AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017:
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Recordamos el
XLI aniversario del martirio del P. Rutilio Grande citando un extracto de la
carta pastoral de su Excelencia Reverendísima Mons. José Luis Escobar Alas,
Arzobispo de San Salvador, Ustedes también Darán Testimonio (Porque han estado conmigo desde el principio) (2017). [Ver también: Estado de la causa.]
La
pasión del Padre Rutilio comenzó años antes de su martirio; e incluso, antes de
su llegada al Paisnal. Intentando hacer la voluntad de Dios, encontraba a su
paso incomprensión y rechazo. Sus homilías eran consideradas de alta
peligrosidad. Subvertían, en opinión de sus asesinos, el orden; o sea, el orden
social, político y económico que habían construido a su alrededor para defender
sus intereses de clase. La verdad es que tenían oídos; pero, no oían; y ojos;
pero, no veían. No entendieron que su malestar era provocado por la divina
Palabra que el Padre Rutilio, predicaba. Palabra que les cuestionaba su
comportamiento injusto, egoísta y violento para con los más pobres de este
país; cuestionaba su falta de coherencia entre fe y vida;
Cuestionaba
su actitud de encubrir la verdad con la mentira y la impunidad; cuestionaba su
afanoso trabajo en pro del lucro personal olvidando el bien común de la nación;
cuestionaba su fin último ante Dios. Se sentían amenazados por las palabras del
Evangelio. El protomártir acabó siendo acusado como Jesús ante Pilato:
Solivianta al pueblo con sus enseñanzas por toda Judea, desde Galilea, donde
comenzó hasta aquí (Lc 23, 5). Sus asesinos, posiblemente, habrán dicho frente
al Pilato salvadoreño: El Padre Rutilio S.J., solivianta al pueblo con sus
homilías por todo el Paisnal, desde San Salvador, donde comenzó hasta en Apopa.
En
San Salvador, donde todo comenzó, pronunció la primera de esas homilías que
originarían su pasión. El 6 de agosto de 1970, en ocasión de la solemnidad de
la Transfiguración del Señor en catedral y en un contexto de reforma agraria
vacilante, el Padre Rutilio, después de presentar a Jesucristo como mediador
ante Dios; palabra de Dios hecha carne; y nuestro libertador, concluyó animando
a los obispos y gobernantes de la nación a “ver
con los ojos de Cristo”. Realidad que podía ser transformada con firme
voluntad política; y por supuesto, con la guía de la Iglesia: La Iglesia dentro
de su esfera y el Gobierno en la suya propia, con el mutuo respeto dentro de
sus ámbitos legítimos, han de colaborar eficazmente, audazmente y urgentemente
a fin de propiciar “leyes justas,
honestas y convenientes”, según lo exige la soberanía del pueblo en el
artículo 1 de nuestra constitución ¿Cuál es ese pueblo soberano? ¿La gran
mayoría o la pequeña minoría? ¿Cuál de los dos es el realmente alienado en esta
nación? La Iglesia y el gobierno han de colaborar eficazmente, audazmente y
urgentemente para transfigurar al pueblo salvadoreño que vive en los valles,
junto a los hermosos lagos, junto al río Lempa, a la orilla de los cafetales y
cañales en flor, en las faldas de nuestros montes y volcanes, en los pueblitos
y caseríos y en las grandes y explosivas concentraciones urbanas y junto a los
grandes latifundios... y solamente entonces, Cristo Salvador Transfigurado,
será realmente nuestro Patrono, al estar transfigurados todos nosotros, los
bautizados en su nombre, por haber sido fieles al mandato del Padre, según lo
hemos escuchado en el Evangelio de este día: Este es mi Hijo muy amado,
escuchad y poned por obra su mensaje.
Su
homilía no agradó a los Caínes. Sólo consiguió levantar sospechas y
resquemores. Cuánto habrá sufrido, hermanas y hermanos míos, al ver que su
mensaje había sido mal comprendido. Un mensaje preparado en aras de mejorar las
condiciones de vida de un pueblo que, se debatía entre la miseria y la falta de
libertad, era usado en su contra sin percatarse de su alto sentido evangélico.
