BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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La iglesia del P. Nicolás. |
El primer sacerdote asesinado en El Salvador no fue el P. Rutilio Grande, ultimado en marzo de 1977, que cambió para siempre la trayectoria del arzobispado del Beato Mons. Óscar A. Romero. Siete años antes que Grande, había sido masacrado el P. Nicolás Antonio Rodríguez Aguilar, e increíblemente el Beato Romero también había jugado una parte en la historia de ese verdadero “protomártir”.
Mons. Romero
conmemoró su muerte con la de otros sacerdotes acribillados, recordándolo como
un muerto “a quien yo fui junto con otros
sacerdotes, por encargo de monseñor Chávez [el arzobispo anterior], a recoger allá cerca de San Antonio Los
Ranchos, en Chalatenango”. (Su
Diario, 28 de noviembre de 1979.) “Es justo que ahora, cuando recogemos el
heroísmo de nuestros sacerdotes”, dijo el Beato, “recordemos”. (Homilía del 27
de nov. de 1977.) Así hizo memoria el
Beato Romero del primer mártir salvadoreño: “venía de una confesión, traía los instrumentos de despedir un alma para
la eternidad, ministro que murió, pues,
en el servicio de su sacerdocio”.
Mons. Romero
recordó los tristes detalles del hecho: “yo
fui a recoger ese cadáver, ya estaba putrefacto”. Fue una escena espeluznante. Mutilado y devorado por perros y aves de
rapiña, su cadáver fue encontrado, con su mano derecha cortada con machete, y
una lesión en la cabeza y otras señas de la violencia que tuvo que sufrir. A la par de su cuerpo, las autoridades encontraron
los Santos Oleos, una Estola, un Corporal y el cartón que usaba para guarecerse
del sol. La comitiva que llegó a reclamar
su cuerpo en el lugar donde lo habían aventado, lo puso en una caja y lo retiró
en procesión, entre rezos y lloros del pueblo que los acompañaba, lo subieron
en un cayuco para cruzar el rio, y siguieron cuesta arriba, a pie, hasta el
cementerio de Cojutepeque. La sencilla
cruz sobre su tumba en el cementerio general lucía el epitafio: “Murió
en el cumplimiento del deber pastoral”—tal y como lo catalogó Romero.
El Padre Nicolás
había nacido en Cojutepeque el 15 de mayo de 1921. Fue ordenado sacerdote el 16 de enero de 1949. “Nicolás
era un sacerdote tranquilo, poco comunicativo, amable y hecho a la antigua”,
relata a Súper Martyrio el ex
sacerdote salvadoreño Inocencio “Chencho” Alas, quien fue secuestrado y
torturado en la misma época. “No participaba en los movimientos de cambio”. Pero según la lógica perversa de la
persecución de la Iglesia de la época, la neutralidad del Padre Nicolás fue lo que
convirtió en blanco de los verdugos. “Sería el sujeto ideal, porque se señalaría a
los sacerdotes sin saber de dónde viene la acción”, recuerda José Alejandro
Duarte Fuentes en su libro Borbollones:
Padre Nicolás Rodríguez, mártir, Imprenta Universitaria, San Salvador,
1999, pág. 19. Y según un informe del
arzobispado de 1977, el motivo del crimen fue amedrentar al clero. Rivera Damas, “La labor pastoral de la Arquidiócesis de San Salvador”, ECA 348-349
(1977), pág. 809.
El 28 de
noviembre es una fecha fatídica en el martirologio salvadoreño. Fue esa misma fecha que fue ultimado el P.
Ernesto Barrera en 1979, y el P. Marcial Serrano en 1980. El sábado 28 de noviembre de 1970, el Padre
Nicolás había ido a celebrar un matrimonio a Cancasque, un pueblo localizado a
dos leguas de su parroquia, San Antonio Los Ranchos, Chalatenango. Era el
tiempo en que comenzaban los movimientos campesinos, la actividad sindicalista,
y la organización de las Comunidades Eclesiales de Base. Su misión estaba encarnada en la zona
conflictiva donde el Rio Sumpul desemboca en el Rio Lempa, la misma región que
produjo el martirio del Padre Grande y la masacre de El Sumpul, la misma zona
donde las religiosas estadounidenses Ita Ford y Maura Clarke trabajaban antes
de ser asesinadas en 1980.
