“¿Quién de nosotros”—preguntó el Papa Francisco en su Audiencia General del 30 de octubre de 2013—“no ha
experimentado inseguridades, desorientaciones e incluso dudas en el camino de
la fe?” Todas las hemos sentido, sin
embargo no deberíamos asustarnos sino confiar en Dios y en la intercesión de
los santos para superarlas, dijo el Santo Padre. Cuando a Monseñor Óscar A. Romero le tocó marcar su primer Día de Todos los Santos como arzobispo,
regresó a El Paisnal, donde estaba enterrado su gran amigo el P. Rutilio Grande,
martirizado a principios de aquel primer año de su arzobispado. “Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya
terminaron su faena”, Monseñor predicaba—recordando al jesuita y sus dos
compañeros campesinos, “y ahora se unen a
esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos … no sólo
el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del cielo, la
gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las
Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio”. (Homilía del 1/11/1977.)
Amorosamente, Mons. Romero
recordó a las otras preciosas víctimas de su Iglesia (hasta aquel momento): “Yo quiero recordar aquí al querido hermano,
el Padre Alfonso Navarro, a nuestros queridos hermanos catequistas, -sería
imposible enumerarlos- pero recordemos, por ejemplo a Filomena Puertas, a
Miguel Martínez, a tantos otros, queridos hermanos, que han trabajado, que han
muerto, y que en la hora de su dolor, de su agonía dolorosa, mientras los
despellejaban, mientras los torturaban y daban su vida, mientras eran
ametrallados, subieron al cielo”. (Id.) De todos ellos, Monseñor preguntó:
“¿Quién ha vencido? ... ‘¿Dónde está, oh
muerte, tu victoria?’ La victoria es la de la fe. Han salido victoriosos los
matados por la justicia”. (Id.) Palabras que se aplicarían hoy a aquel que
las pronunció.
Mons. Romero se sustentaba de la
“turba de los santos en el cielo” no
solo en el Día de los Santos, sino que durante todo el año litúrgico. Mons.
Romero no solo aludió a los santos en su conglomeración colectiva, sino que
señaló las virtudes puntuales de los santos del catolicismo popular. Algunos ejemplos:
San José:
San José tiene una relación
única, como todos sabemos. Para María es su esposo. Reflexionen aquí los que
llevan esa dignidad de esposo lo que significa en un hogar el esposo, el padre
de familia. Eso es San José no sólo para la Sagrada Familia, sino para esa
familia que va a crecer inmensamente, la familia de Dios. (Hom. 19/12/1977.)
Dios necesita hombres, Dios
necesita instrumentos que sean como José, que sean como los ángeles, que
colaboren con Dios en desarrollar sus designios de amor, de salvación, de esperanza
en la tierra. Dichosos los cristianos que saben santificar su vida con el
evangelio y se hacen como José instrumentos de la salvación de Dios. (Hom.28/12/1977.)
San Francisco de Asís:
El coro de Tejutla, entre las
lecciones de hoy, cantaba el cántico precioso de Francisco de Asís: Laudato
sie, mi' Signore, Seas alabado Señor. Aquel hombre que llamó a todas las
criaturas a la alabanza, San Francisco de Asís, porque era pobre. (Hom.1/10/1978.)
San Martín de Porres:
En Quezaltepeque, también, tuve
la felicidad de celebrar el santo humilde y bueno, San Martín de Porres, el 3
de noviembre por la tarde: una comunidad representando en muchos niños y niñas
vestidos de San Martín, con su escobita, el llamamiento, el mensaje de San
Martín, que no son las posiciones altas, privilegiadas, las que atraen las
bendiciones mejores del Señor, sino las almas humildes que, como Martín de
Porres, saben hacer de su escoba, de sus quehaceres más humildes o grandes, el
instrumento de su santificación. Pero, que el destino del hombre no es tener
mucho dinero, tener mucho poder, ser muy vistoso, sino saber cumplir la
voluntad de Dios. Este es el mensaje que dejamos en Quezaltepeque, junto al
santo negrito, San Martín de Porres. (Hom. 6/11/1977.) [MÁS.]
Santa Teresa de Jesús:
La patrona de las misiones fue
Santa Teresa del Niño Jesús, una monja de contemplación que nunca salió de su
claustro de Lisieux en Francia y, sin embargo, aquí está el secreto para ser
misionero desde el claustro, desde el hogar, desde la tienda, desde el puesto
de mercado, desde la profesión, como Santa Teresa de Jesús, ofrecer todos sus
dolores, sus sacrificios, por las misiones. Cuando la pobrecita, agobiada por
la tuberculosis y que tenía que hacer sus paseos por el patio del convento, se
cansaba, sentada sobre una loza decía: "Le ofrezco al Señor este cansancio
por el misionero que en estos momentos andará recorriendo tierras
desconocidas". Qué hermoso es ser misionero, hermanos ... (Hom. 21/8/1977.)
San Antonio:
En Soyapango celebramos la fiesta
de San Antonio actualizando el mensaje de un santo de la Edad Media como es San
Antonio, lo que sería hoy. Un santo que según los estudiosos supo hablar la
verdad difícil de su tiempo. (Hom. 17/6/1979.)
Todo esto no toma en cuenta las
incontables ocasiones en que Mons. Romero se refirió a la Santísima Virgen, a
San Pablo, sus diversas citaciones de San Agustín, y otras referencias
teológicas y evangélicas en su prédica. En el caso de la Madre de Dios, Mons.
Romero sumó todo su discurso al decir que, “No
se puede entender la historia latinoamericana si no es con la devoción a la
Virgen”. (Hom. 9/12/1979.) [MÁS.]
Aferrándose a todos los santos,
Mons. Romero rezó diciendo, “No tengamos
miedo. Sigamos este caminar que nos llevará a ser un día difuntos, para que
recen por nosotros, pero también santos en el cielo, participantes de la gloria
de Cristo resucitado”. (Hom. 1/11/1977, supra.)
(Esta nota fue publicada originalmente el 31 de octubre del 2010.)
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