No importaba que lo explicara de variadas formas. Siempre eran tergiversadas.
Un claro ejemplo de esto es su homilía del domingo 16 de septiembre de 1973,
pronunciada en Aguilares en ocasión de la Independencia, sobre el buen
samaritano. En la interpretación del pasaje lucano, similar a Jesús, utilizó
una figura “marginada, despreciable” desde la óptica civil-política; y
contraria a Dios, desde la óptica religiosa: Un hombre a quien llamaban
“comunista” en la región acertó a pasar por aquel sitio de la Troncal y al
verlo sintió compasión. Entonces se acercó al hombre, le curó las heridas lo
mejor que pudo y le puso vendas. Luego lo subió en su propio carro, lo llevó a
un alojamiento y lo cuidó ahí. Al día siguiente, cuando el hombre a quien
llamaban “comunista” se iba, sacó algunos dineros y los dio al dueño del
alojamiento y le dijo: “Cuida a este hombre, y si gastas algo más, te lo pagaré
cuando yo vuelva”. Pues bien ¿Cuál de estos personajes te parece que fue el prójimo
del hombre que fue asaltado por los ladrones? El católico salvadoreño dijo: el
que tuvo compasión de él. Entonces, Jesús le dijo: Anda y haz tú lo mismo.
La
interpretación es creativa y encarnada en la situación convulsa del país por
aquellos años. Sin embargo, es muy probable que no todos la aprobaran. Sobre
todo, aquellas y aquellos ideologizados que solían idolatrar su organización o
partido político. La lección que el Padre Rutilio, les dio fue clara: La
política no es para beneficio personal. Es para propiciar el bien común del
pueblo salvadoreño sumido en miseria, injusticia, persecución e ignorancia. El
Padre Rutilio, al aplicar la parábola a la realidad salvadoreña, no veía a un
solo hombre herido. El herido era el pueblo completo: Al pueblo lo dejaron
todos atrás, tendido en el camino, moribundo y sin voz. Dejemos de hablar tanto
del pueblo y demostremos realmente con hechos que tenemos amor a Dios y al
pueblo, ya que eso es tener fe en Dios y en su imagen, el hombre. Amaba al
pueblo, deseaba lo mejor. Había entendido que misericordia es como nos explica
San Gregorio de Niza una pena o dolor voluntario que nace de los males ajenos.
No para condolernos junto a ellos o aplicar un poco de asistencialismo que
calme nuestra conciencia. La misericordia es acción transformadora; lo
contrario es inacción, mutismo y; quizá, conformismo que lacera la dignidad
humana impidiéndole su desarrollo: Si la compasión no ablanda el alma para que
socorra a su prójimo, no hay manera de que nadie dé un paso para aliviar la
desgracia ajena. Quiso, el Padre Rutilio demostrar que el buen samaritano no se
conformó con acercarse al herido. Lo recogió, lo cargó, lo llevó a lugar seguro
devolviéndole la posibilidad de recuperar su salud, y con ello, la vida.
Su
compasión no se detenía ante nada. En Apopa, el 13 de febrero de 1977,
pronunció una homilía en solidaridad con el Padre Bernal que acababa de ser
expulsado del país aclarando que, no se trataba de un mitin ni mucho menos de
una marcha violenta. Era una manifestación de fe en la que clarividentemente
habló del sello martirial de la Iglesia salvadoreña en aggiornamento y del amor que le caracterizaba: El símbolo de una
mesa compartida, con el taburete para cada uno y con manteles largos para
todos. El símbolo de la Creación, y para eso hace falta la redención. ¡Ya está
sellándose con el martirio!... No veníamos aquí con machetes. No es esta
nuestra violencia. La violencia está en la Palabra de Dios, que nos violenta a
nosotros y que violenta a la sociedad y que nos une y nos congrega, aunque nos
apaleen. Por lo tanto, el código se resume, en una palabra: Amor: contra el anti
amor, contra el pecado, contra la injusticia, contra la dominación de los
hombres, contra la destrucción de la fraternidad.
