Monday, January 25, 2016

The Churches of Blessed Romero


 
BEATIFICATION OF ARCHBISHOP ROMERO, MAY 23, 2015
 

#BlessedRomero #MartyrOfMercy
The Archdiocese of San Salvador has published a list of churches where the faithful can obtain a plenary indulgence during the Year of Mercy declared by Pope Francis. Several of the temples have links to Blessed Archbishop Oscar Romero, especially the five that follow, which allow Salvadoran and foreign pilgrims to approach Blessed Romero during the Holy Year and trace his footsteps.


1. The Metropolitan Cathedral of San Salvador.

This was Archbishop Romero’s headquarters during the years of his archbishopric (1977-1980). The unfinished cathedral became the icon of his "Church of the Poor". Here lie his remains, in the cathedral crypt where they were visited twice by Pope Saint John Paul II. It was here that Archbishop Romero celebrated the "Single Mass" after the assassination of Father Rutilio Grande, as well as the funerals of several other murdered priests. Often, a platform was installed on its steps to celebrate Mass outdoors due to the massive participation of the faithful who could not fit inside the church.


2. Chapel at Hospitalito de La Divina Providencia.

Archbishop Romero lived on the grounds of this cancer hospital located in the Miramontes neighborhood, and was assassinated in its chapel on March 24, 1980. Romero had consecrated the chapel in 1974.  The place has become a real pilgrimage site, and the Salvadoran Church is in process of converting the chapel into a formal parish. In addition to the sanctuary, the house where the martyr lived is a small museum which preserves many aspects of his daily life as well as numerous relics.


3. Sacred Heart Basilica (Basílica del Sagrado Corazón).

It was here that Romero gave his famous final homily on March 23, 1980, in which he demanded that the security forces "Stop the repression!". In times when the cathedral was taken by protesters, Archbishop Romero was forced to hold his Sunday Masses in other churches, and the Basilica was often his temporary seat. It also served as the principal church for some time, after Archbishop Romero, while the cathedral was being completed.


4. El Rosario Church.

Located one block from the Metropolitan Cathedral, this church too, an outstanding exemplar of the modern style, was repeatedly an alternative headquarters for Romero during the famous cathedral occupations. El Rosario was involved in hostage dramas, including an episode depicted in the film "Romero" (1989), in which demonstrators sought refuge in the church when the army opened fire on them, and Romero had to come to console the victims.


5. El Señor de las Misericordias Parish (Aguilares).

This was the church of Father Rutilio Grande, whose assassination changed the course of Archbishop Romero’s ministry just when it was about to begin. The Jesuit martyr is buried here. Romero came to the church in March 1977 and "wept for his priest as a mother could do for her own child," in the words of Cardinal Amato. Later, Romero came to retake the church after a military occupation, and also returned to mark the anniversary of “Fr. Tilo”.

The following churches, not included in the Jubilee Year program but also linked to Romero, deserve an honorable mention. The church of San José de la Montaña in the seminary of the same name was where Archbishop Romero took possession as Archbishop in February 1977. The Resurrection Parish in the Miramontes district was where Archbishop Romero debuted his first pastoral letter "The Church of Easter," alongside Fr. Alfonso Navarro, who was killed less than a month later. The Shrine of Fatima in Planes de Renderos was where Archbishop Romero spoke the words quoted by Pope Francis at a general audience last year: "To have the spirit of martyrdom means that one is faithful to one’s obligations, to prayer, to the honest fulfillment of one’s duties,” etc. Likewise, Archbishop Romero preached memorable sermons in Iglesia del Cármen in Santa Tecla, in the Basilica of Our Lady of Guadalupe ("La Ceiba"), and Holy Innocents in Antiguo Cuscatlán. The last two are places where visitors may obtain a Year of Mercy indulgence.

For both Salvadoran Catholics and visitors to the country, the ability to experience the spirituality of Archbishop Romero for the Jubilee Year can be an incomparable experience.

Las Iglesias del Beato Romero


 
BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
 

La Arquidiócesis de San Salvador ha publicado una lista de iglesias donde los fieles pueden obtener una indulgencia plenaria durante el Año de la Misericordia declarado por el Papa Francisco.  Varios de los templos nombrados tienen vínculos con el Beato Mons. Óscar A. Romero, especialmente los siguientes cinco, que permiten a los peregrinos salvadoreños y extranjeros acercarse a Monseñor durante el año santo y seguir sus pasos.


1. La Catedral Metropolitana de San Salvador.

Esta fue la sede de Mons. Romero durante los años de su arzobispado (1977-1980).  La catedral incompleta se convirtió en el icono de su “Iglesia de los Pobres”.  Allí reposan sus restos mortales, en la Cripta de Catedral donde fueron visitados dos veces por el Papa San Juan Pablo II.  Fue aquí que Mons. Romero celebró la “Misa Única” por el asesinato del P. Rutilio Grande, y varios otros funerales de sacerdotes asesinados.  Frecuentemente, se instalaba una tarima en las gradas para celebrar las misas al aire libre por la masiva participación de la feligresía que no cabía adentro de la iglesia.


2. Capilla del Hospitalito de La Divina Providencia.

Mons. Romero vivió en el campus de este hospital para cancerosos localizado en la Colonia Miramontes, y fue asesinado en su capilla el 24 de marzo de 1980.  ERomero había consagrado la capilla en 1974.  l lugar se ha convertido en un verdadero sitio de peregrinación, y la Iglesia Salvadoreña está en proceso de convertir la capilla en una parroquia formal.  Además del santuario, la casita donde vivió el mártir es un pequeño museo que conserva aspectos de su vida cotidiana, y muchas reliquias también.


