BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Durante la beatificación de Mons. Óscar A. Romero en de mayo de 2015, el Arzobispo Vincenzo Paglia argumentó que la Misa de beatificación era la continuación y la conclusión de la Misa que Romero había dejado inconclusa cuando fue asesinado en el altar el 24 de marzo de 1980. “Con esta celebración se lleva a cabo la Misa interrumpida el día del martirio”, dijo Paglia. La Eucaristía inconclusa de Romero se ha convertido en un símbolo poderoso de cómo el ministerio de Romero fue interrumpido por su asesinato.
Pero, ¿qué si Romero hubiera vivido? ¿Cómo sería
diferente la historia, y cómo podría haber resultado la vida de Romero si nunca
hubiera muerto? Imagínese que Romero hubiera vivido tanto como sus dos hermanos
sobrevivientes, Tiberio y Gaspar, que tienen 89 y 86 años, respectivamente. En
ese caso, Romero habría alcanzado la edad de jubilación obligatoria de un
obispo, 75 años, en 1992, cuando se firmaron los acuerdos de paz en El
Salvador. Sólo la posibilidad de que Romero podría haber sobrevivido a la
guerra civil, sin ser su muerte su causante ya es bastante dramático. Pero hay
cosas específicas que Romero habría hecho, basándonos en los apuntes que hizo
un mes antes de su asesinato.
En febrero de
1980, Romero asistió a un retiro espiritual durante cual examinó su vida y
resolvió adoptar diversas medidas para remediar defectos percibidos, o para
continuar en el camino que había evaluado ser el camino correcto después de la
reflexión. Romero ideó un plan de acción que incluye los siguientes planes para
el corto plazo:
- Romero pretendía escribir una quinta carta pastoral sobre el tema de la evangelización. Hubiera sido publicada en agosto de 1980.
- Romero resolvió acercarse a sus hermanos en el episcopado en un esfuerzo por superar las divisiones en la Conferencia Episcopal, buscando la opinión de ellos sobre las decisiones de Romero.
- Romero buscaba también cercanía con la obra de las religiosas, que es interesante dado el asesinato de las cuatro mujeres estadounidenses en diciembre de 1980. Tal vez esa historia habría sido diferente si Romero hubiera vivido.
Además, Romero
tenía la intención de realizar una serie de visitas pastorales en El Salvador;
a la zona norte, incluyendo Chalatenango en mayo de 1980; a la región central
incluyendo Quezaltepeque en octubre de 1980; y a la zona occidental, incluyendo
la comuna artística de La Palma en febrero de 1981. Según otros informes,
Romero también había planteado la posibilidad de realizar un viaje a Los
Ángeles, California, para continuar creando conciencia y solidaridad para con
su pueblo y su Iglesia.
En lugar de
llorar lo que podría haber sido y no fue, esta radiografía de la prodigiosa planificación
de Romero debería hacernos ver Romero por lo que fue: un hombre de esperanza,
un hombre de acción, y un hombre constantemente en movimiento. En su último día
en la tierra, su mejor amigo recuerda que Romero ya había dejado atrás lo que
resultó su último sermón y estaba haciendo planes para el siguiente. Romero
quería montar una tarima en en las escaleras de la catedral para poner un altar
al aire libre pensando en las grandes muchedumbres de la Semana Santa. Algunos
podrían ver esta planificación acelerada como una manifestación de su “escrupulosidad”
o supuesto trastorno obsesivo compulsivo. Pero también es una visión de un
hombre que estaba en constante conversión, siempre evaluando y adaptando el
plan. Al final, este es el sello de Romero, y muestra por qué fue capaz de
hacer cambios tan dramáticos tan tarde en su vida, porque estaba constantemente
recalibrando.
Y en vez de
frenético, Romero se encontraba sereno y en paz al final. “Así cemento mi consagración al Corazón de Jesús”, escribió en sus
notas de retiro. “Ni quiero darle una
intención como lo quisiera por la paz de mi país; y por el florecimiento de
nuestra Iglesia, porque el Corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera”. Luego agregó: “Me basta para estar feliz y confiado saber con seguridad que en él está
mi vida y mi muerte y que, a pesar de mis pecados, en él he puesto mi confianza
y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los
trabajos de la Iglesia y de la Patria”.
Es decir, Romero
percibió y aceptó que otros tendrían que completar su “Eucaristía Inconclusa”.
El obispo norteamericano Ricardo Ramírez expandió sobre esa idea en un artículo
titulado “La Eucaristía Inconclusa: El legado espiritual de Monseñor Romero”, publicado
en el Canadian Catholic Review en
enero de 1991. El obispo Ramírez concluye,
Muchos ven la “Eucaristía Inconclusa” de Romero como un símbolo de lo que queda por hacer en El Salvador, en la América Central y Sudamérica, y en todo lugar que la gente sufre por su liberación.
¿Quién va a terminar la Eucaristía? La Eucaristía es la recreación del drama de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Lo que Romero hacía cuando fue asesinado es vivir el Misterio Pascual. Lo hacía a través de un rito que había realizado toda su vida: ofrecerse a sí mismo con Cristo como ofertorio de paz, para que la tierra se reconciliara con su creador, y los pecados quedaran perdonados.
(San Juan Pablo
II también ha
dicho que el Beato Romero fue martirizado “mientras celebraba el Sacrificio del perdón y la reconciliación”.) Por
tanto, el Obispo Ramírez concluye, “La
vida y la muerte de Romero serán tan fructíferas como las hagamos tú y yo”.
Ya sea a través
de caridad, o la promoción de la justicia social, o haciendo obras de
misericordia, o de otro modo, está claro que a nosotros nos toca
completar la Eucaristía Inconclusa del Beato Romero.
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