BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Lo que ya era un año excepcional para el Beato Monseñor Óscar A. Romero de El Salvador, beatificado en mayo y ya contando con tres milagros reportados que parecen allanar su esperada canonización, ha quedado coronado por un sorprendente “mea culpa” del Papa Francisco, quien admitió que miembros de la iglesia han tratado injustamente al prelado martirizado. Las observaciones improvisadas del Papa, apartándose del texto preparado leido a una delegación de salvadoreños dándole las gracias por la beatificación de Romero, han desplazado el mensaje original del Papa de alabanza convencional para Romero y han oscurecido la invitación de los salvadoreños a Francisco para visitar El Salvador el próximo año. El texto de sus palabras preparadas se encuentra al pie de esta nota. [TEXTO FINAL]
Al finalizar su texto preparado, Francisco agregó: “Quisiera añadir algo también que quizás pasamos de largo sobre el martirio de Monseñor Romero que no fue puntual en el momento de su muerte fue un martirio que continuó después de su muerte”. El martirio de Romero “continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”, dijo el papa, en referencia a las críticas de Romero dentro de la iglesia. “Cuantas veces las personas que ya han dado su vida o que han muerto se les sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua”, dijo el Pontífice. El Papa había leído el discurso en voz baja, hasta monótono, se veía cansado, pero al final cuando habló libremente se volvió animado.
La audiencia comenzó con un saludo del actual Arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas, que presentó a los 500 participantes, entre ellos “la mayoría de los obispos”. Escobar dijo que el 23 de mayo, el Papa escribió la página más hermosa en la historia de la Iglesia en ElSalvador y la historia del propio país. Expresó sus sentimientos de alegría y gratitud por haber dado en Romero un intercesor y un modelo. Habló de la superación de la injusticia social y el conflicto social por medio de Romero. Pidió a la pronta canonización de Romero y la pronta beatificación de Rutilio Grande. “Reiteró la invitación” al Papa a visitar El Salvador, lo que sería “una gran bendición” para el pueblo salvadoreño y una gran alegría, mientras que El Salvador sufre tanta violencia y dolor. Francisco ofreció “obediencia incondicional”. Por último, invocó la intercesión de Romero por toda gracia al sucesor de Pedro y pidió la bendición del Papa a El Salvador.
Al finalizar su texto preparado, Francisco agregó: “Quisiera añadir algo también que quizás pasamos de largo sobre el martirio de Monseñor Romero que no fue puntual en el momento de su muerte fue un martirio que continuó después de su muerte”. El martirio de Romero “continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”, dijo el papa, en referencia a las críticas de Romero dentro de la iglesia. “Cuantas veces las personas que ya han dado su vida o que han muerto se les sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua”, dijo el Pontífice. El Papa había leído el discurso en voz baja, hasta monótono, se veía cansado, pero al final cuando habló libremente se volvió animado.
La audiencia comenzó con un saludo del actual Arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas, que presentó a los 500 participantes, entre ellos “la mayoría de los obispos”. Escobar dijo que el 23 de mayo, el Papa escribió la página más hermosa en la historia de la Iglesia en ElSalvador y la historia del propio país. Expresó sus sentimientos de alegría y gratitud por haber dado en Romero un intercesor y un modelo. Habló de la superación de la injusticia social y el conflicto social por medio de Romero. Pidió a la pronta canonización de Romero y la pronta beatificación de Rutilio Grande. “Reiteró la invitación” al Papa a visitar El Salvador, lo que sería “una gran bendición” para el pueblo salvadoreño y una gran alegría, mientras que El Salvador sufre tanta violencia y dolor. Francisco ofreció “obediencia incondicional”. Por último, invocó la intercesión de Romero por toda gracia al sucesor de Pedro y pidió la bendición del Papa a El Salvador.
“Estamos muy agradecidos con el Santo Padre,
vendremos a darle gracias como comunidad salvadoreña”, dijo Mons. Gregorio
Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador—uno de los integrantes de la
comitiva—a Radio
Vaticana. “El mundo tiene en Romero un ícono de lo que
la Iglesia sueña para los pastores, un pastor que va adelante del rebaño, como
dice el Papa, en medio y detrás del rebaño, un pastor que tiene olor a oveja y
que da la vida por su rebaño”. Han entregado al papa una reliquia de Romero: un escapulario y un pedazo del corporal manchado con la sangre de Romero. Francisco dijo que la sangre de Romero se mezcla con la “Sangre de un gran número de cristianos mártires que también hoy, de manera dramática, sigue siendo derramada en el campo del mundo, con la esperanza cierta que fructificará en una cosecha abundante de santidad, de justicia, reconciliación y amor de Dios”.