3. Basílica del Sagrado Corazón.

Fue aquí que Romero pronunció su famosa última homilía el 23 de marzo de 1980, en que exigió a los cuerpos de seguridad que “¡Cese la represión!”.  En ocasiones en que la catedral había sido tomada por grupos de protesta, Mons. Romero se veía obligado a celebrar sus misas dominicales en otros templos, y la Basílica se hizo su sede provisional.  También fungió como sede del arzobispado por un tiempo después de Romero mientras se terminaba la catedral.


4. Iglesia El Rosario.

Localizada a una cuadra de la Catedral Metropolitana, también esta Iglesia, modelo sobresaliente del estilo moderno, fue una sede alternativa de Romero en reiteradas ocasiones durante las famosas ocupaciones de la catedral.  El Rosario estuvo implicada en algunos dramas de rehenes, incluyendo un episodio representado en la película “Romero” (1989), en que unos manifestantes buscan refugio en la Iglesia cuando el ejército abre fuego en contra de ellos, y Romero tiene que llegar a consolar las víctimas.


5. Parroquia El Señor de las Misericordias (Aguilares).

Fue la iglesia del P. Rutilio Grande, cuyo asesinato cambió el rumbo del ministerio de Mons. Romero cuando este apenas estaba por comenzar.  Aquí está enterrado el mártir jesuita.  Romero llegó a la Iglesia en marzo de 1977 y “lloró a su sacerdote como podía hacerlo una madre por su propio hijo”, como lo dijo el Card. Amato.  Posteriormente, Romero llegó a retomar la iglesia después de una ocupación militar, y regresó para conmemorar el aniversario del P. Tilo también.

Los siguientes templos, no incluidos en el programa del Año Jubilar de la Iglesia pero también ligados con Monseñor, ameritan una mención de honor.  La iglesia de San José de la Montaña en el seminario del mismo nombre fue donde Mons. Romero celebró su toma de posesión como arzobispo en febrero de 1977.  La Parroquia La Resurrección en la Colonia Miramontes fue donde Mons. Romero presentó su primera carta pastoral “La Iglesia de la Pascua”, junto al P. Alfonso Navarro, quien fue asesinado a menos de un mes de esa fecha.  El Santuario de Fátima en los Planes de Renderos fue donde Mons. Romero pronunció las palabras citadas por el Papa Francisco en una Audiencia General el año pasado: “espíritu de martirio, es dar en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber”, etc.  De la misma forma, Mons. Romero predicó homilías memorables en la Iglesia del Cármen de Santa Tecla, en la Basílica Nuestra Señora de Guadalupe (“La Ceiba”), y Santos Inocentes de Antiguo Cuzcatlán.  Las dos últimas conllevan la posibilidad de obtener una indulgencia para el Año de la Misericordia.

Ya sea para católicos salvadoreños o para visitantes al país, la posibilidad de vivir la espiritualidad de Mons. Romero para el Año Jubilar puede ser una experiencia sin igual.

Le Chiese del Beato Romero


 
BEATIFICAZIONE DI MONSIGNOR ROMERO, 23 MAGGIO 2015
 

L’Arcidiocesi di San Salvador ha pubblicato un elenco di chiese dove i fedeli possono ottenere l’indulgenza plenaria durante l’Anno della Misericordia dichiarato dal Papa Francesco. Molti dei templi hanno legami al Beato Mons. Oscar A. Romero, in particolare i cinque che seguono, permettendo pellegrini salvadoregni e stranieri avvicinarsi al Beato durante l’Anno Santo e tornare sui suoi passi.


1. La Cattedrale Metropolitana di San Salvador.

Ha stato la sede di Mons. Romero durante gli anni del suo arcivescovato (1977-1980). La cattedrale incompiuta divenne l’icona della sua “Chiesa dei poveri”. Vi si trovano le sue spoglie, nella cripta della cattedrale, dove sono stati visitati due volte da Papa San Giovanni Paolo II. Fu qui che Mons. Romero ha celebrato la “Messa Unica” per l’omicidio di padre Rutilio Grande, e altri funerali di diversi sacerdoti assassinati. Spesso, una piattaforma è stata installata sui gradini per celebrare la Messa all’aperto per la massiccia partecipazione di fedeli che non potevano andare bene all’interno della chiesa.


2. Cappella del Hospitalito de La Divina Providencia.

Mons. Romero visse nel campus di questo ospedale per i malati di cancro situato nella Colonia Miramontes, ed è stato assassinato nella sua cappella, il 24 marzo 1980. Romero aveva consacrato la cappella nel 1974.  Il sito è diventato un vero e proprio luogo di pellegrinaggio, e la Chiesa salvadoregna è in corso per convertire la cappella in una parrocchia formale. Oltre al santuario, la casa dove abitava il martire è un piccolo museo con artefatti della sua vita quotidiana, e molte reliquie.


3. Basilica del Sacro Cuore (Sagrado Corazón).

Fu qui che Romero pronunciò la sua celebre omelia finale il 23 marzo 1980, quando ha chiesto che le forze di sicurezza, “Cessi la repressione!”. In tempi in cui la cattedrale è stata scattata dal gruppi di protesta, Mons. Romero è stato costretto a tenere le loro Messe domenicali in altre chiese, e la basilica divenne la sua sede provvisoria. Ha lavorato anche come sede diocesana per un po ‘dopo di Romero mentre la cattedrale fu terminata.


4. La Chiesa del Rosario.

Situata a un isolato dalla Cattedrale Metropolitana, anche questa chiesa, un modello eccezionale di stile moderno, è stata una sede alternativa di Romero ripetutamente durante le famose occupazioni della cattedrale. Il Rosario è stato coinvolto in qualche dramma degli ostaggi, tra cui un episodio raffigurato nel film “Romero” (1989), in cui i manifestanti hanno cercato rifugio nella chiesa quando l’esercito ha aperto il fuoco su di loro, e Romero doveva venire a consolare le vittime.


