Monseñor
Romero y los cristianos coptos egipcios asesinados por el Estado Islámico en
Libia el mes pasado, que han sido reconocidos de manera inmediata como mártires
por la Iglesia Ortodoxa Copta, ilustran tanto el poder como la provocación de
los “Nuevos Mártires”.
Originalmente
utilizado en la Iglesia Ortodoxa Oriental para describir mártires asesinados
por gobernantes cristianos heréticos, el término “Nuevos Mártires” ha llegado a
denotar aquellos cristianos que han sucumbido bajo situaciones variadas del
martirio, incluyendo la Guerra Civil Española, las guerras de los “cristeros” en
México, las víctimas del nazismo y del fascismo, la persecución bajo regímenes
comunistas, y un sinnúmero de pequeños grupos—por ejemplo, los llamados “mártires
de la caridad”, los “mártires de la creación”, etc.
Nuestra edad,
por supuesto, no ha sido la primera vez que han surgido ideas nuevas del
martirio. La ‘Homilía Cambrai’ del siglo séptimo ya habla de martirio “rojo”,
“blanco” y “verde” en la iglesia irlandesa de la época, en parte porque la idea
original del martirio—el “martirio rojo”, que denota una muerte violenta y
sangrienta—se había vuelto en algo poco común en una Europa cada vez más cristianizada.
Otras formas de dar la vida por Dios tenían que ser reconocidas, incluyendo el
ascetismo estricto de los ermitaños del desierto (el “martirio blanco”) y el “martirio
verde” de recluirse en el bosque para buscar una vida primitiva de oración.
(¿No es esto lo que Monseñor Romero predicaba cuando dijo, en un pasaje citado
por el Papa Francisco en enero, que “dar la vida no es sólo que lo maten a uno; dar la vida, tener espíritu de martirio, es dar en el deber, en el silencio, en la oración ...”?)
Los Nuevos Mártires
de nuestro tiempo no sufren solamente un martirio simbólico. Sus muertes
constituyen, de hecho, un verdadero “martirio
rojo”, aunque condicionado a las características específicas de su lugar y tiempo.
Sin embargo, apartarnos del concepto idealizado del martirio nos causa
discordia. Recordemos los elementos del martirio en la Iglesia Católica: (1)
una muerte cruel o violenta; (2) libremente aceptada por la víctima; (3)
impuesta por odio a la fe. Woestman,
Canonization: Theology, History, Process
143 (St. Paul University, 2002). Un prominente abogado canónico recientemente
argumentó que la muerte de Monseñor Romero no había sido “libremente
aceptada” porque no se le dio un ultimátum con una oportunidad de huir (el
argumento se basa en una comprensión incompleta de los hechos, ya que hay
amplios comprobantes de que Romero supo de las amenazas y fue presentado varias
salidas). El mismo razonamiento se aplicaría a los 21 mártires coptos, porque
ISIS no los obligó a elegir el morir por Cristo: simplemente los masacró indiscriminadamente.
(Además, es difícil decir que ISIS se enfoca en los cristianos cuando también
mata al pluralista Charlie Hebdo, y lanza a presuntos homosexuales de los rascacielos.)
Son circunstancias recurrentes para los Nuevos Mártires.
Romero y los
mártires coptos tienen algo en común que nos salva de un pensamiento mezquino
de lo que significa ser mártir: nos presentan con una tremenda visión del
martirio que es difícil de despreciar. Romero fue asesinado celebrando la Misa.
Es uno de tres obispos en la historia en ser asesinados en el templo (los otros
dos fueron canonizados rápidamente), y el único en ser asesinado en el altar.
Este solo hecho fue el más citado por el Papa Juan Pablo II y ha reforzado, sin
duda, la causa de beatificación de Romero. En cuanto a los mártires coptos, aunque
hayan legiones de cristianos decapitados, una decapitación en YouTube
significa difusión inmediata por todo el mundo cristiano y el horror
universal ante la barbarie de los delitos, como también un juicio rotundo que
las víctimas de hecho han sido mártires. En definitiva, se trata de dos punzantes iconos
del martirio.
Recientemente,
en una obra académica que verdaderamente admiro, el Dr. Todd M. Johnson, del
Seminario Teológico Gordon-Conwell propuso sustituir la definición del Derecho
Canónico antes citada con esta nueva definición de los mártires: “creyentes en Cristo que han perdido la vida antes
de su tiempo, en situaciones de testimonio, como resultado de hostilidad humana”.
Evidentemente,
esta nueva y más amplia definición podría encajar cómodamente a Monseñor Romero
y los 21 mártires coptos egipcios, y quizás muchos otros giros y vueltas en la
naturaleza del martirio en el futuro flujo turbulento de la historia del mundo.
Sin embargo, por mi parte, me opongo a cambiar la definición y prefiero
mantener la fórmula tradicional. Esto se debe, en mi opinión, a que el martirio
no ha cambiado. Lo que ha cambiado son las metodologías de los perseguidores,
el estado de la técnica de la maquinaria de la muerte. Si bien es cierto que
debemos reconocer que la definición tradicional del martirio necesita espacio
para respirar, debemos mantenerla en su lugar, seguros de la coherencia y continuidad
del testimonio cristiano a través de los siglos.
Es de destacar
que tanto Monseñor Romero como los mártires coptos han sido reconocidos
rápidamente como tal más allá de los límites confesionales. Es porque reconocemos
el martirio cuando lo vemos.
Ver también:
Romero y los mártires del Perú
Ver también:
Romero y los mártires del Perú
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