Mis
hermanas y hermanos, en estas homilías se descubre a un Rutilio plenamente
identificado con Jesús: Veía con los ojos de Cristo; juzgaba la realidad a la
luz de la Palabra, Tradición y Magisterio; y, actuaba como Cristo lo hubiera
hecho; es decir, con misericordia, anunciando la Buena Nueva y denunciando el
pecado. Un ver, juzgar y actuar que le llevó a padecer incomprensiones,
intolerancias, acusaciones, burlas, persecución de espías, entre otras más.
Sufrimientos de los cuales siempre estuvo consciente: Es peligroso ser
cristiano en nuestro país ¡Prácticamente es ilegal ser cristiano cabal en
nuestro medio! ¿Por qué? Porque estamos basados en un orden establecido ante el
cual la mera proclamación del Evangelio resulta subversiva. ¿Cómo no va arder
que les descubran la maldad? Sabía que su pasión en los Olivos tenía un final:
El asesinato, que nosotros agradecidos por su testimonio llamamos hoy: Muerte
martirial.
Aproximadamente
a las cinco de la tarde del 12 de marzo de 1977, ocurrió su muerte en cruz. No
estaba sólo. Junto a él murieron dos mártires más: Don Manuel Solórzano, de
setenta y dos años; y Nelson Rutilio Lemus, de quince. El Padre Rutilio, se
dirigía a celebrar la eucaristía y a continuar la novena a San José, en el
Paisnal. Nunca llegó. En el camino fueron emboscados y su carro ametrallado
brutalmente como si se tratara de un malhechor. El Padre Rodolfo Cardenal S.J.,
relata en la biografía del Padre Rutilio que poco antes de morir, éste dijo en
voz baja: Debemos hacer lo que Dios quiere. Sí, hermanas y hermanos míos, como
Jesús en el huerto de los Olivos, cuando obediente hasta la muerte exclamó: No
se haga mi voluntad sino la tuya (Lc 22, 42). No es que la voluntad de Dios
fuera ver morir al Padre Rutilio de forma macabra ni mucho menos a su Hijo.
Hacer su voluntad implica en este caso ser fieles a la misión encomendada aun
cuando esto conlleve la posibilidad de morir en su cumplimiento. Es el pecado
que mata, el que dio muerte a este santo sacerdote, nuestro amadísimo
protomártir; y fue el pecado, el que mató a Jesús en la cruz. El perdón a sus
asesinos lo había dado tiempo antes de morir: El odio no cabe en un cristiano.
Aunque nos apaleen y nos quiten la vida tenemos que seguir amando y perdonando.
Así nos enseñó Jesús ¿verdad? ¡Padre, perdónales, sepan o no sepan lo que
hacen!.
En la
noche, su cuerpo fue lavado y vestido junto al de sus hermanos de martirio.
Mons. Romero pidió que los tres fueran trasladados a Catedral Metropolitana
donde se celebraría una misa de cuerpo presente. Presidió la misa Mons. Romero,
nuestro querido Beato y Profeta, concelebraron Mons. Luis Chávez y González,
Mons. Rivera y Damas y una gran cantidad de sacerdotes. Posteriormente sus
cuerpos fueron colocados al interior del templo del Paisnal. Murieron víctimas
del pecado de idolatría al poder, a la riqueza y la autocomplacencia practicada
por un reducido grupo de la élite política y empresarial del país, que no
resistió oír el anuncio de la Buena Nueva que auguraba la llegada del Reino,
desde el ya; y la destrucción del anti reino lleno de injusticia, mentira y
odio. Sus muertes no fueron en vano. Hoy a cuarenta años de su martirio debemos
acercarnos a la figura del Padre Rutilio, a sus escritos para conocerle y
motivarnos a seguir a Cristo en la forma comprometida que él lo hizo. Hagamos
nuestra, amadísimas hermanas y hermanos míos, la invitación del Venerable
Siervo de Dios Padre Rutilio Grande: Debemos hacer lo que Dios quiere.
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