Las reacciones a los comentarios de Francisco han seguido patrones predecibles. La prensa de El Salvador informa que Francisco ha dirigido sus críticas a los obispos salvadoreños, quienes, hasta hace poco, estaban divididos sobre Romero (uno había dicho a Juan Pablo II que Romero era responsable por las muertes de la guerra civil, por supuestamente fomentar conflictos de clase al denunciar la injusticia). La Prensa Asociada (Associated Press) apareció ver los comentarios a través de las divisiones del reciente Sínodo de Obispos, informando que Francisco había “denunciado” a funcionarios clericales que se oponían a Romero. En realidad, ambos puntos de vista parecen perder la marca. Francisco no ha intentado aislar a los obispos salvadoreños, porque informó haber escuchado personalmente críticas injustas de Romero—en Argentina. También no “denunció” o criticó directamente a nadie, señalando que Romero fue objeto de ‘calumnia’ como un atributo de su martirio. “O sea que es lindo verlo también así”, dijo Francisco de Romero: “un hombre que sigue siendo mártir”.
Las reacciones a los comentarios de Francisco han seguido patrones predecibles. La prensa de El Salvador informa que Francisco ha dirigido sus críticas a los obispos salvadoreños, quienes, hasta hace poco, estaban divididos sobre Romero (uno había dicho a Juan Pablo II que Romero era responsable por las muertes de la guerra civil, por supuestamente fomentar conflictos de clase al denunciar la injusticia). La Prensa Asociada (Associated Press) apareció ver los comentarios a través de las divisiones del reciente Sínodo de Obispos, informando que Francisco había “denunciado” a funcionarios clericales que se oponían a Romero. En realidad, ambos puntos de vista parecen perder la marca. Francisco no ha intentado aislar a los obispos salvadoreños, porque informó haber escuchado personalmente críticas injustas de Romero—en Argentina. También no “denunció” o criticó directamente a nadie, señalando que Romero fue objeto de ‘calumnia’ como un atributo de su martirio. “O sea que es lindo verlo también así”, dijo Francisco de Romero: “un hombre que sigue siendo mártir”.
La delegación
salvadoreña incluyó siete obispos, y en representación del gobierno el
Canciller de la República, Hugo Martínez, y el Ministro de Gobernabilidad y
Comunicaciones Hato Hásbun. También los
acompañaron centenas de salvadoreños que residen en Italia, más que todo en la
ciudad norteña de Milán. Los integrantes
de la delegación empezaron a hacer fila para ingresar a las instalaciones
Vaticanas por el Portón de Bronce de la Plaza de San Pedro a las 9:00 de la
mañana para la audiencia que comenzó al mediodía en la Sala Regia del
Palacio Apostólico.
En sus
reuniones con el Papa, los obispos salvadoreños lo actualizaron sobre el estado
de la causa de beatificación del mártir Jesuita salvadoreño Rutilio
Grande. Según Mons. Jesús Delgado
Acevedo, cercano a la causa de canonización de Romero, “El Papa ha condicionado, en cierto modo, la canonización de Monseñor
Romero” a la conclusión de trabajos en la causa de Grande para poder
personalmente canonizar a Romero y beatificar a Grande durante un solo viaje a
El Salvador. “Les ha dicho a los obispos que el día en que estén preparados con la
beatificación del padre Rutilio Grande, lo aprovecharía para canonizar a
Monseñor Romero, siempre y cuando haya mediado un milagro que haya hecho
Monseñor Romero”, dijo Delgado a un medio salvadoreño antes de salir rumbo
a Italia. La Iglesia Salvadoreña insiste
en que tres posibles milagros de Romero han sido ya remitidos a Roma, aunque
Delgado dijo desconocer si han sido
presentados al papa.
Los
salvadoreños proponen al Papa ir a El Salvador para presidir sobre la doble
ceremonia de Romero y Grande durante su próximo viaje a México, ya confirmado
por el Vaticano para 2016. “Creo que, asumo, no soy profeta”, dijo
Delgado, “que la visita del Papa sería el
año próximo, durante su visita a México, tal vez alargue su visita a Guatemala y a El
Salvador, podría ser en ese momento que el Papa visite a El Salvador y
canonizaría a Monseñor Romero”.
Los miembros
del episcopado salvadoreño que participaron en la audiencia incluyeron el
Obispo Castrense Mons. Fabio Colindres; y los Obispos de: Chalatenango—Mons.
Luis Morao Andreazza; San Vicente—Mons. José Elías Rauda Gutiérrez; Sonsonate—Mons.
Constantino Barrera Morales; y Zacatecoluca—Mons. Elías Samuel Bolaños Avelar,
quien coordinó la composición de delegación.
También asistió el arriba mencionado Mons. Delgado. Antes de reunirse con los salvadoreños,
Francisco se reunió por separado con representantes del CELAM, la Conferencia
Episcopal Latinoamericana, y con el cardenal Gerhard Müller, Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, entre otros.