5. Parrocchia Il Signore della Misericordia (Aguilares).

Questa era la chiesa di Padre Rutilio Grande, il cui assassinio ha cambiato il corso del ministero di Mons. Romero proprio quando stava per iniziare. Qui è sepolto il martire gesuita. Romero venne alla chiesa in marzo 1977 e “pianse il suo sacerdote come poteva fare una madre con il proprio figlio”, come ha detto il cardinale Amato. Più tardi, Romero è venuto a riprendere la chiesa dopo una occupazione militare, e tornò anche per celebrare l’anniversario di “padre Tilo”.

I seguenti templi, non incluse nel programma dell’Anno giubilare della Chiesa ma anche legati con Romero, meritano una menzione d’onore. La chiesa di San José de la Montaña al seminario dello stesso nome era dove mons. Romero ha avuto il suo insediamento come arcivescovo nel febbraio 1977. La Parrocchia Resurrezione a Colonia Miramontes era dove Mons. Romero ha presentato la sua prima lettera pastorale “La Chiesa della Pasqua”, accanto a Padre Alfonso Navarro, che è stato ucciso meno di un mese da tale data. Il Santuario di Fatima a Planes de Renderos era dove Romero pronunciò le parole citate da Papa Francesco a un’Udienza Generale l’anno scorso, “lo Spirito di martirio, è dare nel dovere, nel silenzio, nella preghiera, nel compimento onesto del dovere”, etc. Allo stesso modo, Mons. Romero ha predicato sermoni memorabili nella Iglesia del Cármen di Santa Tecla, nella Basilica di Nostra Signora di Guadalupe (“La Ceiba”), e Santi Innocenti in Antiguo Cuscatlán. Gli ultimi due implicano la possibilità di ottenere l’indulgenza per l’Anno della Misericordia.

Sia per cattolici salvadoregni o visitatori del paese, la possibilità di vivere la spiritualità di Mons. Romero per l’anno giubilare può essere un’esperienza unica.

Monday, January 18, 2016

The audacious ecumenism of Bl. Romero


BEATIFICATION OF ARCHBISHOP ROMERO, MAY 23, 2015



Blessed Romero and Rev. William Wipfler on March 23, 1980.
#BlessedRomero #MartyrOfMercy
Christian unity “happens when we walk together,” Pope Francis said during the Week of Prayer for Christian Unity last year.  Unity grows along the way; it never stands still.”  The Rev. William Wipfler had the opportunity to walk together with the Blessed Archbishop Oscar Romero while Wipfler, an Anglican priest, served as the Director of the Human Rights Office of the National Council of Churches from 1977-1988.  On March 23, 1980, Rev. Wipfler found that his path of solidarity with and accompaniment of Romero led to a moment of intense Christian fellowship—and Communion—on the eve of Romero’s assassination.

A historic collaboration

Rev. Wipfler befriended Romero by correspondence shortly after Romero was named Archbishop of San Salvador in February 1977.  After Romero’s appointment was announced, Rev. Wipfler heard from one of his sources in El Salvador who was distraught that the conservative Romero might set back the church’s human rights work, which had enjoyed the support of the outgoing prelate.  But soon, Rev. Wipfler’s source sent him a dramatic reevaluation of Romero, writing that Romero’s reaction to the assassination of Fr. Rutilio Grande held out promise that Romero would take up Grande’s defense of the poor.

Wipfler snapped into action, writing Romero a letter expressing his condolences for the death of Fr. Grande, who was Romero’s friend, and offering the support of the National Council of Churches for Romero’s work.  Within a month, Wipfler received a hand-written thank you note from Romero, in which he expressed his gratitude for Wipfler’s letter, and invited him to visit Romero the next time Wipfler was in El Salvador.  As luck would have it, by this time, Wipfler had already purchased airline tickets for his next visit, a working trip to El Salvador that was part of his ongoing duties with the National Council of Churches, which had not been planned with the intention of seeing Romero.  But now Rev. Wipfler added Romero to the agenda.

First steps

Romero received Wipfler in the archdiocesan offices in the San José de la Montaña seminary in San Salvador.  It was a cordial, working meeting, during which Romero introduced Wipfler to some of his advisers.  Wipfler was impressed that Romero “was putting together a reasonably exciting group of people.”  For his own part, Romero said that the Church cannot live apart from issues of human rights and he expressed satisfaction that the National Council of Churches had a point-person for human rights.  He referred favorably to the testimony Wipfler had given before the U.S. Congress on human rights in Latin America the year before, revealing his awareness of the political process involved.  The meeting was formal—“stiffer than later meetings,” which were held in Romero’s living quarters at the Divine Providence Hospital.  Rev. Wipfler says it makes him wistful to see the hospital now because it reminds him of his friend.

Now that the initial contact had been made, a relationship had been established and a channel of communications was soon set up, involving Dr. Jorge Lara Braud, an assistant secretary general of the National Council of Churches who would develop a close friendship with the archbishop.  Wipfler also established direct contact with Romero’s human rights advisers, such as the young lawyer Roberto Cuellar, who worked in Romero’s Socorro Jurídico (Legal Aid Office), who became a “close friend” of Wipfler’s despite the fact that their phone calls were sometimes very brief affairs, during which they would be forced to speak in code (for fear of the calls being intercepted).