La gente del P. Nicolás en un campo de refugiados durante la guerra civil. |
El Padre Nicolás
vivía—y viajaba—como los pobres, y llegó en bus hasta un lugar llamado Santa
Teresa. Allí fue interceptado por
malhechores que pretendieron llevarlo a caballo hasta un lugar donde debía dar
los Santos Oleos a un enfermo. “Esta fue la ocasión de su muerte, fue como
una oveja al matadero”, cuenta Duarte.
(Op. Cit., pág. 24.) Los asesinos torturaron al sacerdote, y
quisieron embriagarlo para que pudiera soportar las torturas. Cuando se rehusó a beber, le cortaron la
mano, pero esto causó que sangrara excesivamente. Para tratar de detener el desangre, le
metieron la mano en agua hirviente. Al
ver que seguía brotando chorros de sangre, decidieron “terminarlo”. Cuando aún muerto seguía sangrando, lo
bañaron en cal. Mantuvieron su cuerpo
tendido en una hamaca varios días, y cuando comenzó a emitir mal olor,
obligaron a unos aldeanos a punta de pistola a cargarlo al lugar donde lo aventaron.
El Padre Juan
León Montoya había sido capellán militar (y después chocaría con Romero), pero
el cruel asesinato lo conmovió a reconocer esta muerte como un martirio. El
Padre Nicolás “se encontró con la muerte
disfrazada de asesino, para celebrar su última misa en un calvario de dolor,
ofreciendo su vida sobre los mismos corporales en que había descansado Cristo
Eucaristía en el Viático Consolador”, escribió el P. Montoya, “corporales que fueron encontrados teñidos
con su sangre sobre su pecho sacerdotal”.
Su muerte fue un testimonio: “Su
rostro desfigurado, su mano derecha amputada, nos dan la imagen del Cristo
Roto, del sacerdote sin nombre y apellido, pero sacerdote en la grandeza del
sacrificio de su vida, en la inmolación que identifica al sacerdote con Cristo”.
No obstante la
gran conmoción del momento, el crimen del Padre Nicolás quedó en el olvido, y
fue desplazado eventualmente por las figuras de los mártires salvadoreños que
vinieron una década después de su sacrificio.
Esto se debió en gran parte a que su asesinato no desencadenó una ola de
persecución contra la Iglesia como la persecución agresiva desatada después de
la muerte del P. Grande. Por ende, la
muerte del Padre Nicolás quedó como un hecho aislado que no ha sido ligado en
la imaginación popular con los demás crímenes.
El Padre Nicolás está incluido entre los 500 mártires que la Iglesia Salvadoreña
busca beatificar en un futuro próximo.
Algunos han
lamentado que la muerte del Padre Nicolás no causó la “conversión” de Mons.
Romero como lo hizo el Padre Grande. Mons.
Romero había sido ordenado obispo apenas cinco meses antes del crimen, en junio
de 1970. Romero pudo haber tenido al
Padre Nicolás en mente cuando profundizó en enero de 1971: “un sacerdote es ante todo un hombre de fe y
oración. Son los sacerdotes de oración los líderes más audaces porque sienten
la verdad bíblica: ‘todo lo puedo en Aquel que es mi fortaleza’.” OAR, La Prensa Gráfica, 11 de enero de 1971 (Cf.,
Filipenses 4,13.) Es evidente que siete
años después de la muerte del Padre Nicolás, Romero no lo olvidaba, ya que lo
conmemoró en sus años de arzobispo, algo natural porque había participado en el
reconocimiento de sus restos. De hecho,
unos días después del crimen, Romero había ido a celebrar el matrimonio que el
Padre Nicolás no pudo oficiar, diciendo “voy
a sacar a Nicolás del compromiso”.
Finalmente, el
Beato Romero reconoció el significado de este crimen para la sociedad
salvadoreña ... “una sociedad que mata a
sus sacerdotes”. (Hom. del 9 de dic.
de 1979.)
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