BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Romero en la Policlínica; Don Gaspar con el P. Sobrino. |
Una de las
reliquias más extraordinarias del Beato Óscar A. Romero ha sido instalada en la
casita donde Romero vivió en el campus del Hospitalito de la Divina
Providencia. La conservadora británica
Janet Graffius cuenta sobre el proceso de las reliquias en la edición más
reciente de Romero News, publicada por la Romero Trust en Londres. La
reliquia, cuenta Graffius, constituye “un recordatorio siniestro del sacrificio de Romero; un
pedazo de su costilla, sacada en el post-mortem y confiada al hermano menor de
Monseñor, Don Gaspar Romero”.
Para contextualizar
la reliquia, es necesario volver hacia atrás en el tiempo y vislumbrar el
escenario de aquel momento. Romero fue
ingresado a la Policlínica Salvadoreña inicialmente para tratar de salvar su
vida, pero finalmente se practicó allí su autopsia después de esfuerzos
inútiles por salvarlo. De manera que la
noticia del asesinato circuló por la capital, la gente empezó a llegar al
hospital, incluyendo los hermanos de Romero. Tiberio, Mamerto, Zaida y Gaspar. “Al
llegar ni me querían dejar entrar, pero me identifiqué”, recuerda Gaspar
Romero en una entrevista. “Como a las 10
entraron todos mis parientes, y ahí estuve toda la noche”.
La ya difunta
hermana Zaida Romero, había contado el triste drama de su llegada:
En la puerta de la policlínica nos encontramos con mi nuera. Me dice: "Niña Zaida, niña Zaida", y ya me abrazaron los que andaban con ella. "Calmadita, calmadita, acuérdese lo que le decía". No me querían dejar entrar allá en la habitación donde lo tenían. "Yo me entro", le dije, "porque anduve con él durante 26 años". [Al ingresar, l]e besé la frente y después yo no se por qué le apreté los piesitos. Los piesitos ya helados, helados. Mire que tremendo.
Gaspar Romero y
su hermano Mamerto, también ahora difunto, permanecieron junto al cuerpo para
lo que venía. “Vi cuando le abrieron la parte izquierda del tórax para extraerle los
fragmentos de una bala explosiva”, recuerda Don Gaspar. La viuda de Mamerto recuerda como el extinto
hermano recordaba vivamente la metralla (pequeños fragmentos de la bala) que
quedo incrustado en la carne y el tejido del tórax. “Así
decía él a cada rato, que era una arenilla y que eso no lo podía olvidar”,
dice Doña Tinita, viuda de Mamerto.
Roberto Cuellar,
miembro del Socorro Jurídico del Arzobispado, también se quedó a la par del
mártir durante la necropsia. “Lo impresionante de la autopsia”,
recuerda Cuellar, “fue ver cómo le
partían el esternón, porque aquellos eran métodos rudimentarios, sin las
motosierras ni el instrumental eléctrico que se utilizan ahora. Con Romero
tuvieron que usar una especie de cincel. ¡Pa, pa, pa!, para romper el hueso”,
dice Cuellar martillando en el aire.
Según el informe de la autopsia, “La
bala penetró a la altura del corazón y siguió una trayectoria transversal,
alojándose finalmente en la quinta costilla dorsal”.
Después del
examen, aquella escena se volvió una especie de cacería, en que todos trataban de
llevarse algún recuerdo—o reliquia—de ese terrible pero histórico momento: un
frasco con la sangre de Romero que los médicos habían colectado; sábanas ensangrentadas de cuales las monjas
después hicieron escapularios para repartir a los devotos; los pedazos de la
bala; un pañuelo usado para limpiar la sangre del cuerpo de Romero … hasta su
cruz pectoral.
Cuando un
periodista se iba con el pedazo de costilla extraída del tórax del mártir,
Gaspar Romero lo impidió y lo obligó a entregarle la valiosa reliquia. Él la había conservado estos treinta y cinco
años. En ese lapso de tiempo, “el hueso se había deteriorado a una masa de
polvo desmenuzado”, cuenta la conservadora Graffius.
“Bajo mi consejo, Don Gaspar permitió que el
hueso fuera secado, y yo lo separé en dos pequeños relicarios de cristal”,
dice Graffius. “Uno de ellos fue retenido
por la familia de don Gaspar, el otro que generosamente donado a las hermanas
del Hospitalito de la Divina Providencia”, el lugar donde Romero había
vivido los últimos tres años, y donde entregó su vida aquel fatídico 24 de
marzo de 1980.
“El proceso fue totalmente grabado, firmado y
aprobado por un abogado canónico, y el relicario fue entregado a las hermanas
en noviembre de 2015. Fue un día muy emotivo para todos”, cuenta Graffius. “Las hermanas habían creado un espacio para
la reliquia, empotrado en el suelo de la habitación que servía de oficina,
dormitorio y espacio privado de oración. La reliquia quedó sellada bajo un
azulejo de cristal, con iluminación
discreta LED para su conservación”.
El P. Jon
Sobrino celebró la misa que oficializó la entrega.
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