Over the next few years, Wipfler communicated with Romero often.  The communications were occasionally in-person meetings.  As Director of the Human Rights Office of the NCC, Wipfler traveled often to Central America.  He made it a point to work in a stopover in San Salvador during these trips, to confer with Romero.  When they could not meet in person, they passed each other notes through couriers—people who were traveling to El Salvador or passing through in travels elsewhere. They did not dare use the regular mail to send each other letters.  Human rights messages were very sensitive,” says Wipfler, noting concerns that authorities would intercept such letters.

A transformational ecumenism

Through his contacts with non-Catholic Christians, Romero seems to have evolved in his view of ecumenism.  The shift is apparent when one compares his statements about ecumenism in the few years he was archbishop.  Speaking in 1977, Romero addressed non-Catholic Christians as “separated sisters and brothers.”  Rev. Tomás López, a Lutheran pastor who visited Romero over the years, noted that Romero would use this strict doctrinal formula to describe Protestants in the early years, but later relaxed the language and simply said “sisters and brothers.”  In 1977, Romero said, “My dear separated sisters and brothers, this is where you are mistaken. I have great admiration for you,” he continued.  You have come to me and expressed your solidarity with me. But I believe you do not share our mission which we, as pastors, carry on.”  (October 23, 1977 Sermon.) He complained that while all Christians proclaimed the same gospel, “we would like to make an effort to come together around the only mission that Jesus gave us—one flock and one shepherd”—a prescription that must have received a very cool reception in non-Catholic camps.

Later, Romero acknowledged that Catholics and Protestants were not going to convince each other to abandon tenets of their own faith traditions, or adopt the other’s.  This faithfulness to our doctrine should not prevent us from cooperation with one another in those things that unite us,” he said.  For example, today it is most useful for Christians to work together in the area of human dignity, in the promotion of peace and justice, in the social application of the gospel, and inspiring the arts and literature with Christian values.”  (January 22, 1978 Sermon).  Human rights was precisely the area in which Romero and Rev. Wipfler, and others, had forged a solid partnership.  Romero was beginning to see that such collaborations could lend important support to his eminently Catholic mission as archbishop.  While we share many similarities, we can still come to understand our differences and soon they begin to disappear and very soon, with no restraints, the dream of Jesus can become a reality: ‘Father, may they be one’, one flock under one Shepherd who is Christ the Lord,” he said (taking care to specify that Jesus is the shepherd to whom all should submit).

In the end, Romero blazed an impactful ecumenical path.  First, Romero’s interfaith contacts gave added credence to his denunciations and enabled him to discredit his Salvadoran critics who argued that Romero was siding with the rebels. This was especially true because most of Romero’s ecumenical backers were from the U.S. and Western Europe.  Second, Romero’s ecumenical partners provided him access to resources far more vast than any that were at his disposal.  A press release put out by the National Council of Churches in New York would make a greater splash than one printed in Romero’s rag-tag office in San Salvador.  Third, and finally, Romero’s partnerships represented solidarity, blanketing him with international prestige that forced his enemies to consider the global backlash of doing him any harm.

The last encounter

Protecting Romero was one of the reasons Rev. Wipfler traveled to El Salvador on Friday, March 21, 1980 with a delegation of interfaith leaders representing 34 protestant and orthodox churches, and individual representatives from the Catholic Church and the Quakers.  On the plane down to El Salvador, Rev. Wipfler discussed the Nuremberg Trials with Thomas Quigley, one of the delegation members, a policy advisor to the Office of Justice and Peace of the U.S. Catholic Bishops’ Conference, who sat next to him.  The whole issue of guilt of the military is a very serious problem,” he explains.  The archbishop sent a representative to greet the delegation upon arrival and give them an initial debriefing on the situation on the ground. 

On Saturday March 22, the group met with the Legal Aid Office and other Romero advisers the first part of the day, and then with Romero himself.  Romero was warm and welcoming, and expressed his appreciation for the broad composition of the group.  He then proceeded to paint for them in stark terms the downward spiral into “barbarity” that his country was in.  He described the torture of political prisoners, cutting off their fingertips, pouring acid on their faces, discarding their nude bodies on the street after they had been tortured and killed, and other troubling indicators of a society whose moral fiber was being shredded.  Romero asked the Catholic priest in the group to concelebrate Mass with him the next day, and invited the others to attend.
Abp. Romero preaching in the Basilica.

The last sermon

On the fateful Sunday of March 23rd, the group arrived at the Basilica early for the 8 o’clock mass.  The church was already full.  The pews had been taken out, so most of the congregation was on their feet.  It was standing room only, Man,” Wipfler muses.  There were some seats for the elderly and for VIPs like the ecumenical delegation, who needed to be near the altar because a few of them had been asked to take the readings for the Mass.  There were “a couple of thousand people in the church,” Wipfler recalls. More people were gathering on the street outside, where workers were setting up loudspeakers so the spillover crowd could hear Romero’s sermon, the main attraction of a Sunday in El Salvador in those days.

Romero acknowledged his special guests as soon as he began his homily. “My dear brothers and sisters,” he said, “Our brothers and sisters, members of an Ecumenical Mission, are visiting our country during these days, and are present with us this morning, sharing in this celebration of God’s Word and the Eucharist.”  He continued, “They are here to gather information about our situation, especially the abuse of human rights.”  Then he introduced Wipfler and the other delegation members by name, to the crowd’s strong applause.  In their person and Christian way of thinking, we feel the solidarity of North America,” Romero said.

Then Romero began his sermon, using his by now usual homiletic formula.  He began by discussing the scripture readings for the day.  It was a “marvelous presentation about the [Biblical] exodus and the return” and also El Salvador’s exodus, Wipfler recalls.  Then Romero discussed events in the life of the church and in national life—the portion Wipfler calls “the catalog.”  It was a litany “of human rights violations, and then some conclusion that was a moral demand or an ethical requirement or a statement” recommending an explicit Christian response.  It was a “marvelous use of the Biblical readings for the day that were then applied to the contemporary situation,” Wipfler observes.  I mean I think any preacher would want to have that ability to be able to say, you know, here is scripture 2,000 years old and it talks to this moment.”

