Si no sabía nada sobre el
asesinato de Monseñor Oscar A. Romero de El Salvador, aún sabría esto: fue
hecho por alguien que odiaba la fe. A la conclusión de este Año de la Fe, en un
momento en que las amenazas a la fe se han vuelto más sutiles y evasivas
por diseño, el asesinato de Romero hace tres décadas nos presenta conceptos para
poder desenmascarar la persecución moderna de la fe. Aunque estuvo diseñado
para eludir ser definido como desprecio abierto, hacia el cristianismo o el
catolicismo, el asesinato de Mons. Romero exhibe odio hacia tres aspectos
importantes de la fe cristiana: (i) el amor a los pobres, (ii) el carácter
sagrado de la liturgia, y (iii) la Realeza de Cristo.
El desprecio por el amor a los pobres de Romero. Tal vez el odio más fácil de reconocer es el hecho de que los asesinos
de Romero odiaban su trabajo en defensa de los pobres. A veces, nos olvidamos
de que el odium fidei—un requisito
canónico para el martirio—puede ser odio a la fe o por una virtud particular (por
ejemplo, la justicia social). La aptitud de un cristiano hacia los pobres no es
cualquier cosa. El Papa Benedicto XVI dijo que la Iglesia ve a Cristo reflejado
en los pobres “sintiendo cómo resuena en
su corazón el mandato del Príncipe de la paz a los Apóstoles: «Vos date illis
manducare» – "dadles vosotros de comer" (Lc 9,13)”. Este “mandato”
de Cristo es obligatorio, no opcional. Por lo tanto, la violencia contra la
obra de la Iglesia en la caridad y la justicia social nos presenta un ejemplo
chocante y terrible del odio a la fe.
Desprecio al altar y la liturgia. Menos obvio, pero más fácil de reconocer después de las enseñanzas del
Papa Benedicto XVI sobre la dignidad y el carácter sagrado de la liturgia, el
asesinato de Mons. Romero en el altar es una abominación en contra la
celebración de la Misa. Para un creyente, es Cristo quien está presente en el
altar, no sólo metafóricamente, no sólo simbólicamente, sino que “verdaderamente, realmente, y substancialmente
presente”. Es revelador que el tipo de abuso ritual visto en el asesinato
de Romero se había convertido en algo común durante la persecución de la
iglesia salvadoreña: altares profanados, fachadas de iglesias acribilladas a
balas, y en una ciudad particular el tabernáculo que contenía las hostias consagradas
fue abierto a machetazos. La decisión de asesinar al arzobispo en el acto de la
celebración de la Misa es muy reveladora sobre los motivos de sus asesinos, y
reportes similares de abusos rituales en la actualidad (por ejemplo, noticias
sobre la profanación de altares en lugares donde los cristianos son perseguidos)
nos debe hacer reflexionar.
Desprecio por la Realeza de Cristo. La mayoría de los analistas han concluido que Mons. Romero fue
asesinado el lunes, 24 de marzo de 1980 porque el día anterior, el domingo, 23
de marzo, pronunció un sermón en el que pidió a los soldados salvadoreños a
desobedecer cualquier orden de matar a civiles inocentes. A base de un
legalismo cínico, este llamado de Romero estuvo considerado como un acto ilegal
de insubordinación, un desafío a la orden militar y a la cadena de mando. Sin
embargo, bajo los criterios de Romero—y los nuestros—eran los soldados los que
habían invertido el orden de las cosas y Romero sólo estaba poniendo bien las
cosas. La fiesta de Cristo Rey de este domingo nos enseña la primacía de la ley
de Cristo y de su reino sobre las consideraciones políticas, temporales, y mundanas.
Los asesinos de Romero no podían aceptar esa verdad, y su reacción violenta a la
afirmación de la Realeza de Cristo por parte de Mons. Romero, es un acto de
desprecio por la fe.
Durante treinta tres años, la
Iglesia ha procedido con cautela en una beatificación de monseñor Romero ya que
sus asesinos eran supuestamente cristianos y porque sus motivos probables
incluyeron motivos de carácter político (ya que, en su defensa de los pobres,
desafió el status quo). La Iglesia
siempre procede con prudencia en estos asuntos. Pero no debemos confundir la reserva
por duda. No hay duda de que Romero fue asesinado por odio a la fe. Por tanto,
es providencial que el Papa Francisco haya ordenado que la causa de Romero se
deje avanzar como uno de sus primeros actos después de llegar a ser Papa en
este Año de la Fe. Además de los ejemplos positivos planteados por la Iglesia sobre
la fe, también podemos aprender de este ejemplo, al sentido contrario, de los
que actúan por odio a la fe.
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