Un poco antes de celebrar sus bodas de
plata como sacerdote el 4 de abril de 1967, Óscar Romero recibió el título que
lo marcaría con tanta particularidad: monseñor.
Una foto de la época (arriba) presenta una fiesta en esos días, en que Romero
viene homenajeado por personas de la sociedad migueleña, y una jovencita le
entrega un corderito—el tradicional símbolo del buen pastor. Por suerte, Super Martyrio ha dado con la jovencita que hizo la entrega de la
ovejita, tirando luz sobre el contexto.
Sonia Sosa vive ahora en Pasadena, California, y no había vuelto a
ver a Romero desde aquel entonces en que el sacerdote fue galardonado en el ex
Cine Gavidia de San Miguel. Peor aún,
Sosa no había siquiera vuelto a ver la foto de la ceremonia hasta que su hija
logro encontrarla recientemente en este blog.
Sosa relata una historia que desgraciadamente ha sido demasiado común en
El Salvador durante la guerra civil que siguió el trágico asesinato de Romero:
los familiares de Sosa en El Salvador se deshicieron de cantidades de fotos
íntimas de Romero (“álbumes enteros”,
afirma ella) por miedo de despertar sospechas y la persecución del ejército.
Todo lo referido a aquella foto parece
estar teñido en un tono de melancolía.
Aquel momento en la vida de Romero significó efectivamente su salida de
San Miguel, después de muchos años laborando en su tierra natal. Sus amigos y seguidores suplicaron y firmaron
peticiones buscando que se quedara, pero fue en vano. Unos meses después sería nombrado secretario de la conferencia
episcopal, lo que requirió que Romero se trasladara permanentemente a San
Salvador.
Romero tenía una amistad con la abuela de Sonia, la Sra. Emérita de Sosa. Su familia tenía una paletería a media cuadra del seminario, y Romero llegaba a comer a la casa de la familia.
Romero tenía una amistad con la abuela de Sonia, la Sra. Emérita de Sosa. Su familia tenía una paletería a media cuadra del seminario, y Romero llegaba a comer a la casa de la familia.
Cuando Sosa habla de aquel ambiente, es
evidente que se trataba de una época ahora perdida en el tiempo. Sosa recuerda que el padre Romero tenía a su cargo
la iglesia Santo Domingo en el Barrio de La Cruz del mismo local. Romero les impartió el catecismo a los niños
del lugar, incluyendo a Sosa. De hecho, a
ella le administró su Primera Comunión, en la Catedral de San Miguel.
Eran tiempos de fervor. Sonia recuerda que con su abuelita rezaba el
Santo Rosario todas las noches, y ella y sus hermanas se vestían de blanco todo
el mes de mayo en honor a la Virgen. El
padre Romero tenía su habitación detrás del altar de la Iglesia Santo Domingo. Sonia lo recuerda como “una persona tan sencilla”, de quien jamás hubiera esperado ver un
final tan distinto a la vida ordinaria y placentera de entonces.
Este fue el momento también en que el padre
Romero se convirtió en “Monseñor Romero”, recibiendo este honorífico eclesial
tras cumplir 25 años de sacerdocio. El
título llegaría a transformarse casi en un nombre propio durante su ministerio
como arzobispo de San Salvador. De
hecho, muchos salvadoreños siguen refiriéndose al desaparecido pastor
simplemente como “Monseñor”. Parte de
esa idiosincrasia se explica por el hecho que el título ha cobrado una
importancia mayor en la América Latina que en otras partes del mundo como
Europa o Norte América, porque históricamente no ha habido demasiados
cardenales latinoamericanos, y monseñor llega a ser el máximo rango alcanzado
por los prelados (de hecho, hasta la fecha nunca ha habido un cardenal
salvadoreño). Por otra parte, al
referirse a Romero simplemente como “Monseñor”, los salvadoreños expresan una
intimidad, familiaridad y cariño, como cuando se le dice solamente “Capitán” a
una persona de ese rango.
La idea de entregarle el corderito a Mons.
Romero había sido de la abuela se Sonia Sosa, la Sra. Emérita Sosa. Sonia recuerda la inquietud del animalito
cuando lo sostenía esperando el momento de hacer la entrega, y su propio
nerviosismo por miedo de que el cordero se le iba a escapar. También recuerda la reacción del padre Romero
detrás de la cortina, unos instantes antes del momento de la presentación,
cuando logro ver a Sonia, de unos nueve años, y el cordero y se percató de lo
que estaba a punto de suceder. “Eran
risas y risas”, de Romero al verla volviéndose roja de pena. “No se
dejaba de reír”. Aun en la foto,
Romero parece seguir riendo, la alegría de ese momento plasmada para siempre.
No comments:
Post a Comment