Romero had the congregation “hanging on every word.”  Discussing the national situation, “he gave it to both sides,” Wipfler recounts, noting that he did not spare the rebels from criticism, denouncing an incident in which “the rebels had brutalized a policeman.”  But the conclusion packed a punch.  After recounting the catalog of barbarity for that week, featuring extrajudicial killings by the army, Romero said that if soldiers were ordered to kill innocent civilians, they should disobey such orders because “No soldier is obliged to obey an order against the law of God.”  To further countermand such directives, Romero issued his own: “In the name of God, and in the name of this suffering people, whose laments rise to heaven each day more tumultuous, I beg you, I beseech you, I order you in the name of God: Stop the repression!

The basilica erupted into sustained applause, which lasted nearly half a minute—the longest ovation Romero had received during his sermon, which was interrupted by applause twenty-one times by Wipfler’s estimate.  Sitting a few feet from Romero in the front pew, Wipfler turned to Tom Quigley sitting next to him and muttered nervously, “This is not going to go over well with the right wing.  They are going to be furious.”  Romero concluded by clarifying that the liberation that he preached was “just as we have studied it today in the Holy Bible,” one which “looks before all to God, and from God alone derives its hope and its force.”  He then led the congregation in the Apostles’ Creed to conclude the Liturgy of the Word, and proceeded to the Liturgy of the Eucharist, reciting the Eucharistic Prayers and consecrating the gifts.

From solidarity to Communion

Romero had been on his feet about an hour and forty five minutes preaching his sermon, but his work was not done.  When the time came for Communion, probably close to 11 a.m., Romero would have to make one more exertion.  I was startled by the fact that Archbishop Romero was the only one that gave Communion, unlike other situations where there is a large congregation and Communion is distributed by several priests at the altar rail,” says Wipfler.  He gave Communion to absolutely everyone in the congregation; it took more than a half an hour.”  It seems that Romero understood that people were coming to see him, some of them traveling long distances to the capital to be there.  I think a lot of them would have felt cheated if it would have been by anybody else,” says Wipfler.

Not being a Catholic, Wipfler understood that he was not eligible to receive Communion under the norms of the Church, so he used this time to kneel in prayer, with his eyes closed while Romero distributed the Eucharist.  Then, he heard Romero’s voice.  Would you like to receive Communion, Father?” he asked.  Romero was walking around the church to distribute Communion at various spots and had come to Wipfler.  I said, ‘Yes’.  And he gave me Communion.  I was very moved. It was an incredible gesture,” Wipfler reflects.  Later that week, Fr. Juan Macho Merino told Wipfler that he had been the last person to receive Communion from Romero’s hands because Romero was killed before finishing his sermon at the Mass he celebrated the next day.  Wipfler believed that to be true until our interview, when he heard for the first time that this was unlikely because Romero had celebrated a little-known Mass later that Sunday in a parish visit, during which he would have also distributed Communion for the same reasons he did so personally at the basilica.

Final Thoughts

I told Rev. Wipfler that even though he may not have been the last man to receive the Eucharist from Blessed Romero’s hand, it was no less remarkable as an ecumenical gesture.  The question of administering Communion to non-Catholics, known as “intercommunion” is a sensitive one.  Pope Benedict stirred up controversy when he gave communion to Br. Roger Schultz of the Taizé Community—a Calvinist—during the funeral of John Paul II (apparently an oversight).  More recently, Pope Francis created a furor when he said that while “I would never dare to give permission to do this,” a Lutheran contemplating the propriety of intercommunion should “Talk to the Lord and go forward.”

In an encyclical on the Eucharist, John Paul states that “While it is never legitimate to concelebrate in the absence of full communion, the same is not true with respect to the administration of the Eucharist under special circumstances,” left to the discretion of each local bishop.  The special circumstances include situations where there is a danger of present death or “other grave necessity,” and Cardinal Sarah, Prefect of the Congregation for Divine Worship and Discipline of the Sacraments, recently commented that Anglicans can be included where such circumstances are met “because they believe in the Eucharist.”

In the case of Romero’s administering Communion to Rev. Wipfler, the special circumstances may have included the grave danger that Romero and those around them were in.  A few weeks before, a suitcase with 72 sticks of dynamite that would have destroyed the entire basilica was found under the pulpit where Romero had preached.  Romero himself was, in fact, killed the next day.  Romero’s gesture therefore may speak to us about the desperate hour Romero and Wipfler were living through.  Undoubtedly, Romero’s gesture must also be seen as an extension of gratitude and solidarity.  Like Pope Benedict who granted Communion to Br. Roger out of personal consideration after the Calvinist friar was unwittingly pushed in his wheelchair before the Pontiff, something more than decorum may have compelled Romero to offer Communion to Wipfler, a fellow Christian who had come from afar to share the perils of living out the Christian faith with Romero.

El ecumenismo audaz del Beato Romero


BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015


El Beato Romero y el Rev. Wipfler el 23 de marzo de 1980.

La unidad de los cristianos “se hace caminando”, dijo el Papa Francisco durante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos del año pasado. “La unidad se hace en el camino, nunca se queda parada”.  El reverendo William Wipfler tuvo la oportunidad de caminar junto con el Beato Monseñor Óscar A. Romero cuando Wipfler, un sacerdote anglicano, era Director de la Oficina de Derechos Humanos del Consejo Nacional de Iglesias entre 1977 y 1988. El 23 de marzo de 1980, el camino de solidaridad y acompañamiento de Romero del Rev. Wipfler lo llevó a un momento de intensa fraternidad—y Comunión—cristiana en la víspera del asesinato de Romero.

