AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017
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#BeatoRomero #Beatificación
En una entrevista con la revista cibernética EL FARO, el Col. Adolfo Majano, líder
golpista salvadoreño en 1979, acusa al Beato Óscar Romero de ser desequilibrado,
improcedente y hasta irresponsable en sus actuaciones. “Monseñor
Romero cometió muchas imprudencias temerarias, estaba toreando el toro a cada
rato”, asevera Majano en su polémica entrevista. “El
discurso en el que monseñor Romero gritó ‘¡Cese la represión!’ fue una
estupidez”.
Con la facilitación de Paulita Pike y Cultura Romeriana, Súper Martirio
ha consultado el tema al Dr. Benjamín Cuellar, el destacado abogado
salvadoreño, hasta hace poco director del Instituto de Derechos Humanos de
la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (la “UCA”), defensor y experto
en derechos humanos y en las estrategias de promoción y activismo en la materia,
quien convalida rotundamente la actuación de Mons. Romero y desvirtúa las
conclusiones de Majano.
Las
aseveraciones del exmilitar son notables porque arremeten contra un punto ya investigado
y ya resuelto por la iglesia—la virtud teológica de la “prudencia”. El resumen legal y teológico de la causa de
beatificación de Romero («Positio Super Martyrio») concluye que Romero ejemplificó la prudencia, y señala como
evidencia: (1) que Romero evitó la trampa de la falsa prudencia que podría
haberlo llevado a no hacer nada; (2) que Romero consultaba ampliamente sus decisiones
antes de tomarlas y que jamás adoptó decisiones precipitadas; (3) que Romero
era un hombre de profunda oración, que meditaba y rezaba extensivamente antes
de tomar decisión; (4) que Romero se nutría constantemente de la doctrina
social de la iglesia y el magisterio de los papas para fundamentar su
actuación; (5) y que Romero mantenía siempre en equilibrio el bien de la
Iglesia con el bien común del Pueblo. Todo esto parece ser ignorado o
desestimado en las valoraciones de Majano que se declara “un buen católico” en
la entrevista. En cambio, el Dr. Cuellar,
por su parte, reivindica la prudencia del Beato Romero.
Súper Martirio. Usted como
experto en jurisprudencia, y de derechos humanos, ¿Qué tan bien calibradas ve
las intervenciones de Mons. Romero ante los abusos y atropellos que le tocó
denunciar?
Benjamín Cuellar: El hoy beato Óscar Romero, aunque eso moleste a más
de alguna persona, no inventó hechos atroces ni fue un improvisado en su
denuncia profética. Tras tomar posesión como arzobispo de San Salvador el
jueves 3 de febrero de 1977, casi de inmediato tuvo que encarar un terrible
hecho: veinticinco días después las fuerzas represivas del régimen atacaron, en
horas de la madrugada del lunes 28, a la multitud concentrada frente a la Iglesia
del Rosario que protestaba por el escandaloso fraude consumado durante las
recién realizadas elecciones presidenciales.
Alrededor de
cincuenta víctimas mortales quedaron tendidas en el suelo ensangrentado de la
plaza que, acto seguido, fue lavado con el agua escupida por las mangueras de
los bomberos. Pero el fuego ya estaba encendido y el inicio del incendio en El
Salvador ya se veía venir. Romero hizo todo lo que pudo por evitarlo, siendo el
máximo jerarca católico del país; pero ese esfuerzo realizado en la
arquidiócesis metropolitana, tiene algunos antecedentes.
De su voz viva,
coherente y valerosa desde cuando era conocido y querido simplemente en como
“el padre Romero”, existen registros. Siendo secretario de la diócesis de San
Miguel, entre 1961 y 1967, también fue director y editorialista del semanario
“Chaparrastique”. Ilustra su sentir y pensar críticos ante la realidad nacional
de esos años, el texto que publicó el 7 de septiembre de 1962 y tituló así:
“¿Cuál Patria?”
“¿La que sirven
nuestros gobiernos –se preguntaba el entonces sacerdote– no para mejorarla sino
para enriquecerse? ¿La de esa historia cochina de liberalismo y masonería cuyos
propósitos son embrutecer el pueblo para maniobrarlo a su capricho? ¿La de las
riquezas pésimamente distribuidas en que una ‘brutal’ desigualdad social hace
sentirse arrimados y extraños a la inmensa mayoría de los nacidos en su propio
suelo?”. Así hablaba quien, diecisiete años y medio después, sería inmolado por
los intolerantes poderes que denunció muchos años antes de su martirio.
