Contemplando la primera encíclica del Papa Francisco, los conocedores de la Iglesia en el continente podrían pensar en la primera carta pastoral de otro prominente clérigo latinoamericano—Mons. Óscar A. Romero de El Salvador. A primera vista, la «LUMEN FIDEI» de Francisco y “La Iglesia de la Pascua” de Romero (1977) pueden parecer dos documentos muy diferentes presentados en contextos distintos, pero un examen más detenido de las dos obras resalta que coinciden en lo fundamental. (Este es un análisis del Año de la Fe de la predicación y la orientación teológica del Siervo de Dios Óscar Romero.)
Al fondo, ambas son epístolas
introductorias que tratan de justificar y promover las enseñanzas del Concilio
Vaticano II. Ambas se dirigen a un mundo
moderno que parece estar cada vez más distante, y ofrecen un llamado urgente a “dialogar” con la fe. Aun estructuralmente, los dos documentos
tienen sorprendentes similitudes. Ambos
se dividen en cuatro capítulos centrados sobre: (1) las circunstancias que
precipitaron la necesidad de cada carta, (2) los fundamentos bíblicos de la
carta, (3) la naturaleza de la Iglesia, y (4) la situación del mundo que
justifica su intervención. Ambos
documentos concluyen con una oración mariana.
Y si bien la carta de Romero fue escrita decididamente por dos manos y
no cuatro, aun en este sentido hay algunos paralelismos. Romero escribió su carta pastoral del todo
por sí mismo, trabajando febrilmente sobre ella, incluso durante su primer
viaje a Roma como arzobispo, redactándola inclusive durante una escala en el
aeropuerto Kennedy de Nueva York. Sin
embargo, al principio del documento Romero reconoce su deuda con su predecesor
y Romero deriva las ideas teológicas principales del documento del religioso
argentino Eduardo Pironio.
El núcleo del mensaje de Romero
se resume en la cita de Sínodo de los obispos latinoamericanos del 1968 en
Medellín y su sueño de una Iglesia “auténticamente
pobre, misionera y pascual”. Estas palabras dicen mucho acerca de la visión
teológica de Romero y el por qué Francisco está deseoso de canonizarlo. Las palabras evocan tres pronunciamientos
papales recientes: (1) la visión de Francisco de “una Iglesia pobre y para los pobres” (2) el pensamiento de Francisco
que “toda la pastoral sea en clave
misionera”, porque, “Una Iglesia que
no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su
encierro”, y (3) la tesis del Papa Benedicto sobre las “ideas esenciales” del Concilio—“sobre todo el Misterio pascual como centro
del ser cristiano”, que toma como punto de partida, “el encuentro con el Resucitado y, a partir del encuentro con el
Resucitado, vamos al mundo”. El contingente latinoamericano en el Concilio,
Benedicto recordó, “conociendo bien la
miseria del pueblo, de un continente católico”, estaba ansioso por buscar “la responsabilidad de la fe por la situación
de estos hombres” y los conceptos interrelacionados de la “responsabilidad por el futuro de este mundo
y la esperanza escatológica”, como dimensiones de la interacción entre la
fe y el mundo moderno. Esta es la
Iglesia de donde viene Romero, y Francisco parece provenir del mismo lugar y
beber el agua del mismo pozo.
Romero abre su carta declarando
audazmente que las circunstancias que le han llevado a dirigir la Arquidiócesis
de San Salvador constituyen una ocasión providencial para implementar y probar
las enseñanzas del Concilio. “Si yo buscara un calificativo apropiado para
designar esta hora de relevo apostólico de la Arquidiócesis”, escribe, “no dudaría en llamarla una hora pascual”.
La Arquidiócesis de San Salvador, Romero escribe, vive lo que el Cardenal
Pironio había llamado en sus ejercicios espirituales de la Semana Santa de 1974
ante el Papa, “la Hora de Jesús”: “Hora”, dice Romero citando a Pironio, “de cruz y de esperanza, de posibilidades y
riesgos, de responsabilidad y compromiso”. Romero añade sus propias
palabras, “sobre todo, de mucha oración y
contemplación para interpretar, desde el mismo corazón de Dios, estas señales
de nuestro tiempo”, escribe, “para
saber prestar el servicio que como Iglesia debemos a estos justos anhelos de
nuestros hermanos”. La hora a que
Romero se refiere había sido de hecho una prueba de fuego: lo habían llamado
como alternativa conservadora a dirigir una archidiócesis plagada de un
creciente malestar social y conflictos Iglesia-Estado, agravados por el
asesinato de un sacerdote, a pocas semanas de su ascensión a arzobispo.
El cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga,
recientemente nombrado por el Papa Francisco a liderar su comisión para reformar
la curia y gobernar la Iglesia mundial, también viene del mismo ambiente latinoamericano
y conoció a Romero cuando era un joven sacerdote en su tierra natal de Honduras. En esta carta pastoral, “Romero escribe que la Iglesia nace de la Pascua, vive de la Pascua, y
existe para anunciar y hacer presente hoy la gracia de la Pascua”, dice el cardenal. “Enfocar la Iglesia sobre la Pascua es una jugada brillante”, afirma
el cardenal, señalando que los evangelios están escritos desde una perspectiva
similar. “Decir Pascua”, dice Rodríguez, “es
decir esperanza inquebrantable, ya que se basa en la victoria de Jesús sobre el
pecado y la muerte, sobre Satanás y su reino del mal”. En su carta, Romero
confirma que: “Cuando he llamado ‘hora
pascual’ a este momento de nuestra Arquidiócesis, pensaba en toda esta
exuberante potencialidad de fe, esperanza y amor de Cristo resucitado—viviente y operante—ha provocado en los diversos sectores de nuestra Iglesia particular”.
Y añade: “aún en sectores y personas que
no pertenecen ni participan todavía en nuestra fe pascual” (Compárese el
Papa Francisco en «LUMEN FIDEI:» “Al configurarse como vía, la fe concierne
también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan
de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen
en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la
senda hacia la fe”.)
En un pasaje clave de su carta,
Romero declara que: “La Iglesia no vive
para sí. Su razón de ser es la misma de Jesús: un servicio a Dios para salvar
al mundo”. (Una vez más, ver el Papa Francisco en su encíclica: “Sí, la fe es un bien para todos, es un bien
común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para
construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras
sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza”.) Desafiando
tanto a los no creyentes a comprometerse con la Iglesia, y a los de la Iglesia
a comprometerse con el mundo, Romero cita, una vez más, al Card. Pironio, quien había diagnosticado que el problema
es que “Los cristianos no habíamos
asimilado profundamente a Jesucristo”, concluyendo que “Divorciamos la fe de la vida”, por
ejemplo, “nos contentamos con proclamar
la fe o celebrarla en la liturgia, pero sin realizarla en lo concreto del amor
y la justicia” (comparar el Papa Benedicto XVI: “En América Latina, y también en otros lugares, en no pocos católicos se
percibe cierta esquizofrenia entre moral individual y pública: personalmente,
en la esfera individual, son católicos, creyentes, pero en la vida pública
siguen otros caminos que no corresponden a los grandes valores del Evangelio,
que son necesarios para la fundación de una sociedad justa” y la advertencia del Papa Francisco contra los “cristianos
rígidos”, que prestan atención a las formalidades, así como lo hicieron los
escribas y fariseos, pero que pueden ser los “pelagianos de hoy”, que viven convencidos de que “la salvación está en el modo en el cual yo
hago las cosas”, a pesar de que practican una fe sin alegría ni amor.)
Romero extiende una mano abierta
a todos: “Represento a la Iglesia, la
cual siempre está deseosa de dialogar con todos los hombres para comunicarles
la verdad y la gracia que Dios le ha confiado a fin de orientar el mundo
conforme a sus proyectos divinos”.
Y concluye con una oración a la
Santísima Virgen. “Pongamos por intercesora a la Reina de la Paz, Patrona Celestial de
nuestro pueblo”, escribe. “Madre del Resucitado que Ella ampare a
nuestra Iglesia, Sacramento de la Pascua. Que como María, la Iglesia viva ese
feliz equilibrio de la Pascua de Jesús que debe marcar el estilo de la
verdadera salvación del hombre en Cristo: sentirse glorificada ya en los cielos
como imagen y principio de la vida futura y al mismo tiempo ser aquí en la
tierra luz del peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de
consuelo hasta que llegue el día del Señor”.
Ver también:
Cartas Pastorales de Mons. Romero
2° Carta Pastoral de Mons. Romero
1° carta episcopal de Mons. Romero
Ver también:
Cartas Pastorales de Mons. Romero
2° Carta Pastoral de Mons. Romero
1° carta episcopal de Mons. Romero
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