Una colaboración histórica

El Rev. Wipfler se acercó a Romero por correspondencia poco después de que Romero fuera nombrado Arzobispo de San Salvador en febrero de 1977. Después del anuncio de su nombramiento, el Rev. Wipfler supo de una de sus fuentes en El Salvador angustiada de que el conservador Romero podría retrasar el trabajo por los derechos humanos de la iglesia, que había contado con el apoyo del prelado saliente. Pero pronto, la fuente del Rev. Wipfler le envió una reevaluación dramática sobre Romero, escribiendo que la reacción de Romero al asesinato del P. Rutilio Grande tendía la promesa de que Romero retomaría la defensa de los pobres del mismo P. Grande.

Fue entonces que Wipfler le escribió una carta a Romero expresando sus condolencias por la muerte del P. Grande, que era amigo de Romero, y ofreciéndole el apoyo del Consejo Nacional de Iglesias para su labor. Dentro de un mes, Wipfler recibió una nota de agradecimiento escrita de la mano de Romero, en la que expresaba su gratitud por la carta de Wipfler, y lo invitaba a visitar a Romero la próxima vez que Wipfler estuviera en El Salvador. Por suerte, Wipfler para entonces ya había comprado los boletos de avión para su próxima visita, un viaje de trabajo a El Salvador que era parte de sus funciones normales con el Consejo Nacional de Iglesias, que no había sido planeado con la intención de visitar a Romero. Pero ahora el Rev. Wipfler agregó Romero a la agenda de trabajo para ese viaje.

Primeros pasos

Romero recibió a Wipfler en las oficinas de la arquidiócesis en el seminario San José de la Montaña en San Salvador. Fue una reunión de trabajo cordial, durante cual Romero introdujo Wipfler a algunos de sus asesores. Wipfler se quedó impresionado de que Romero “estaba reuniendo un grupo de gente bastante interesante”. Por su parte, Romero dijo que la Iglesia no podía quedarse al margen de asuntos de derechos humanos y expresó su satisfacción de que el Consejo Nacional de Iglesias tenía una persona asignada para asuntos de derechos humanos. Se refirió favorablemente al testimonio que Wipfler había dado ante el Congreso de Estados Unidos sobre derechos humanos en América Latina el año anterior, revelando su conocimiento sobre el proceso político sobre el tema. La reunión fue formal—“más rígida que las reuniones posteriores”, que se celebraron en la vivienda de Romero en el Hospitalito Divina Providencia. El Rev. Wipfler dice que le causa nostalgia ver el Hospitalito ahora porque le hace pensar en su amigo.

Ya que el contacto inicial se había logrado, una relación se había establecido y un canal de comunicaciones no tardó en fijarse, a través del Dr. Jorge Lara Braud, un asistente secretario general del Consejo Nacional de Iglesias (NCC), que emprendería una estrecha amistad con el arzobispo. Wipfler también estableció contacto directo con los asesores de Romero sobre derechos humanos, como el joven abogado Roberto Cuellar, quien trabajó en el Socorro Jurídico de Romero, quien se convirtió en un “amigo cercano” de Wipfler a pesar de que sus llamadas telefónicas eran a veces asuntos muy breves, en los que se verían obligados a hablar en código (por temor a que las llamadas fueran escuchadas).

En los próximos años, Wipfler se comunicaba a menudo con Romero. Las comunicaciones eran ocasionalmente reuniones en persona. Como Director de la Oficina de Derechos Humanos de la NCC, Wipfler viajaba a menudo a la América Central.  Wipfler se puso como propósito hacer escala en San Salvador durante sus viajes latinoamericanos, para conferenciar con Romero. Cuando no podían reunirse en persona, se pasaban notas a través de mensajeros, personas que viajaban a El Salvador o que pasaban por allí en sus viajes a otros lugares. No se atrevían a usar el correo postal para el envío de cartas. “Los mensajes sobre derechos humanos eran muy sensibles”, dice Wipfler, señalando la inquietud de que las autoridades podrían interceptar tales cartas.

Un ecumenismo transformacional

A través de sus contactos con los cristianos no católicos, Romero parece haber evolucionado en su visión del ecumenismo. El cambio es evidente cuando se comparan sus declaraciones sobre el ecumenismo en los pocos años que estuvo de arzobispo. Inicialmente, Romero se dirigía a los cristianos no católicos como “hermanos separados”. El Rev. Tomás López, un pastor luterano que visitaba a Romero durante estos años, nota que Romero usaba esta estricta fórmula doctrinal en los primeros años, pero luego relajó su discurso para decir simplemente “hermanos”. En 1977, dijo Romero, “queridos hermanos protestantes, esta es la falla de ustedes. Los estimo mucho”, continuó. “Se han acercado y me han expresado sentimientos de solidaridad; pero siento que ustedes no cuentan con esta misión que los católicos desde nuestros pastores sabemos que llevamos”. (Homilía del 23 de octubre 1977.) Se quejó de que, si bien todos los cristianos proclaman el mismo evangelio, “quisiéramos, que en vez de tantas sectas en nuestro ambiente predicando el verdadero cristianismo, hiciéramos un esfuerzo por unirnos en la única misión que Cristo dejó, un solo rebaño y un solo pastor”—una receta que debe haber recibido una recepción muy fría en los campos no católicos.