El 8 de marzo de
1964 hubo elecciones legislativas y municipales en el país. De cara a las
mismas, Romero denunció días antes lo que –igual que el texto anterior– podría
retomarse en estos días por su actualidad.
“Se ha difamado
sin miramientos –afirmó el cura–, hemos visto casos sorprendentes de cambios de
opinión política, se cambia de partido como se cambia de camisa... Por
conveniencia, no por convicción, se han traicionado amistades que se creían
irrompibles, […] desde la radio se ha jugado con la opinión por fuerza del mal
hábito de ciertos locutores a quienes lo que interesa es el dinero y no la
opinión […] La política es una pasión creada por Dios para facilitar y
enardecer a los hombres en el servicio de la Patria. Pero como todas las
pasiones es una espada de doble filo; si no se esgrime en servicio del pueblo,
destroza honores comenzando por el propio del que la maneja. […]”
Por censuras
similares, el Gobierno ya lo había cuestionado. En concreto, el ministro del
Interior que era el coronel Fidel Sánchez Hernández –después fue presidente– le
reclamó al obispo migueleño por la
intromisión de su subalterno en política. En respuesta, monseñor Miguel Ángel
Machado y Escobar respaldó a Romero asegurando que ciertamente había “hablado
de política, pero en cumplimiento del deber de la Iglesia de orientar la
conciencia del pueblo acerca de sus deberes de ejercer su acción política,
conforme a su conciencia y no por momentáneas conveniencias demagógicas”.
El 5 de junio,
también de 1964, Romero publicó su respuesta a quienes veían la fe cristiana
como una evasión de la realidad terrenal. “La religión –escribió– eleva a los
cristianos no haciéndoles escapar a los problemas que tienen aquí abajo, sino
haciéndoles capaces espiritual y humanamente de enfrentarse con ellos y
transformarlos. Como cristianos nuestra mejor adhesión a Dios debe hacernos ser
fieles a lo real de este mundo, porque es necesario ser fiel a lo real para ser
fiel a la gracia. Es necesario construir la comunidad. No hay que poner a Dios
al lado de lo real y fuera de este mundo, ya que amar a Dios es amar todo lo
que él nos ha dado. Amar a Dios verdaderamente, es amar en Él a todos nuestros
hermanos”. Como arzobispo, todo eso lo resumió en su divisa: “Sentir con la
Iglesia”.
Tras la masacre
del 28 de febrero, al siguiente día se reunió con el clero al que monseñor
propuso crear grupos de reflexión sobre la realidad nacional. Catorce en total;
uno por cada departamento del país. El sentir general era el de que la Iglesia
no debería callar frente a los acontecimientos. Reflexivo y cauteloso como era,
Romero estuvo de acuerdo y pidió ayuda pues ‒según dijo‒ él solo no podía
enfrentar lo que estaba ocurriendo.
SM. En una entrevista la semana pasada, el Col. Adolfo
Majano asevera que Romero era más suave ante los abusos de la izquierda que con
los de la derecha. ¿Comparte Ud. ese
criterio?
BC: Conociendo
esos antecedentes y su tendencia a consultar, no es posible aceptar que venga
alguien a descalificar la denuncia profética del beato tachándola de parcial,
desequilibrada; menos quien antes de tratarlo unas pocas veces en unos pocos
meses, no lo conoció antes ni dijo nada al respecto inmediatamente después del
martirio.
SM. Majano también propone que Romero tenía una especie
de deathwish, o sea un mórbido deseo
de encontrar la auto-inmolación o la muerte.
Usted, ha estudiado a Romero, ¿verdad?
¿Cree Ud. que Romero estaba deprimido o que andaba buscando una manera
de acabar su propia vida?
BC: ¡Claro
que no! Romero sabía que tenía que vivir. Por eso, el cierre de su de su
homilía del 23 de marzo lo dejó preocupado por la fuerza del mismo y las
cóleras que podía generar. Sabía que debía seguir viviendo, para seguir
defendiendo a su pueblo con su palabra esclarecida y escuchada nacional e
internacionalmente. Y sabía que su martirio iba a hacer sufrir aún más a ese su
pueblo, por tres razones principales.
La primera, por
lo antes dicho: era la voz que denunciaba las atrocidades, en defensa de los
sin voz que las sufrían. Su muerte a manos de las fuerzas más oscuras y
sanguinarias de El Salvador también le debía preocupar, en segundo término,
pues sería el banderillazo de salida del país hacia el precipicio: si se
atrevían a ordenar y ejecutar su magnicidio, nadie estaría seguro en adelante y
se avanzaría aceleradamente y sin retorno hacia la guerra. Finalmente, ese
hecho fatal le causaría un profundo dolor a quienes veían en su figura a
alguien que se atrevía a enfrentar al mal y a buscar una esperanzadora salida
al conflicto.
