Monday, July 08, 2013

PRIMERA CARTA PASTORAL DE MONS. ROMERO


 


Contemplando la primera encíclica del Papa Francisco, los conocedores de la Iglesia en el continente podrían pensar en la primera carta pastoral de otro prominente clérigo latinoamericano—Mons. Óscar A. Romero de El Salvador.  A primera vista, la «LUMEN FIDEI» de Francisco y La Iglesia de la Pascua de Romero (1977) pueden parecer dos documentos muy diferentes presentados en contextos distintos, pero un examen más detenido de las dos obras resalta que coinciden en lo fundamental.  (Este es un análisis del Año de la Fe de la predicación y la orientación teológica del Siervo de Dios Óscar Romero.)
Al fondo, ambas son epístolas introductorias que tratan de justificar y promover las enseñanzas del Concilio Vaticano II.  Ambas se dirigen a un mundo moderno que parece estar cada vez más distante, y ofrecen un llamado urgente a “dialogar” con la fe.  Aun estructuralmente, los dos documentos tienen sorprendentes similitudes.  Ambos se dividen en cuatro capítulos centrados sobre: (1) las circunstancias que precipitaron la necesidad de cada carta, (2) los fundamentos bíblicos de la carta, (3) la naturaleza de la Iglesia, y (4) la situación del mundo que justifica su intervención.  Ambos documentos concluyen con una oración mariana.  Y si bien la carta de Romero fue escrita decididamente por dos manos y no cuatro, aun en este sentido hay algunos paralelismos.  Romero escribió su carta pastoral del todo por sí mismo, trabajando febrilmente sobre ella, incluso durante su primer viaje a Roma como arzobispo, redactándola inclusive durante una escala en el aeropuerto Kennedy de Nueva York.  Sin embargo, al principio del documento Romero reconoce su deuda con su predecesor y Romero deriva las ideas teológicas principales del documento del religioso argentino Eduardo Pironio.
El núcleo del mensaje de Romero se resume en la cita de Sínodo de los obispos latinoamericanos del 1968 en Medellín y su sueño de una Iglesia “auténticamente pobre, misionera y pascual”. Estas palabras dicen mucho acerca de la visión teológica de Romero y el por qué Francisco está deseoso de canonizarlo.  Las palabras evocan tres pronunciamientos papales recientes: (1) la visión de Francisco de “una Iglesia pobre y para los pobres” (2) el pensamiento de Francisco que “toda la pastoral sea en clave misionera”, porque, “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro”, y (3) la tesis del Papa Benedicto sobre las “ideas esenciales” del Concilio—“sobre todo el Misterio pascual como centro del ser cristiano”, que toma como punto de partida, “el encuentro con el Resucitado y, a partir del encuentro con el Resucitado, vamos al mundo”. El contingente latinoamericano en el Concilio, Benedicto recordó, “conociendo bien la miseria del pueblo, de un continente católico”, estaba ansioso por buscar “la responsabilidad de la fe por la situación de estos hombres” y los conceptos interrelacionados de la “responsabilidad por el futuro de este mundo y la esperanza escatológica”, como dimensiones de la interacción entre la fe y el mundo moderno.  Esta es la Iglesia de donde viene Romero, y Francisco parece provenir del mismo lugar y beber el agua del mismo pozo.
Romero abre su carta declarando audazmente que las circunstancias que le han llevado a dirigir la Arquidiócesis de San Salvador constituyen una ocasión providencial para implementar y probar las enseñanzas del Concilio.  Si yo buscara un calificativo apropiado para designar esta hora de relevo apostólico de la Arquidiócesis”, escribe, “no dudaría en llamarla una hora pascual”. La Arquidiócesis de San Salvador, Romero escribe, vive lo que el Cardenal Pironio había llamado en sus ejercicios espirituales de la Semana Santa de 1974 ante el Papa, “la Hora de Jesús”: “Hora”, dice Romero citando a Pironio, “de cruz y de esperanza, de posibilidades y riesgos, de responsabilidad y compromiso”. Romero añade sus propias palabras, “sobre todo, de mucha oración y contemplación para interpretar, desde el mismo corazón de Dios, estas señales de nuestro tiempo”, escribe, “para saber prestar el servicio que como Iglesia debemos a estos justos anhelos de nuestros hermanos”.  La hora a que Romero se refiere había sido de hecho una prueba de fuego: lo habían llamado como alternativa conservadora a dirigir una archidiócesis plagada de un creciente malestar social y conflictos Iglesia-Estado, agravados por el asesinato de un sacerdote, a pocas semanas de su ascensión a arzobispo.
El cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, recientemente nombrado por el Papa Francisco a liderar su comisión para reformar la curia y gobernar la Iglesia mundial, también viene del mismo ambiente latinoamericano y conoció a Romero cuando era un joven sacerdote en su tierra natal de Honduras.  En esta carta pastoral, “Romero escribe que la Iglesia nace de la Pascua, vive de la Pascua, y existe para anunciar y hacer presente hoy la gracia de la Pascua”, dice el cardenal.  Enfocar la Iglesia sobre la Pascua es una jugada brillante”, afirma el cardenal, señalando que los evangelios están escritos desde una perspectiva similar.  Decir Pascua”, dice Rodríguez, “es decir esperanza inquebrantable, ya que se basa en la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, sobre Satanás y su reino del mal”. En su carta, Romero confirma que: “Cuando he llamado ‘hora pascual’ a este momento de nuestra Arquidiócesis, pensaba en toda esta exuberante potencialidad de fe, esperanza y amor de Cristo resucitadoviviente y operanteha provocado en los diversos sectores de nuestra Iglesia particular”. Y añade: “aún en sectores y personas que no pertenecen ni participan todavía en nuestra fe pascual” (Compárese el Papa Francisco en «LUMEN FIDEI:» “Al configurarse como vía, la fe concierne también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe”.)
En un pasaje clave de su carta, Romero declara que: “La Iglesia no vive para sí. Su razón de ser es la misma de Jesús: un servicio a Dios para salvar al mundo”. (Una vez más, ver el Papa Francisco en su encíclica: “Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza”.) Desafiando tanto a los no creyentes a comprometerse con la Iglesia, y a los de la Iglesia a comprometerse con el mundo, Romero cita, una vez más, al Card.  Pironio, quien había diagnosticado que el problema es que “Los cristianos no habíamos asimilado profundamente a Jesucristo”, concluyendo que “Divorciamos la fe de la vida”, por ejemplo, “nos contentamos con proclamar la fe o celebrarla en la liturgia, pero sin realizarla en lo concreto del amor y la justicia” (comparar el Papa Benedicto XVI: “En América Latina, y también en otros lugares, en no pocos católicos se percibe cierta esquizofrenia entre moral individual y pública: personalmente, en la esfera individual, son católicos, creyentes, pero en la vida pública siguen otros caminos que no corresponden a los grandes valores del Evangelio, que son necesarios para la fundación de una sociedad justa” y la advertencia del Papa Francisco contra los “cristianos rígidos”, que prestan atención a las formalidades, así como lo hicieron los escribas y fariseos, pero que pueden ser los “pelagianos de hoy”, que viven convencidos de que “la salvación está en el modo en el cual yo hago las cosas”, a pesar de que practican una fe sin alegría ni amor.)
Romero extiende una mano abierta a todos: “Represento a la Iglesia, la cual siempre está deseosa de dialogar con todos los hombres para comunicarles la verdad y la gracia que Dios le ha confiado a fin de orientar el mundo conforme a sus proyectos divinos”.
Y concluye con una oración a la Santísima Virgen.  Pongamos por intercesora a la Reina de la Paz, Patrona Celestial de nuestro pueblo”, escribe.  Madre del Resucitado que Ella ampare a nuestra Iglesia, Sacramento de la Pascua. Que como María, la Iglesia viva ese feliz equilibrio de la Pascua de Jesús que debe marcar el estilo de la verdadera salvación del hombre en Cristo: sentirse glorificada ya en los cielos como imagen y principio de la vida futura y al mismo tiempo ser aquí en la tierra luz del peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor”.

Ver también:

Cartas Pastorales de Mons. Romero
2° Carta Pastoral de Mons. Romero
1° carta episcopal de Mons. Romero

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