Después, Romero reconoció que los católicos y los protestantes no se iban a convencer los unos a los otros a abandonar los dogmas de sus propias tradiciones religiosas, o adoptar la del otro. “Esta fidelidad a la propia doctrina no impide que podamos llegar a una cooperación con aquellas cosas que nos unen”, dijo. “Por ejemplo, hoy en nuestro tiempo es tan útil para los cristianos en común el trabajar por la dignidad humana, por la promoción de la paz en la justicia, la aplicación social del Evangelio, la inspiración cristiana de las artes y de las letras”. (Hom. del 22 de enero de 1978). Los derechos humanos eran, precisamente, el área en que Romero y el Rev. Wipfler, y otros, habían forjado una alianza sólida. Romero estaba empezando a ver que este tipo de colaboraciones podrían prestar un importante apoyo a su misión eminentemente católica como arzobispo. “Hay muchas semejanzas que conociéndonos cada vez más, nos irán llevando a desaparecer [las diferencias] para que pronto se realice de veras, sin traba alguna, lo que Cristo tanto soñó: Padre, que sean una sola cosa, con un solo rebaño, bajo un solo Pastor—que es Cristo Nuestro Señor”, dijo (teniendo el cuidado de especificar que Jesús es el pastor a quien todos deben someterse).

Al final, Romero abrió un camino ecuménico de impacto. En primer lugar, los contactos interreligiosos de Romero dieron credibilidad adicional a sus denuncias y le permitieron desacreditar a sus críticos salvadoreños que argumentaban que Romero estaba del lado de los rebeldes. Así quedó marcado especialmente en la medida en que la mayoría de los compañeros ecuménicos de Romero eran de los EE.UU. y Europa Occidental. En segundo lugar, las alianzas ecuménicas de Romero le proporcionaron acceso a recursos mucho más grandes que los que ya tenía a su disposición. Una nota de prensa difundida por el Consejo Nacional de Iglesias en Nueva York tendría mayor impacto que una impresa en la oficina de Romero en San Salvador. En tercer lugar, y por último, las asociaciones de Romero representaban solidaridad, cubriéndole con prestigio internacional que obligó a sus enemigos a considerar la reacción mundial de hacerle algún daño.

El último encuentro

Proteger a Romero fue una de las razones que llevaría al Rev. Wipfler a El Salvador el viernes, 21 de marzo de 1980 con una delegación de líderes interreligiosos que representaban 34 iglesias protestantes y ortodoxas, con representantes individuales de la Iglesia Católica y los Cuáqueros (los Amigos). En el avión hacia El Salvador, Rev. Wipfler platicó sobre los Juicios de Nuremberg con Thomas Quigley, uno de los miembros de la delegación, un asesor político de la Oficina de Justicia y Paz de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, que estaba sentado a la par de Wipfler. “Todo el tema de la culpabilidad de los militares es un problema muy serio”, explica. Romero envió un representante a saludar a la delegación a su llegada y darles una orientación inicial sobre la situación en el país.

El sábado 22 de marzo, el grupo se reunió con la Oficina de Socorro Jurídico y otros asesores de Romero la primera parte del día, y luego con el propio Romero. El arzobispo fue cálido y acogedor, y expresó su agradecimiento por la amplia composición del grupo. Luego procedió a pintarles en términos contundentes la espiral hacia la “barbarie” en que se encontraba su país. Les describió torturas de presos políticos, cortarles los dedos, verter ácido sobre sus rostros, desechando sus cuerpos desnudos en la calle después que habían sido torturados y asesinados, y otros indicadores preocupantes de una sociedad cuya moral estaba siendo destrozada. Romero le pidió al sacerdote católico en el grupo ir a concelebrar la Misa con él al día siguiente, e invitó a los demás a asistir.
Mons. Romero predicando en la Basílica.

El último sermón

En el aciago domingo del 23 de marzo, el grupo llegó a la basílica temprano para la Misa de las ocho. La iglesia ya estaba llena. Los bancos habían sido sacados, por lo que la mayor parte de la congregación estaba de pie. “Solo cabían parados, hombre”, asevera Wipfler. Había algunos asientos para personas mayores y para VIPs como la delegación ecuménica, que necesitaba estar cerca del altar, porque algunos de ellos se habían encargado de las lecturas de la Misa. Había “un par de miles de personas en la iglesia”, recuerda Wipfler. Más gente se reunía en la calle, donde los trabajadores estaban instalando parlantes para que la audiencia que no lograba entrar al templo pudiera escuchar el sermón de Romero, el atractivo principal en un domingo en El Salvador en esos tiempos.

Romero reconoció a sus invitados especiales al iniciar su homilía. “Queridos hermanos”, dijo, “Comparten con nosotros esta celebración de la palabra de Dios y de la Eucaristía nuestros hermanos que forman una Misión Ecuménica que visita a El Salvador estos días para darse cuenta de nuestra situación en asuntos de derechos humanos”. Luego introdujo a Wipfler y los demás miembros de la delegación uno por uno, suscitando el fuerte aplauso de la multitud. “Sentimos en ellos la solidaridad de Norte América en su pensamiento cristiano”, dijo Romero.

Entonces Romero comenzó su sermón, usando su ahora habitual fórmula homilética. Empezó hablando de las lecturas bíblicas para el día. Fue una “maravillosa presentación sobre el éxodo [bíblico] y el regreso”, como también del éxodo de El Salvador, recuerda Wipfler. Entonces Romero analizó los acontecimientos en la vida de la iglesia y en la vida nacional—la parte que Wipfler llama “el catálogo”. Era una letanía “de violaciónes de derechos humanos, y alguna conclusión que era una exigencia moral o de ética o una respuesta cristiana explícita en esa situación”. Era un “uso brillante de las lecturas bíblicas del día aplicadas a la situación contemporánea”, Wipfler observa. “Creo que todo predicador quisiera tener esa capacidad de poder decir, miren, aquí está esta escritura de 2.000 años de antigüedad y se está refiriendo a este propio momento”.