Estar dispuesto
a entregar su vida por su pueblo, nadie debería atreverse a interpretar como
una vocación suicida. Era el compromiso y la valentía que algunos, teniendo la
oportunidad de comprometerse y ser valientes para cambiar el rumbo del país, no
la aprovecharon.
SM.¿Cuáles eran las verdaderas motivaciones de Romero?
BC: Qué
mejor que sea él mismo quien responda esta pregunta. En la homilía del 1 de
septiembre de 1978, pidió perdón a la comunidad por aquellas ocasiones en las
que no desempeñó ‒según él‒ su papel de obispo: ser su servidor. Por eso dijo:
“No soy un jefe, no soy un mandamás, no soy una autoridad que se impone. Quiero
ser el servidor de Dios y de ustedes”.
“Me duele esa
calumnia ‒expresó el 16 de octubre de 1977‒ cuando dicen que yo quiero ser
obispo solo de una clase y desprecio a otra clase. No hermanos. Trato de tener
un corazón ancho como el de Cristo, imitarlo en algo para llamar a todos a esta
palabra que salva para que todos nos convirtamos, yo el primero, nos
convirtamos a esta palabra que exhorta, que anima, que eleva”.
“Ahora ‒dejó
claro el 28 de agosto de 1977‒ la Iglesia no se apoya en ningún poder, en
ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos
la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza... Esta es
la Iglesia que yo quiero. Una Iglesia que no cuente con los privilegios y las
valías de las cosas de la tierra. Una Iglesia cada vez más desligada de las
cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su
perspectiva del Evangelio, desde su pobreza”.
Eran esas tres,
a mi modo de ver, sus principales motivaciones: servicio sin distinción ni
ataduras.
SM.¿Qué tan bien fundamentadas estaban las acusaciones
puntuales que hacía Romero?
BC: Mi
hermano Roberto Cuéllar, fundador en 1975 del Socorro Jurídico Cristiano y
primer director del mismo, es el más indicado para describir la visión y el
trabajo impulsado por monseñor en defensa de los derechos humanos. De uno de
sus textos, vale la pena rescatar el que aparece a continuación.
Urgido ante la violencia, el arzobispo fijó sus
prioridades y las enfocó en el marco estratégico de su orientación pastoral
hacia la justicia estructural y, posteriormente, hacia la defensa de los
derechos humanos como política sustentada en cuatro postulados:
a. Examen
y análisis de los hechos y de la realidad.
b. Examen
y análisis del derecho vulnerado y de la Constitución Política.
c. Agotamiento
de los recursos legales y del diálogo, como parte de una solución justa.
d. Denuncias
que no podían desmentir ni el Gobierno ni el sistema formal de justicia por
estar fundadas sobre todo en testimonios protocolizados de las víctimas y en
investigaciones escrupulosas, rigurosas y hechas dentro de un marco legal
arbitrario y parcializado, pero que debía ser utilizado para demostrar lo magro
e ineficaz de sus “remedios”.
SM. Mons. Romero, ¿tomaba en serio las consecuencias de
hacer una denuncia o no hacerla, incluyendo las reacciones de los grupos
armados y el ejército?
BC: Yo
entendería que sí. Su “oficio” y cómo lo cumplía, los definió el 20 de agosto
de 1978: “(E)studio la palabra de Dios que se va a leer el domingo; miro a mi
alrededor, a mi pueblo; lo ilumino con esta palabra y saco una síntesis para
podérsela transmitir, y hacerlo ‒a este pueblo‒ luz del mundo para que se deje
guiar por los criterios, no de las idolatrías de la tierra. Y por eso,
naturalmente, que los ídolos de la tierra sienten un estorbo en esta palabra y
les interesaría mucho que la destituyeran, que la callaran, que la mataran.
Suceda lo que Dios quiera, pero su palabra ‒decía san Pablo‒ no está amarrada”.
“La Iglesia
‒había expresado antes, el 21 de agosto de 1977‒ está puesta para convertir a
los hombres, no para decirles que está bien todo lo que hacen. Y por eso,
naturalmente, cae mal. Todo aquel que nos corrige, nos cae mal. Yo sé que he
caído mal a mucha gente, pero sé que he caído muy bien a todos aquellos que
buscan sinceramente la conversión de la Iglesia”.
