BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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En los
clásicos Cuentos de Canterbury de
Chaucer, las conversaciones de un grupo de peregrinos que viajan juntos para
venerar las reliquias del mártir Santo Tomás Becket están al centro. Del mismo
modo, después de una peregrinación a la catedral de Los Ángeles para venerar
las reliquias de tres mártires y un santo misionero, las conversaciones
compartidas con otros peregrinos me han llevado a una mayor reflexión. Hoy, quisiera
escribir sobre un determinado tema de conversación de la peregrinación: la
violencia de católicos contra católicos. Y en el proceso, quiero expresar mi
apoyo al Papa Francisco.
Durante la
homilía de las presentaciones de las reliquias, el Arzobispo de Los Ángeles José
H. Gómez señaló que los cuatro santos—los Sts. Tomás Moro, Juan Fisher,
Junípero Serra y el Bto. Óscar A. Romero—“tuvieron
problemas con las autoridades donde vivían. Todos los tuvieron”. Para los tres mártires, las similitudes han
llegado un paso más allá. No sólo tuvieron dificultades con las autoridades
gubernamentales de su época, pero estas autoridades habían sido definitivamente
católicas.
En el caso de
Romero, Francisco ha
reconocido que este “fue
difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por
hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”. Incluso en la víspera
de la beatificación de Romero, un cardenal de Madrid presionó al
episcopado español a boicotear la ceremonia. En efecto, el hecho de que Romero
fue asesinado en un país de mayoría católica, por católicos bautizados, a
menudo se presenta como una traba para su beatificación. “Un mártir es asesinado por personas que no son cristianas”, explica Mons.
Gregorio Rosa Chávez, un seguidor de Romero, por la televisión católica
salvadoreña. Pero “en este caso, los
asesinos son gente bautizadas, gente que se supone que reza y van a misa. ¿Cómo
se explica eso que ahí haya un rechazo de Cristo y de su doctrina?”
Contrariamente
a la suposición común, Romero no es el único entre los mártires cristianos en
ese sentido. Los Stos. Tomás Moro y Juan Fisher, los santos ingleses cuyas
reliquias fueron exhibidas junto con las de Romero, fueron condenados a muerte
por el rey Enrique VIII después de que se negaron a reconocer la Iglesia que él
estableció en su ruptura con Roma durante el siglo XVI. Sin embargo, la ruptura
de Enrique era debido a un desacuerdo sobre el divorcio que el rey deseaba
obtener y que el Papa no autorizaba. Enrique había un devoto católico aparte de
eso, y había escrito un fuerte argumento en contra de Martin Luther, y con ello
obtuvo el título de “Defensor de la Fe” desde el papa. Después de su ruptura
formal con Roma, la Iglesia de Enrique mantuvo la doctrina católica.
La
contradicción de cómo un “Defensor de la Fe” puede actuar con “odio a la fe”
(un requisito del martirio que las ejecuciones de los Santos Tomás y Juan han
satisfecho) ha sido un gran tema de conversación entre nuestros peregrinos. La
aparente paradoja me hizo pensar en cómo tantos católicos hoy en día están dispuestos
a condenar a otros católicos, incluso repitiendo la pretensión de Enrique de
saber mejor que el mismo Papa. Me hizo pensar a los disidentes que acusan a
Francisco de sembrar confusión y errores sobre la fe. También me recordó que
Santo Tomás de Aquino definió al orgullo como “una especie de desprecio de Dios y de los que llevan su comisión”.
Escuchamos
muchas voces católicas dispuestas a denunciar a sus hermanos católicos, incluso
a los obispos—incluso al Papa—como de alguna manera deficientes en su fe, sin
embargo, estas voces no son autorizadas; no es su competencia emitir tales criterios.
El orgullo puede constituir una falta grave cuando la arrogancia es motivo de
gran daño a otro mediante la realización de funciones para las que la persona
no tiene los conocimientos o la autoridad necesaria. Romero advirtió contra tal
extralimitación. Uno puede orar por los clérigos errantes, se puede plantear
cuestiones sobre su disidencia directamente con ellos, o incluso informar a las
autoridades competentes de la Iglesia. Más allá de eso, tú no eres la
Congregación para la Doctrina de la Fe. “Nadie,
fuera del magisterio de la jerarquía, tiene el derecho de decir si ese
sacerdote predica el Evangelio o no predica el Evangelio”, amonestó Romero
(homilía del 29 de mayo de 1977).
El mes pasado,
la Sociedad tradicionalista de San Pío X emitió un comunicado acusando a
Francisco de sembrar confusión y errores sobre la fe. “La Fraternidad San Pío X reza y hace penitencia para que el Papa tenga
la fuerza de proclamar íntegramente la fe y la moral”, dice el comunicado.
La declaración hizo eco de, y fue aclamada por, los comentaristas católicos
conservadores. El cura bloguero el Revdo. John Zuhlsdorf anotó la frase antes
citada con su propio comentario: “¿Oigo
un ‘Amén!’?”
Afortunadamente,
también hay voces que se están levantando para defender y apoyar al Papa.
Recientemente, los “curas villeros” de Buenos Aires, junto con una asociación
laica llamada “Generación Francisco,” emitió un comunicado defendiendo a Francisco contra una “una
brutal campaña en su contra con ataques de todo tipo”. El obispo Argentino Oscar
Ojea también emitió una nota quejándose de los esfuerzos para “oscurecer su mensaje evangélico y profético”
[del papa], con “opiniones sesgadas, y
suposiciones e informaciones no debidamente chequeadas”.
En vista de
estos hechos, yo me inclino firmemente por el lado de la comunión con Pedro.
Debo añadir que esto va mucho más allá de cualquier parcialidad a favor de
Francisco y se extiende al Ministerio Petrino adecuadamente entendido dentro del
marco de la comunión cristiana.
De lo
contrario, siempre y cuando continuamos a ceder al orgullo pecaminoso, el
peligro tener católicos martirizados por católicos seguiría siendo un peligro
siempre presente.
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