Más allá de las
curaciones presentadas para allanar el camino a la canonización de Romero,
Mons. Rosa Chávez dice que los pastores salvadoreños esperan dos milagros
particulares: a nivel local la reconciliación verdadera en el país y vencer la
violencia y a nivel global que el beato Romero sea un ícono de lo que el Papa
Francisco sueña como pastor, “una Iglesia
pobre para los pobres”.
El Palacio Apostólico, sitio de la Audiencia. |
[TEXTO DE LAS PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO]
Con mucha alegría recibo hoy su visita y, al darles la más cordial bienvenida, deseo manifestarles también mi afecto por todos los hijos de la querida nación salvadoreña. Agradezco a Mons. José Luis Escobar, Presidente de la Conferencia Episcopal, sus amables palabras. A todos ustedes, muchas gracias por su presencia calurosa y entusiasta.
Los trae a Roma la alegría por el reconocimiento como beato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, Pastor bueno, lleno de amor de Dios y cercano a sus hermanos que, viviendo el dinamismo de las bienaventuranzas, llegó hasta la entrega de su vida de manera violenta, mientras celebraba la Eucaristía, Sacrificio del amor supremo, sellando con su propia sangre el Evangelio que anunciaba.
Desde los inicios de la vida de la Iglesia, los cristianos, persuadidos por las palabras de Cristo, que nos recuerda que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo» (Jn 12,24), hemos tenido siempre la convicción de que la sangre de los mártires es semilla de cristianos, como dice Tertuliano. Sangre de un gran número de cristianos mártires que también hoy, de manera dramática, sigue siendo derramada en el campo del mundo, con la esperanza cierta que fructificará en una cosecha abundante de santidad, de justicia, reconciliación y amor de Dios. Pero recordemos que mártir no se nace. Es una gracia que el Señor concede, y que concierne en cierto modo a todos los bautizados. El Arzobispo Romero recordaba: «Debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, incluso si el Señor no nos concede este honor... Dar la vida no significa sólo ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es entregarla en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco» (Audiencia General, 7 enero 2015).
El mártir, en efecto, no es alguien que quedó relegado en el pasado, una bonita imagen que engalana nuestros templos y que recordamos con cierta nostalgia. No, el mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias. En la historia reciente de ese querido país, al testimonio de Mons. Romero, se ha sumado el de otros hermanos y hermanas, como el padre Rutilio Grande, que, no temiendo perder su vida, la han ganado, y han sido constituidos intercesores de su pueblo ante el Viviente, que vive por los siglos de los siglos, y tiene en sus manos las llaves de la muerte y del abismo (cf. Ap 1,18). Todos estos hermanos son un tesoro y una fundada esperanza para la Iglesia y para la sociedad salvadoreña. El impacto de su entrega se percibe todavía en nuestros días. Por la gracia del Espíritu Santo, fueron configurados con Cristo, como tantos testigos de la fe de todos los tiempos.
Queridos amigos salvadoreños, a pocas semanas del inicio el Jubileo extraordinario de la Misericordia, el ejemplo de Mons. Romero constituye para su querida nación un estímulo para una renovada proclamación del Evangelio de Jesucristo, anunciándolo de modo que lo conozcan todas las personas, para que el amor misericordioso del Divino Salvador invada el corazón y la historia de su buena gente. El santo pueblo de Dios que peregrina en el Salvador tiene aún por delante una serie de difíciles tareas, sigue necesitando, como el resto del mundo, del anuncio evangelizador que le permita testimoniar, en la comunión de la única Iglesia de Cristo, la auténtica vida cristiana, que le ayude a favorecer la promoción y el desarrollo de una nación en busca de la verdadera justicia, la auténtica paz y la reconciliación de los corazones.
En esta ocasión, con tanto afecto por cada uno de ustedes aquí presentes y por todos los salvadoreños, hago míos los sentimientos del beato Monseñor Romero, que con fundada esperanza ansiaba ver la llegada del feliz momento en el que desapareciera de El Salvador la terrible tragedia del sufrimiento de tantos de nuestros hermanos a causa del odio, la violencia y la injusticia. Que el Señor, con una lluvia de misericordia y bondad, con un torrente de gracias, convierta todos los corazones y la bella patria que les ha dado, y que lleva el nombre del Divino Salvador, se convierta en un país donde todos se sientan redimidos y hermanos, sin diferencias, porque todos somos una sola cosa en Cristo nuestro Señor (cf. Mons. Óscar Romero, homilía en Aguilares, 19 junio 1977).
Por intercesión de Nuestra Señora de la Paz, cuya fiesta hemos celebrado hace pocos días, invoco la bendición de Dios sobre ustedes y todos los amadísimos hijos e hijas de esa bendita tierra.
Muchas gracias.
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