Romero, pues,
estaba consciente de esa realidad. Se preparaba, observaba, orientaba y
denunciaba a sabiendas del riesgo que corría: como no lo podrían callar quienes
se sentían interpelados por su palabra fundamentada, dura y certera, debía
estar claro que eso le elevaría aún más el nivel de dicho riesgo en el que
vivía permanentemente. Sin embargo, no dejaría de denunciar las injusticias
sociales y las violaciones de derechos humanos, independientemente de quien las
cometiera.
Otros hubiesen
preferido quedar bien con las minorías privilegiadas y, por tanto, vivir
materialmente bien. Pero él no; él prefirió caerle bien, muy bien, a las
mayorías populares que eran las que estaban empujando a la Iglesia a
convertirse en lo que siempre debió ser: sal de la tierra. Si hubiera omitido
denunciar lo que debía denunciar, le habría caído bien a las primeras pero mal
a las segundas. Por ello, contó el 29 de mayo de 1977 este buen pastor, un
campesino le dijo: “Monseñor, cuando uno mete la mano en una olla de agua con
sal, si la mano está sana no le sucede nada; pero si tiene una heridita, ¡ay!,
ahí le duele”. “La Iglesia ‒continuó Romero‒ es la sal del mundo y,
naturalmente, que donde hay heridas tiene que arder esa sal”.
SM. Conociendo Usted muchos de los casos específicos que
Mons. Romero denunció, ¿Cree que tuvo algún sesgo, parcialidad o motivación
política para hacer esas denuncias?
BC: Considero
que esta pregunta está más que respondida con todo lo dicho previamente.
SM.¿Quiénes eran las personas cercanas a Romero, y que
tanta influencia o injerencia tuvieron en su accionar ante estas situaciones?
BC: Honestamente,
de su círculo cercano solo conozco a una persona muy cercana a mí: mi hermano
Roberto. El mencionado Socorro Jurídico Cristiano era un pequeño bufete
integrado por un reducido grupo de profesionales, jóvenes los más, y aspirantes
a serlo. Como apunté antes, Roberto fue su fundador en 1975 y el rector del
colegio de la Compañía de Jesús le abrió sus puertas a esta iniciativa. Este
último murió ejecutado por el ejército gubernamental el 16 de noviembre de 1989
y fue quien, además, impulsó la creación del Instituto de Derechos Humanos de
la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (IDHUCA), en 1985; yo asumí
como director del IDHUCA en enero de 1992 y estuve en el cargo hasta enero del
2014.
El primer día
que monseñor Romero grabó su Diario, porque no lo escribió sino que lo fue
armando dictándole con un micrófono al aparato, dejó registrado lo siguiente:
“La reunión más
importante de este día fue la que se tuvo con abogados y estudiantes de Derecho
convocados para proponerles las dificultades con que la Iglesia tropieza al
pedírsele una ayuda jurídica, legal, en tantos casos de atropellos de los
derechos humanos.
Tenemos una
pequeña oficina que funciona en el Externado San José con el nombre de Socorro
Jurídico, pero es impotente para tanto caso que llega de distintos órdenes. Y
al mismo tiempo se les sugería organizarse en forma permanente como un equipo
honrado de abogados y de estudiantes de Derecho a los cuales pudiera acudir la
Iglesia en consulta, de aspecto jurídico.
La invitación
fue acogida con verdadero entusiasmo porque llegaron cerca de veinte personas
[…] Si se quiere tener el nombre puede preguntársele al Dr. o Br. Roberto
Cuéllar, del Socorro Jurídico, él tiene la lista de las personas invitadas y
que asistieron.
Entre las cosas
concretas que se propusieron con entusiasmo fue la de pedir la Amnistía para
los que han sido capturados con motivo de los acontecimientos de San Pedro
Perulapán. Y la próxima semana se presentará a la Asamblea una petición en este
sentido, pidiendo la Amnistía. También fue acogida la idea de presentar ayuda
al Socorro Jurídico y se le encargó al Socorro Jurídico recoger los casos
necesitados y enviarlos a los abogados aquí presentes que se ofrecieron a
prestar esta ayuda en sus propios bufetes, mientras se tratara de cosas
ordinarias y también acudir, cuando fuera necesario, a un trabajo corporativo.
También se
propuso la idea de organizarse como asociación de abogados, y a la que se podían
inscribir otros no invitados o de otras partes, a fin de crear un cuerpo
consultivo como lo había pedido la Iglesia en sus dificultades de carácter
jurídico. Se sugirió también el reunirse periódicamente para tratar estos
asuntos”.
