Seguramente, ningún político salvadoreño ha
hecho más bien por Monseñor Romero que el Presidente Mauricio Funes—y nadie
puede hacerle más daño a Mons. Romero que el Presidente Mauricio Funes. El mandatario salvadoreño ha suscitado polémica
con declaraciones recientes en la que propone una equivalencia entre el deseo
de sus opositores de callar su programa radial, y el deseo de la ultra-derecha
en tiempos de las dictaduras de silenciar a Mons. Romero. Funes ya había jugado con la controversia
meses atrás cuando hizo colocar publicidad que declaraba que su gobierno caminaba
“Por el rumbo señalado por Monseñor Romero”.
En su afán de defender un gobierno
supuestamente así orientado, Funes se olvida que ningún político se puede adueñar
de Mons. Romero y pone en riesgo la figura de Mons. Romero, la cual pretende
reducir a un nivel político, partidista, precisamente en el momento en que estaba
liberándose hacia un nivel de aceptación más amplio en el país. Hay que empezar reconociendo el bien que ha
hecho el Pdte. Funes: el primer presidente en reconocer el valor de Mons.
Romero para la sociedad y cultura de El Salvador—ya no se diga ser el primer
presidente en reconocer la responsabilidad estatal por su asesinato, y pedir perdón
por ella. Sus esfuerzos a favor de la canonización
también han sido apreciables. En cambio,
¿cuántos presidentes antes que Funes pretendieron que Mons. Romero nunca existió,
que su asesinato no ameritó el más menor comentario, y que el 24 de marzo era
el día más ordinario de todo el año?
Funes cambió todo eso, y por eso le debemos muchas gracias … pero no lo
convierte en propietario de la figura o del legado espiritual de Mons. Óscar
Arnulfo Romero.
Si el Presidente de veras quiere ir “Por el rumbo señalado por Monseñor Romero”,
haría mucho bien empezando con respetar las siguientes palabras de monseñor, pronunciadas
el día antes de su martirio:
Por
eso hay que agradecerle a la Iglesia, queridos hermanos políticos, no manipular a
la Iglesia para llevarla a lo que nosotros queremos que diga, sino decir
nosotros lo que la Iglesia está enseñando, no tiene intereses.
(Homilía del 23 de marzo de 1980.) La semana anterior, Mons. Romero había
resaltado una característica vital de su ministerio: su integridad e
independencia ante la izquierda política: “Mantenemos
una autonomía de Iglesia, para reivindicar lo justo” en los proyectos de la
entonces oposición, “y denunciar también,
las violencias injustas, las injusticias e inmadureces que se organizan y que
pueden hacer de su organización una idolatría y un abuso de poder”, había dicho. (Hom. 16 de marzo de 1980.) Y cuánto más vigencia cobra ese último punto
sobre el abuso del poder ahora que la izquierda ha llegado a la cumbre del
poder—es cuando resulta más necesario que nunca mantener una separación verdadera,
metafísica y filosófica entre Mons. Romero y el proyecto político de la
izquierda.
Por supuesto, el implicar a Mons. Romero en
asuntos políticos puede hasta dañar su proceso de beatificación. Por ende, “La clase política y dirigencia del
país” debería “abstenerse de toda manifestación
política que empañe este hecho histórico
para el pueblo de El Salvador”. Lo dijo Mauricio Funes el 22 de abril del
2013…
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