Romero tenía la congregación “pendiente de cada palabra”. Hablando de la situación nacional “le dio a las dos partes”, relata Wipfler, señalando que no dejó escapar a la guerrilla de sus críticas, denunciando un incidente en el que “los rebeldes habían golpeado brutalmente a un policía”. Pero el final del discurso fue contundente. Después de relatar el catálogo de la barbarie de esa semana, con ejecuciones extrajudiciales por el ejército, Romero dijo que si los soldados recibían ordenes de matar a civiles inocentes, debían desobedecerlas porque “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios.” Para contrarrestar del todo cualquier directiva en ese sentido, Romero emitió su propia directiva: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!

La basílica estalló en un aplauso sostenido, que duró casi medio minuto, la ovación más larga que Romero había recibido durante su sermón, que fue interrumpido por aplausos veintiún veces según contó Wipfler. Sentado en el primer banco a unos pies de Romero, Wipfler se volvió hacia Tom Quigley sentado a la par suya y murmuró nerviosamente: “Esto no les va a parecer a los de derecha. Va a enfurecerlos”. Romero concluyó aclarando que la liberación que predicaba era “tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia … que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza”. Encabezó la oración del Credo de los Apóstoles para concluir la Liturgia de la Palabra, y procedió a la Liturgia de la Eucaristía, recitando las plegarias eucarísticas y consagrando los dones.

De la solidaridad a la Comunión

Romero había estado de pie alrededor de una hora y cuarenta y cinco minutos predicando su sermón, pero su trabajo no había terminado. Cuando llegó el momento para la Comunión, probablemente a eso de las 11, Romero tendría un esfuerzo más por frente. “Me sorprendió el hecho de que Mons. Romero fue el único que dio la comunión, a diferencia de otras situaciones en las que hay una gran congregación y la Comunión la distribuyen varios sacerdotes por la baranda del altar”, dice Wipfler. “Él dio la comunión a absolutamente a todo mundo en la iglesia; se demoró más de media hora”. Parece que Romero entiendía que la gente venía a verlo a él, algunos viajando largas distancias a la capital para estar allí. “Creo que muchos de ellos se habrían sentido defraudados si hubiera sido por cualquier otro”, dice Wipfler.

Al no ser un católico, Wipfler comprendió que no era elegible para recibir la Comunión bajo las normas de la Iglesia, por lo que utilizó este tiempo para arrodillarse en oración, con los ojos cerrados, mientras que Romero distribuía la Eucaristía. Entonces, oyó la voz de Romero. “¿Le gustaría recibir Comunión, Padre?”, le preguntó. Romero estaba caminando por toda la iglesia distribuyendo la comunión en varios puntos y había llegado a donde Wipfler. “Dije que sí. Y me dio la Comunión. Me conmovió mucho. Fue un gesto increíble”, refleja Wipfler. Más tarde esa semana, el P. Juan Macho Merino le dijo a Wipfler que había sido la última persona en recibir la comunión de manos de Romero porque Romero fue asesinado antes de terminar su sermón en la misa que celebró al día siguiente. Wipfler creyó que esa fue la verdad hasta nuestra entrevista, cuando escuchó por primera vez que era poco probable ya que Romero había celebrado una misa poco conocida posteriormente aquel domingo en una visita parroquial, durante cual también habría distribuido comunión por las mismas razones que lo hizo personalmente en la basílica.

Pensamientos finales

Le dije al Rev. Wipfler que a pesar de que puede no haber sido el último en recibir la Eucaristía de manos del Beato Romero, no deja de ser notable como un gesto ecuménico. La cuestión de administrar Comunión a los no católicos, conocida como la “intercomunión”, es algo delicado. El Papa Benedicto suscitó controversia cuando le dio la comunión al Hno. Roger Schultz, de la Comunidad de Taizé—siendo él un calvinista—durante los funerales de Juan Pablo II (al parecer fue un descuido). Más recientemente, el Papa Francisco creó un furor cuando dijo que si bien “No me atrevería nunca a dar permiso para hacer esto”, aconsejaría a un luterano que está analizando la conveniencia de la intercomunión “Hablad con el Señor y seguid adelante”.

En una encíclica sobre la Eucaristía, Juan Pablo declara que “Si en ningún caso es legítima la concelebración si falta la plena comunión, no ocurre lo mismo con respecto a la administración de la Eucaristía, en circunstancias especiales”, según la discreción del obispo local. Las circunstancias especiales incluyen situaciones donde existe un peligro de muerte u “otra grave necesidad”, y el cardenal Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, recientemente comentó que los anglicanos pueden ser incluidos cuando se den las circunstancias “porque ellos creen en la Eucaristía”.

En el caso de la administración de la comunión de Romero al Rev. Wipfler, las circunstancias especiales pueden haber incluido el grave peligro en que Romero y los que les rodeaban se encontraban. Unas semanas antes, una maleta con 72 candelas de dinamita que hubiera destruido toda la basílica fue encontrada en el púlpito donde Romero había predicado. El mismo Romero fue, de hecho, asesinado el siguiente día. Por tanto, el gesto de Romero puede hablarnos sobre la hora desesperada que Romero y Wipfler estaban viviendo. Sin lugar a dudas, el gesto de Romero también debe ser visto como una expresión de gratitud y solidaridad. Al igual que el Papa Benedicto XVI le concedió la comunión al Hno. Roger por consideración personal después que fraile calvinista fuera empujado sin querer en su silla de ruedas ante el Pontífice, algo más que el decoro puede haber obligado a Romero a ofrecer la Comunión a Wipfler, un cristiano que había llegado desde lejos para vivir los peligros la fe cristiana junto a Romero.