BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
|
||
|
Arte de Luis Lazo Chaparro |
“Entonces llamó a la multitud y a sus discípulos. Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo—, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga”. (Marcos 8:34)
Por
Duane W. H. Arnold, PhD *
En la Palestina
del primer siglo, si uno veía un hombre rodeado por soldados con un madero de
cruz atado a sus hombros ensangrentados dando pasos dolorosos por un camino polvoso
afuera de las paredes de la ciudad de Jerusalén, sólo se podía llegar a una
conclusión—que este estaba destinado a morir. Hoy, sin embargo, cuando hablamos
del “Camino de la Cruz” normalmente tenemos en mente algo relacionado con las
actividades litúrgicas de la Semana Santa que culminan con la celebración de la
Pascua. Podríamos pensar en el Viernes Santo y los sermones sobre las siete palabras
de Cristo en la cruz. Tal vez pensamos en las devociones relacionadas con las
Estaciones de la Cruz, o el despojo del altar, o las oraciones ante el altar de
reposo, o incluso la propia Vigilia de Pascua. Pocos de nosotros experimentamos
la realidad de la pasión y muerte de Cristo. Muchos menos somos los llamados
por las circunstancias o la divina providencia a ser “testigos” vivientes
(martyria) del sufrimiento de Cristo, para reflejar la muerte y la pasión de
Cristo en nuestras propias vidas. Los que toman asumen ese llamado, son los que
consideramos “mártires”. Pocos lo han mostrado con más claridad que el Beato Óscar
A. Romero.
Durante esta
Semana Santa vamos a contemplar al Beato Óscar A. Romero caminando “El Camino
de la Cruz”, un camino que lo condujo a su muerte en el altar el 24 de marzo de
1980. Sobre él fijaremos nuestra mirada siendo uno que refleja la pasión y la muerte
de Cristo, que reconoció que si buscamos imitar a Cristo en su encarnación,
también podríamos ser llamados a imitar a Cristo en su sufrimiento y muerte.
Como el mismo Romero dijo, justo un mes antes de morir:
“Este es el compromiso de ser cristiano:
seguir a Cristo en su encarnación y si Cristo es Dios majestuoso que se hace
hombre humilde hasta la muerte de los esclavos en una cruz y vive con los
pobres, así debe ser nuestra fe cristiana. El cristiano que no quiere vivir
este compromiso de solidaridad con el pobre, no es digno de llamarse cristiano.
Cristo nos invita a no tenerle miedo a la persecución porque, créanlo hermanos,
el que se compromete con los pobres tiene que correr el mismo destino de los
pobres. Y en El Salvador ya sabemos lo que significa el destino de los pobres:
ser desaparecido, ser torturados, ser capturados, aparecer cadáveres”. (Monseñor
Romero, 17 de febrero de 1980)
En su imitación
de Cristo, Romero estaba plenamente consciente de donde podría conducir el
camino que viajaba. (Recordemos que en sus últimas semanas viajaba a menudo a
solas, por no querer poner un chofer o acompañante en riesgo.) Sin embargo,
debido a su conocimiento profundo y vital de la encarnación, Romero también
sabía que Cristo no sólo iba con él en el viaje, sino que el mismo Cristo había
recorrido el mismo camino y había seguido ese camino hasta el final. Esta seguridad
permitió a Romero comprender la encarnación de Cristo más plenamente y aplicar
ese conocimiento a la situación que enfrentaba tanto él como muchos otros en El
Salvador.
“Cristo no es un ser insensible. Cristo es un
hombre de carne y hueso, de nervios y músculos como nosotros. Un hombre que
siente lo que siente alguien cuando lo lleva la Guardia Nacional y lo lleva a
ese lugar de tortura”. (Monseñor Romero, 1 de abril de 1979)
Debo confesar, que
cuando me di cuenta de que este año, el primer año de la beatificación de
Romero, el día de su fiesta caería el Jueves Santo (24 de marzo) y que su
celebración sería transferida a otro día (la iglesia salvadoreña conmemora a
Romero el 18 de marzo) quedé decepcionado. Después de la alegría de la
beatificación y la efusión de amor y admiración a Romero que parecía venir de
todos los rincones del planeta, yo tenía el ansia de celebrar esta primera
fiesta del Beato Oscar Romero. Tras reflexionar sobre ello, sin embargo, he
llegado a la conclusión de que la Semana Santa nos da una oportunidad única
para ver a Romero desde una perspectiva muy singular. Es una perspectiva que
nos permite ver cómo Romero se identificó no sólo a sí mismo, sino quizás lo
más importante, a todo el pueblo de El Salvador con la figura de Cristo en la
Vía Dolorosa, cargando la cruz hasta el Gólgota. Como dijo el mismo Romero:
“Sentimos en el Cristo de la Semana Santa con
su cruz a cuestas, que es el pueblo que va cargando también su cruz. Sentimos
en el Cristo de los brazos abiertos y crucificados, al pueblo crucificado pero
que desde Cristo, un pueblo que crucificado y humillado, encuentra su esperanza”.
(Monseñor Romero, 19 de marzo de 1978)
Esta es,
entonces, una oportunidad para abrazar a esa figura con la cruz a cuestas
caminando el camino polvoriento afuera de los muros de Jerusalén, así como
todos los que sufren y han sufrido, con él. También es una oportunidad para
abrazar a Romero, que caminó los pasos de Cristo, no por un camino polvoriento,
sino en un altar en la capilla de un hospital, donde, en medio del sacrificio
eucarístico, el arzobispo fue acribillado por la bala de un asesino—el
contenido del cáliz de su eucaristía inconclusa se mezcló con su propia sangre sobre
el piso.
Por lo tanto, acojamos
la oportunidad providencial de esta Semana Santa de 2016. Acojámosla como un
tiempo de reflexión. Acojámosla como un momento de recuerdo. Acojámosla como un
momento de compromiso. Quizá sobre todo, acojámosla como un momento para
caminar con el Beato Romero por el camino de la cruz, siguiendo a Cristo desde
el Domingo de Ramos hasta el Viernes Santo y, posteriormente hacia la esperanza
y la gloria de la Resurrección.
* Duane es un amigo del blog, y un miembro de The Project. Tómese un minuto para ver el video de la canción
de The Project, “Romero”.
No comments:
Post a Comment