BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Hace un año que el Papa Francisco aprobó el decreto reconociendo el martirio de Mons. Óscar A. Romero, un hito histórico tanto para la sociedad salvadoreña, para la identidad de Iglesia Latinoamericana, y para el concepto de martirio y santidad en la Iglesia Universal.
[La importancia de Romero]
Era un martes 3
de febrero. El mes anterior, los
teólogos vaticanos habían aprobado por unanimidad reconocer a Romero como
mártir y el postulador de la causa, Mons. Vincenzo Paglia, había maniobrado
para meter el expediente de Romero junto al de tres clérigos asesinados por el
Sendero Luminoso en el Perú para ser considerado ese 3 de febrero por la
comisión de cardenales y obispos de la congregación de los santos. Era bastante inusual avanzar una causa de los
teólogos a los cardenales tan rápido, ya que el lapso es normalmente de varios meses,
pero no sería esa la única aceleración.
Después de la aprobación de los purpurados el martes, se preveía
entregar el decreto al Papa ese jueves, pero el Pontífice pidió recibirlo
cuanto antes, y se le llevó el mismo día.
Las
reverberaciones se hicieron sentir ante todo en El Salvador, donde la
declaración que Romero fue asesinado “en odio a la fe” se comprendió de
inmediato como una contundente recriminación en contra de las fuerzas de
derecha acusadas del asesinato, sobre todo Roberto D’Aubuisson, el fundador del
partido ARENA, acusado autor intelectual del crimen. Sobre él recayeron los comentarios del
Cardenal Angelo Amato en la
homilía de beatificación cuando dijo que, “Si
sus perseguidores han desaparecido en la sombra del olvido y de la muerte, la
memoria de Romero en cambio continúa estando viva y dando consuelo a todos los
pobres y los marginados de la tierra”.
El dictamen vaticano también salpicó a muchos otros, por ejemplo, al
recién fallecido ex Presidente Francisco Flores, uno de los que más se opuso a
la beatificación según fuentes cercanas al proceso.
Las
reverberaciones también se sintieron por la Iglesia Latinoamericana. Como lo comentaba el vaticanista Luis Badilla, la
reivindicación de Romero implicó las “grandes
verdades que marcarán profundamente y para siempre el alma católica de los
pueblos latinoamericanos. Son verdades que hoy resonaron en los palacios donde
mons. Romero no siempre fue bien recibido y donde no siempre encontró el
consuelo y el apoyo que merecía”.
Romero había respondido a un llamado que originó en los mismos obispos
latinoamericanos de cuidar con mayor atención la justicia social, pero cuando
Romero se expuso en ese ámbito, se le dejó desprotegido. “Es
sabido e históricamente cierto que muchas veces la Iglesia ha tratado mal a sus
mejores hijos”, comentó Badilla. El
reconocimiento de Romero, aunque fuese tardío, sirvió para justiciar su figura:
“Hoy el mártir obispo de San Salvador
cumplió su ciclo celestial”.
Finalmente,
Romero sirvió el papel de recordar a toda la Iglesia de aquella idea radical
del evangelio de que verdaderamente no hay mayor amor que dar la vida por el
prójimo. Ese principio estuvo al centro
de una reciente homilía por Mons. Gustavo Rodríguez, Arzobispo de Yucatán, sobre el Beato
Romero. Clausurando un seminario sobre
justicia y paz de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), Mons.
Rodríguez dijo que, “Con la
beatificación, Mons. Romero debe continuar en el cielo con la misión que tenía
en la tierra: cuidar y velar mediante su intercesión, de los que continuamos
aquí todavía en este valle de lágrimas; pero ahora ya no sólo de los de El
Salvador, sino de todos los que en el mundo trabajan por la paz y la justicia”. Meditando sobre el tema del seminario, ‘Una
Iglesia en salida, pobre para los pobres’, Mons. Rodríguez dijo que el Beato
Romero “nos inspira en nuestra fe y
esperanza y nos alienta a seguir en la lucha a favor de los pobres de este
mundo, porque todavía tenemos vida para ofrendar”.
Después de la
aprobación del decreto, Mons. Romero fue beatificado el 23 de mayo del año pasado en la beatificación no papal más grande de la historia.
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