BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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En la misa para la Quincena por la Libertad de la Arquidiócesis de Los Ángeles con las
reliquias de los SS. Tomás Moro, Juan Fisher, Junípero Serra y el Bto. Óscar A.
Romero, la conversación entre algunos de los peregrinos que asistieron al
evento tocó en algún momento a los Mártires de Tyburn. Esta designación se
refiere a los sacerdotes, religiosos, laicos y laicas ejecutados en la horca
del Rey en las cercanías de lo que ahora es Hyde Park en Londres, por negarse a
renunciar a la Iglesia Católica durante la Reforma. Me hizo pensar en los paralelismos
entre el sufrimiento de los mártires ingleses a lo largo de los siglos, y las
modernas fatigas de los mártires salvadoreños.
Pues, no puede
ser coincidencia que la devoción al Beato Óscar A. Romero se ha hecho sentir
especialmente en Inglaterra. Fue allí donde Monseñor Romero encontró apoyo, en vida,
en la persona del cardenal Basil Hume, y los católicos ingleses que nominaron a
Romero para el premio Nobel de la Paz, en un intento de salvar su vida. Fue en
Londres que una estatua de Romero fue colocada en la Abadía de Westminster en
1998 en presencia de la reina. En el 2013, la catedral católica de Londres instaló
reliquias de Romero en una capilla especial de Romero. Más recientemente, otra
estatua de Romero fue instalada en la catedral de San Albano (el primer mártir
de Inglaterra) en Hertfordshire. Una especialista británica conservó las
reliquias de Romero en San Salvador (la misma especialista a cargo de las reliquias
de los SS. Tomás Moro y Juan Fisher), y durante varios años, la Romero Trust promueve la devoción a
Romero desde su base en Londres.
Nada de esto
debería ser sorprendente si vemos la historia particular de Inglaterra con el
martirio, y los Mártires de Tyburn tienen un lugar especial en aquel legado sacro.
Lo que más destaca para mí de la historia de Tyburn es la manera en que unos
antecedentes de vergüenza y de infamia han sido redimidos y transfigurados en
un símbolo precioso y sagrado, a través de la devoción popular y lo que llamaríamos
en El Salvador, la “memoria histórica”. El Árbol de Tyburn es un símbolo casi igual
a la Cruz, en la forma en que representó en su día casi el puro terror. El “árbol”
era una horca en forma de triángulo desde donde colgaban a los criminales. Los
llevaban allí en una procesión desde la cárcel, y los subían a una carreta
halada por caballos, mientras les ataban la soga por el cuello. Después, se
retiraba la carreta especialmente construida y se dejaba morir al condenado ante
grandes multitudes allí reunidas.
Los llevados a
morir allí eran burlados e insultados. Entre ellos había delincuentes comunes,
así como traidores y conspiradores de todo tipo. También verdaderos disidentes
de conciencia y mártires de la fe, como San Edmundo Campion, un sacerdote
jesuita que fue ahorcado en Tyburn en 1581. No puedo leer sobre Campion sin
pensar en otro jesuita, uno muerto en El Salvador, Ignacio Ellacuría, asesinado
durante la Masacre de la Universidad Centroamericana (la “UCA”) en 1989: “Edmundo Campion, nacido en Londres en 1540,
pronto fue reconocido como uno de los eruditos más talentosos de su generación”
(fuente: jesuitas en Gran Bretaña). San Edmundo murió perdonando a sus
verdugos: “Recomiendo su caso y el mío ante
Dios Todopoderoso, el que escudriña los corazones, a fin de que podamos al fin
ser amigos en el cielo, cuando todas las injurias queden olvidadas”.
Entre los
Mártires de Tyburn también se incluyó a Santo Roberto Southwell SJ, asesinado
en 1595; al Beato Tomás Maxfield que fue arrastrado al Árbol de Tyburn en 1616;
al Beato Felipe Powell, que fue ejecutado en 1646; y cientos de otros que
enfrentaron el mismo destino cruel. El lugar de su humillación y muerte fue
casi borrado de la historia; no así su recuerdo. No ha importado que hayan
muerto a la par de gente culpable y talvez innoble. No ha importado que sus
verdugos trataban de consolidar el poder, y tenían motivos tanto políticos como
religiosos para sus campañas de represión contra los sacerdotes, por no hablar
de incentivos económicos (ya que la Corona consignó todos los bienes de la
Iglesia). Por encima de todo, no ha importado que el árbol de Tyburn había llegado
a ser una marca de vergüenza, una insignia de pavor.
La piedad
popular ha sabido discernir la propaganda, la distorsión, las mentiras, la
difamación que se hablaba en contra de los mártires, para encontrar las cuerdas
de santidad, y desde algunos cincuenta mil sospechados de haber sido asesinados
durante un período de seis siglos, ha sido capaz de recoger los nombres de unos
cientos de mártires que son venerados y valorados hoy en día, algunos de ellos ya
son santos canonizados y beatificados. Este es el mismo proceso que los fieles
deben llevar adelante en tantos otros lugares del mundo hoy día. En El
Salvador, eso significa honrar y venerar a los esqueletos quebrados que han
sido descartados en tantos campos de la muerte, en aquel plano de lava llamado “El
Playón”, en las entrañas de los cuarteles de la Guardia Nacional, y también aquellos
cuyos lugares de descanso final sólo Dios los sabe. Como ha predicado el mártir
Romero, “cada hombre matado es un cristo
sacrificado que la Iglesia también venera” (Homilía del 2 de marzo de 1980).
Que el ejemplo
de los fieles ingleses sea una inspiración a todos nosotros para reclamar con
valentía a nuestros mártires.
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