BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Juan Pablo II y el Arzobispo de Canterbury oran ante el altar donde Santo Tomás Becket fue martirizado; durante la ceremonia de mayo 1982, también encendieron una vela por Óscar Romero. |
Venerar las reliquias del Beato Oscar Romero y los santos ingleses, Tomás Moro y Juan
Fisher, en la catedral de Los Ángeles fue ocasión para reflexionar sobre las
lecciones de los mártires ingleses, particularmente en lo que a la dimensión
política del martirio se refiere.
El martirio,
hay que decirlo, tiene que ver históricamente con la política. Existe, por
decirlo así, una dimensión política del martirio. El Arzobispo de Los Ángeles José
H. Gómez lo reconoció durante la homilía de la ceremonia de la catedral, cuando
dijo que: “Seguir a Jesús significa que
vamos a entrar en conflicto con las autoridades de la sociedad, tal como lo
hizo Jesús, y también como lo hicieron los santos y los mártires”.
Los santos
ingleses como Santo Tomás Moro, siguen ese patrón. Pero aún antes que Santo
Tomás, otro mártir Inglés había entrado en conflicto con la autoridad terrenal,
y este era Santo Tomás Becket, el último arzobispo asesinado en el altar antes que
el Beato Romero. Hay muchos paralelos entre Becket y Romero. Becket inicialmente
contó con el apoyo de los poderosos, favorecido por el rey, que esperaba que
Becket, un amigo personal, hiciera su voluntad. Pero Becket se convirtió en un
firme defensor de los intereses de la Iglesia en el conflicto entre la Iglesia
y el Estado. Becket fue instado por el Papa de su tiempo a un compromiso con el
Rey y trató de lograrlo, pero se negó a comprometer sus principios. Al final,
Becket fue asesinado en el altar por cuatro soldados del rey después de que
el rey, frustrado, había exclamado: “¿Quién
me librará de este sacerdote polémico?”
Estos
paralelismos entre Becket y Romero son obvios, y también lo son las
connotaciones políticas de la historia de Becket. El Rey Enrique no arremetió
contra Becket principalmente porque odiaba la fe cristiana. El rey estaba molesto
por que Becket iba frustrando sus planes políticos. El rey y el arzobispo peleaban
una guerra territorial entre los dos. Becket iba excomulgando a los
funcionarios que se hacían al lado del Rey—se había vuelto una espina en el costado
del Rey. Sin embargo, Becket fue canonizado dentro de 3 años de su asesinato.
La velocidad se atribuye a la popularidad de Becket entre los plebeyos, y a la
reacción de horror de la Europa cristiana ante un asesinato en el altar. De
hecho, el Papa Alejandro III obligó al Rey Enrique II a someterse a humillantes
actos públicos de contrición, incluyendo de vestir un cilicio y tener que hacer
una peregrinación a la tumba de Becket para ser perdonado.
Las
similitudes entre Becket y Romero continuaron después de sus muertes. Cuando
Enrique VII se separó de la Iglesia Católica durante los 1500s, mandó a destruir el
santuario de Becket y a dispersar sus huesos. Este evento recuerda la acción de
los militares salvadoreños, cuando, durante la matanza de la facultad de la
universidad Jesuita de San Salvador en 1989, dispararon y profanaron el retrato
de Romero en la pared, un segundo asesinato simbólico del mártir. Dichos actos
son un testimonio del poder de los mártires, que siguen hablando después de
muertos, y continúan a molestar y vejar a sus perseguidores.
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