BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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En los estudios
sobre la vida de Mons. Óscar A. Romero, se ha reconocido el impacto del P.
Rutilio Grande sobre el pensamiento del obispo mártir, pero poco se ha escrito
sobre otro amigo igualmente—o más—influyente, Mons. Rafael Valladares y
Argumedo, amigo de la juventud, seminario, y sacerdocio de Romero,
quien llegó a ser obispo auxiliar de San Salvador en 1956 (esta semana es el aniversario de su ordenación episcopal el 18 de noviembre). Valladares llegó al episcopado 14 años antes que Romero pero murió prematuramente en 1961. En cierto sentido, Valladares presagia a
Rutilio Grande, y puede ser un eslabón perdido en la interpretación de Romero.
No es ninguna
exageración decir que Valladares fue una de las figuras más importantes en la
vida de Romero. Compañeros del
seminario, vivieron aventuras inolvidables durante sus años de seminario y
sacerdocio. Convivieron en
Roma durante seis años de estudio seminarista; y
estuvieron detenidos juntos por tres meses en un campo de concentración cubano
durante su viaje de regreso a su patria. Romero estuvo presente durante la ordenación
sacerdotal de Valladares, en su ordenación episcopal, y hasta en el momento
preciso de su muerte. Valladares
presenció la consagración de Romero como sacerdote y la alabó con una
conmovedora poesía. Valladares es uno de
solo dos amigos a quien Romero llama su “hermano”
(aparte de sus hermanos naturales—el otro es Rutilio Grande), y confiesa en su
diario en 1979 que “lo siento siempre tan
cerca”.
Valladares fue
identificado con Romero desde el principio.
Era sobrino de Mons. Juan Antonio Dueñas, el obispo que llamó a Romero
al sacerdocio. Valladares y Romero eran
sus mejores seminaristas. Según una
versión de los hechos, Valladares y Romero salieron empatados en el concurso
para ir a hacer el seminario en Roma.
Valladares, cuatro años mayor que Romero, fue primero en 1935. Cuando Romero llega a la Ciudad Eterna en
1937, Valladares lo espera para ser su hermano mayor consejero; un compatriota
y conocido que vive con él los momentos más culminantes de su vida
espiritual. Cuando Romero es ordenado
sacerdote el 4 de abril de 1942, Valladares le dedica estos versos, algunos de ellos muy proféticos
(el negrillo es mío):
HOSTIA DE PAZ
Fue un instante
no mas … y el pobre barro
al calor de unos
labios se esfumó!
y, atónito,
dilató mis pupilas
y me hallo ante un
milagro del amor!
Sacerdote, ese
ósculo de Cristo
ha invadido tu
ser,
penetró hasta tu
alma y te hizo eterno,
divino como él!
taumaturgo, en
la cuenca de tus manos
sus prodigios
dejó;
para que ames y
sufras, en tu pecho
metió su
corazón.
Amor, dolor,
siempre en sublime,
siempre asi en
armoniosa dualidad;
en la cruz son
la muerte que redime
y en el pan son
la hostia del altar!
sacerdote, eres
hostia. No has sentido
la culpa de los
hombres sobre ti?
tu sublime
estructura se ha formado
para amar y sufrir.
Sacerdote, eres
hostia. Abre tus ojos
y en un fondo de
llanto y de pavor,
mira que se
alzan mil escuetos brazos
siluetas del
dolor.
El odio con su
rictus de venganza
se arroja por
doquier.
Y es Caín
fratricida que se sacia
con la sangre de
Abel.
Fue un instante
nomas ... y se abrió el cielo
con su aurora
pascual
y en las manos
de Cristo el pobre barro
se hizo una
hostia de paz!
Sacerdote, tu
nombre es un poema
de amor y de
dolor;
para amar y
sufrir, Cristo en tu pecho
con un beso dejó
su corazón.
En tu rica
patena los dolores
de los hombres
estrecha a tu dolor;
y la llama que
abrase el holocausto…
sea siempre tu
amor ... !
Los dos jóvenes
sacerdotes, Romero y Valladares, fueron íntimos colaboradores. “El
Padre Rafael Valladares fue su mejor amigo entre todos los sacerdotes”,
recuerda Doris Osegueda, secretaria de Romero en Piezas Para Un Retrato (UCA
Editores; Sexta Edición, 2011). “Muy distintos los dos, pero se
complementaban. Valladares era más de escribir, Romero de hablar”. Valladares era alegre y llevadero, y Romero
más estricto y reservado. Osegueda
recuerda que Valladares hacía bromas de los disgustos de Romero al ver
sacerdotes jóvenes sin sotana y otros comportamientos que él consideraba
escandalosos. “¡Éste se enferma porque se enoja! Con lo fácil que se le sale el indio
siempre va a estar lleno de achaques. Yo, como no me enojo”, reía
Valladares.
El humorismo de
Valladares ocultaba dos tremendas realidades.