Queda claro con
lo anterior, el rol que jugó este grupo de profesionales del Derecho: consulta,
asesoría, representación legal… Pero la inspiración, el arrojo y la pasión
venían de Romero y contagiaba al personal del Socorro.
En varias
ocasiones he escuchado a Roberto contar cuando Romero denunció la corrupción
del sistema judicial y planteó puntualmente que algunos jueces se vendían. La
Corte Suprema de Justicia pretendió ponerlo a prueba y lo emplazó públicamente
para que diera nombres y apellidos de dichos funcionarios deshonestos. La
víspera de la homilía del 14 de mayo de 1978, en una reunión ampliada en la que
participaron integrantes del Socorro Jurídico Cristiano y algunos sacerdotes
cercanos al arzobispo, se discutió e intentó darle sólidos argumentos jurídicos
para su “defensa”.
Pero el beato,
más bien, contraatacó. Dejó de lado las formulaciones que le recomendaron y le
respondió a la Corte diciendo que su intención era denunciar injusticias e
inmoralidades, demandar cambios normativos para corregir las actitudes venales
entre la judicatura y poner por encima los derechos de las mayorías pobres y de
las víctimas. Lo hizo, así, con el firme ánimo de corregir el oprobio judicial
y dejó callada a la Corte. Esa situación vivida retrata algo vital: lo legal no
siempre va de la mano con lo justo; pueden chocar o, aunque no sea así, lo
segundo puede tener más fuerza que lo primero. De ahí que en esos choques la
inspiración cristiana de Romero superara, incluso, al conocimiento profesional
de sus asesores.
El también jesuita
y teólogo, Jon Sobrino, quien mantuvo cierta cercanía con el arzobispo,
sostiene que este “en sus homilías mencionó cuantitativamente todas las
víctimas de la semana y, cuando tenía noticias, mencionaba quienes fueron los
criminales, las circunstancias precisas en las que ocurrieron los hechos y
mencionaba a los familiares de las víctimas”. Finalmente, Ignacio Ellacuría ‒el
rector mártir de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) fue
contundente: “Con monseñor Romero ‒afirmó‒ Dios pasó por El Salvador”. Ambos lo
apoyaron y eso opinaron del mártir tras su sacrificio.
SM.¿Usted ha estudiado archivos originales, por ejemplo
los diarios de Romero? ¿Hay partes ocultas
de estos que retienen hechos incómodos o que desfavorecen a alguna persona que
impidió su publicación?
BC: No
conocí los archivos originales del Diario del IV arzobispo de San Salvador que,
como ya señalé, son cintas magnetofónicas las cuales ‒luego de su martirio‒
fueron transcritas. No voy a afirmar cosas que no son ciertas; repito: yo no
escuché esas grabaciones. Pero quien habla al respecto es Rodolfo Cardenal,
otro jesuita, en un texto titulado “En fidelidad al Evangelio y al pueblo
salvadoreño. El diario pastoral de Mons. Oscar A. Romero”.
Cardenal
advierte que contó con dichas “grabaciones hechas por Monseñor que comienzan el
31 de marzo de 1978 y concluyen el 20 de marzo de 1980, cuatro días antes del
asesinato. No se han encontrado aún, si es que existen, las grabaciones de los
primeros 13 meses de su arzobispado. En el diario no hay indicios de que
existiera esta primera parte que falta. Por otro lado, el diario tiene una
laguna de tres meses (3 de julio a 1 de octubre de 1978) porque Monseñor no
grabó. Así, pues, la novedad de estas páginas radica en esta fuente
privilegiada, a la cual hasta ahora muy pocas personas han tenido acceso”.
Más adelante,
Rodolfo señala que este documento “contiene material muy valioso para rechazar
las acusaciones más comunes de sus enemigos y detractores han lanzado en
contra, tratando de desprestigiar su memoria. Monseñor Romero quiso ser el
pastor todos los salvadoreños, pero siempre fiel al evangelio y al pueblo
salvadoreño. Por eso luchó por eso se entregó hasta las últimas consecuencias.
En este sentido, el diario es una gran defensa de su actuación y lo presenta
bajo una nueva luz, más claro y más grande”.
SM.¿Cree que a estas alturas aún existen datos negativos
sobre Romero que no han salido a la luz?
BC: Aquel
que contradiga su historial o que denigre a Romero a estas alturas, que tenga
el valor de demostrarlo y de aclarar cuál fue el motivo o los motivos para
callar durante tanto tiempo.