BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Repartiendo la Eucaristía en el Comulgatorio; el Sermón de Apopa. |
Decir “Rutilio Grande” y “conversión” nos hace pensar en el impacto que el asesinato del P. Grande tuvo sobre el Beato Mons. Óscar A. Romero—lo que el Papa Francisco llama el gran milagro del P. Grande. Pero quizá no pensamos en la conversión que debió anteceder a esta—la conversión del propio Rutilio Grande. El mismo Papa Francisco nos señala la evidencia de esa conversión: “Él dejó el ‘centro’ para ir a las periferias”.
[Ver tambien: El mártir olvidado de El Salvador]
El Santo Padre
habla con sabiduría, ya que el mismo P. Grande admite que su proceso de
conversión se completó con su inserción pastoral en su parroquia “periférica”:
Grande profesaba haber vivido “dos conversiones”: una después del Concilio
Vaticano II, y la segunda cuando deja el seminario donde era rector y asume
como párroco en su pueblo natal de Aguilares.
“Dejó el ‘centro’ para ir a las
periferias”. O como explica el P.
Salvador Carranza, “podemos afirmar con
sencillez que la ida en equipo a Aguilares marca el paso del mar Rojo de aquel
éxodo o el 'volver a Galilea' de los seguidores de Jesús”.
Al hacer esta
reflexión, celebrando el 39 ° aniversario del asesinato del P. Grande el 12 de marzo, nos
preguntamos si su muerte estaría ya cerca de ser reconocida como el martirio
que fue, y si podríamos esperar un anuncio en ese sentido en el marco de este
aniversario. Fuentes cercanas al proceso
han confirmado a «Súper Martyrio» que
la causa procede con lentitud,
pero no por razones de peso, sino la burocracia ordinaria que caracteriza estos
procesos. Por otro lado, «Súper Martyrio» ha conocido que la
documentación de los tres milagros
atribuidos al Beato Romero anunciados por la Iglesia Salvadoreña a
principios de octubre del año pasado apenas ha sido remitida al Vaticano en enero. Se trata de dos mujeres y un hombre
recuperados de cáncer incurable, y de una coma.
El progreso de las dos causas—Grande y Romero—se está coordinando para
tratar de sacar las dos juntas. Siempre
juntos, ¡Grande y Romero!
La conversión
del P. Grande tiene un gran paralelismo con la conversión de Mons. Romero. Por ejemplo, la brecha decisiva en la
conversión de Romero es su decisión de romper relaciones con el gobierno. Es evidente que, a partir de marzo 1977,
Mons. Romero manifiesta una desconfianza total en la buena fe y la credibilidad
del estado salvadoreño. Lo mismo se
evidencia en el pensamiento de Grande, y la diferencia se marca al comparar dos
importantes sermones del sacerdote.
El primero es la
Homilía en la solemnidad de la Transfiguración, que Grande pronunció en la
Catedral de San Salvador en agosto de 1970.
Invitado a decantar este importantísimo discurso en la vida nacional,
ante todo el clero diocesano y los grandes gobernantes, el P. Grande da un
espaldarazo a la buena fe de los padres de la patria, exhortándolos
fraternalmente a la conversión:
Puede
estar plenamente seguro el Excmo. Señor Presidente de nuestra república aquí
presente, y todo gobierno constituido, que en esta línea netamente evangélica,
en esta línea del papa y de todos los obispos de la Iglesia universal, contará
siempre con la colaboración de la Iglesia en nuestro país, a fin de conseguir
todos juntos, solidariamente, la transfiguración total, íntegra y verdadera de
todos y cada uno de los habitantes de este suelo sagrado, en el que hemos
nacido, al que amamos, y por cuyo bien todos nos hemos de afanar ...
La
Iglesia dentro de su esfera y el Gobierno en la suya propia, con el mutuo
respeto dentro de sus ámbitos legítimos, han de colaborar eficazmente,
audazmente y urgentemente a fin de propiciar “leyes justas, honestas y
convenientes”, según lo exige la “soberanía” del pueblo en el artículo 1 de
nuestra constitución.
Siete años
después, en su famoso “sermón de Apopa,” el P. Grande hace entrever que ha
dejado atrás toda creencia ingenua de que el gobierno pueda ser un socio de la
Iglesia en la búsqueda de la paz social:
Ya
dijimos que también existe en el país, en este país, una falsa democracia
nominalista. Mucho se habla, la boca se llena de “democracia”. ¡El poder del
pueblo es el poder de una minoría, no del pueblo! ¡No nos engañemos! ...
Ninguna
minoría privilegiada en nuestro país tiene, cristianamente, razón de ser en sí
misma, sino en función de las grandes mayorías que conforman el pueblo
salvadoreño.
Ni las
minorías religiosas tenemos razón de ser, ni las élites conscientes de nuestro
cristianismo, incluidos sus dirigentes seglares o ministros constituidos, ni
las minorías que ostentan el poder político, económico o social. ¡No tienen
razón de ser sino en función del pueblo!
En forma
profética, el “Padre Tilo” también cuestiona la legitimidad de la Iglesia
cuando se vuelve una “minoría religiosa”, una “élite del cristianismo” y acusa a
la jerarquía de volverse un socio del poder oligárquico en esas circunstancias. Cuando antes, el P. Grande hablaba de una
colaboración entre la élite religiosa y la élite gubernamental, ahora amonesta
que esa colaboración jamás debe imponer su propia visión sobre el pueblo, sino
que debe actuar “en función de las
grandes mayorías que conforman el pueblo salvadoreño”.
De hecho, antes
de gravitar hacia la periferia, el P. Grande había tenido un puesto asegurado
en el centro. Sus estudios y formación
han sido privilegiados: Venezuela, Quito y Panamá primero, luego España y Bélgica. Su ascenso en el Seminario San José de la
Montaña apunta hacia arriba: fungió de profesor, de animador pastoral y de
prefecto de disciplina. Podría haberse
convertido en un gran pensador, un manipulador de opinión adentro de la clase
pudiente, moldeando el discurso político y el pensamiento de los
gobernantes. Pero el Padre Tilo decide
apartarse de eso para acercarse a los humildes y marginados. Volvería a su tierra natal.
“La grandeza del hombre no es ir a la gran
ciudad, no es el tener títulos, riquezas, dinero”, predicó el Beato Romero
marcando el primer aniversario del P. Grande en El Paisnal. “La
verdadera grandeza ... no está en haberse ido de aquí para ser más rico en otro
pueblo sino en volver a su pueblo, amando a los suyos, siendo más hombre. Esto
es la verdadera grandeza. El verdadero desarrollo no consiste en tener más sino
en ser más”. (Homilía del 5 de marzo de 1978.)
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