Una era su salud, que siempre fue delicada. Sufrió en Roma, bajo la escasez de alimentos
debido a la Segunda Guerra Mundial. Su
salud decayó notablemente después del episodio de la detención en Cuba, y le
costó recuperar, y finalmente su condición se volvió precaria después de ser
nombrado obispo. Finalmente, murió en
1961, a causa de insuficiencia renal crónica después de una prolongada dolencia.
Segundo,
Valladares compartía la ortodoxia de Romero, pero sabía expresarla a través de
las risas. En su reseña sobre
Valladares, en la segunda edición de su libro La ciudad donde se arrancan corazones, alma y memoria
de San Juan Opico, 2013, Saúl Antonio de Paz Chávez revela que
Valladares sufrió mucho porque “no quería
que nadie lo viera sin sotana ni en la cama”. Los dos, Valladares y Romero, eran “excelentes latinistas” dice Oscar Manuel
Doñas e instruían a los seminaristas en el lenguaje litúrgico de la Iglesia en
el seminario menor de San Miguel, que los dos regían. Entre las últimas palabras de Valladares, el
día de su muerte fue pedir “Mi breviario…
en latín”, para rezar las preces de su agonía final. Óscar Romero estuvo presente cuando su amigo exhaló
su último suspiro, y escribió sobre el hecho en una reflexión que tituló “Murió como santo porque vivió como sacerdote”
(compárese el título de la biografía de Mons. Romero por Jesús Delgado, Así tenía que morir: ¡sacerdote! porque así
vivió: Mons. Óscar A. Romero, Ediciones de la Arquidiócesis de San
Salvador, 2010).
Mons. Romero y Mons. Valladares. |
Primero, en el estilo episcopal. Valladares tomó las palabras “SINT UNUM” (Sean Una Cosa) de la Oración
Sacerdotal de Cristo (Juan 17:1-5) como su lema episcopal. Escribe Saúl de Paz que “hacia esa unificación en la calidad en torno de la jerarquía [Valladares] ordenó toda su inteligencia y santidad”. Romero también adoptó una expresión de unión
eclesial como su lema—“Sentire Cum
Ecclesia” (Sentir con la Iglesia) de los ejercicios espirituales de San
Ignacio de Loyola, que explicó, “concretamente significa apego incondicional
a la Jerarquía”.
Segundo, por su fama como
“constante voz por una auténtica reforma
social con base en la Doctrina Social de la Iglesia”. Desde su niñez, Valladares
amó la justicia, veneraba una imagen de Mons. Ricardo Casanova y Estrada, el
arzobispo guatemalteco exiliado por el general Manuel Lisandro Barillas Bercián
por sus críticas al gobierno. Mons.
Arturo Rivera y Damas, sucesor de Mons. Romero como Arzobispo de San Salvador fue
obispo a la par de Valladares. Rivera recordaba que Valladares llamaba a los
pobres “los preferidos de Dios”, y le
presentó de modelos a San Nicolás, “el
obispo de los pobres”, y Mons. Von Galen, “el León de Münster”.
Finalmente, no se debe despreciar el aspecto sentimental. Por supuesto, no podemos saber el alcance de esos
vínculos, pero me atrevo a especular sobre dos.
Primero, me parece que Valladares presagia y prefigura al P. Rutilio
Grande. Valladares tenía 48 años cuando murió;
Grande tenía 49. No sé si la muerte de
Grande hubiera tenido el mismo impacto sobre Romero si Grande no hubiera sido
un sacerdote apegado a la doctrina y en comunión con el arzobispado, con un
historial de amistad con Romero, así como Valladares. Segundo, el aniversario de la ordenación
sacerdotal de Valladares puede haber influido en un día decisivo de Mons.
Romero. Cuando Mons. Romero se
encontraba en Tierra Santa para el aniversario de la ordenación de Valladares
en 1956, ofreció una misa en la Basílica de la Bienaventuranzas en su nombre. La última homilía de Mons. Romero ofrecida el
23 de marzo de 1980 fue en el 40 ° aniversario de la ordenación de Valladares.
Yo pensaría que esta fue el más grande tributo (ya sea deliberadamente o por
coincidencia) a su gran amigo.
Cuando Mons.
Valladares falleció en 1961, Opico (la tierra donde nació) y San Miguel se
disputaban el derecho de recibir sus restos mortales. El Arzobispo de San Salvador, Mons. Luis
Chávez y González, determinó que sus restos reposarían en la cripta de la nueva
catedral que se estaba construyendo en la ciudad después del incendio de la
iglesia antigua. Esa cripta ahora es
conocida como “La Cripta de Mons. Romero”, y allí reposan dos viejos amigos que
no supieron que iban a estar unidos en la muerte como lo estuvieron en la vida,
haciendo cumplir el evangelio que nos dice que Jesús envía a sus discípulos “de dos en dos” (Marcos 6, 7).
La Catedral en construcción, fotografiada por Romero. Área de la cripta. |
En el 50 ° aniversario del Pacto de las Catacumbas y el 26 ° aniversario de los Mártires de la UCA.
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