me quiere Dios? Y saber discernir por encima de todos los considerandos económicos y familiares: ¿para qué me quiere Dios?”
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Actualización: el Papa Francisco sonó una nota similar durante su recitación del «Angelus» el 21 de julio. “Todos los que van a Rio quieren escuchar la voz de Jesús, escuchar a Jesús”, dijo el Papa. Necesitan saber, “Señor, ¿qué debo hacer con mi vida? ¿Cuál es el camino para mí?”
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